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Sólo un desastre a la vez, por favor

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(Para Radio Nederland)
Parece que nuestra capacidad para entender la realidad que nos rodea y para adaptarnos o responder a ella tiene un límite. Parece también que los seres humanos no somos «multitarea», como los ordenadores, y no podemos seguir con atención dos acontecimientos al mismo tiempo. Apenas pasado un mes de la tragedia del tsunami en el Océano Índico, las noticias de Asia han desaparecido prácticamente de los medios de comunicación y nuestra atención se traslada a otras cuestiones: Portoalegre, Davos, Auschwitz,… donde se desarrolla la actualidad. Es comprensible y habitual, pero tras un mes del mayor desastre natural de las últimas décadas conviene pararse unos minutos a reflexionar sobre cuál es la situación al día de hoy y qué ha pasado tras la primera oleada de ayuda de emergencia. Y sobre todo, es preciso analizar qué efectos está teniendo la masiva ayuda a Asia sobre otras zonas del planeta afectadas por otros desastres.

La primera constatación es que tras las primeras reacciones de la comunidad internacional, bastante positivas en este caso, la solidaridad de los países parece enfriarse y cuesta convertir en realidades muchos de los compromisos realizados en caliente por los responsables políticos durante su «turismo humanitario» por las zonas afectadas. La Conferencia Internacional sobre Reducción de Desastres, celebrada en Kobe la semana pasada, ha sido bastante decepcionante, en línea con las muestras de escepticismo que el propio vicesecretario general de la ONU para asuntos humanitarios, Jean Egeland, manifestaba previamente. Ni se han concretado algunos de los planes de gran envergadura para mitigar los desastres, ni se ha garantizado la financiación para abordar programas de preparación y prevención.

En ciertos casos, los donantes están incluso planteando falsos dilemas a los países afectados por el tsunami. Sin ir más lejos, el gobierno estadounidense, a través de su vicesecretario de Estado Alan Larson, dijo este mismo miércoles que los países receptores deben elegir entre recibir ayuda para la reconstrucción o la condonación de la deuda. O dicho de otro modo, que mucho del dinero prometido no se concretará en apoyo real sino que se negociarán condiciones para el pago o condonación de la cuantiosa deuda que ya tienen estos países. Cuestión compleja, pues obliga a acuerdos en el llamado Club de París, que agrupa a los principales acreedores, y que en otros casos anteriores, como el huracán Mitch, se mostró como instancia lenta y poco eficaz.

La segunda constatación es el efecto negativo que la solidaridad con Asia está teniendo sobre la ayuda a otras zonas en crisis, básicamente en África. Los primeros datos suministrados por distintas ONG muestran cómo se han paralizado las donaciones para crisis como la de Darfur. En un panel de grandes ONG, organizado esta semana por Alertnet, todas coincidían en el efecto negativo de este cambio en la captación de fondos y su impacto en otras crisis y desastres. En esta misma línea, Médicos sin Fronteras (MSF) presentaba ayer su Informe sobre las diez crisis humanas olvidadas de 2004 y volvía a recordar que situaciones como las que se viven en Burundi, Chechenia, Corea del Norte, República Democrática del Congo, Liberia o la propia Colombia, han permanecido en un lugar secundario en la obtención de recursos para la acción humanitaria en 2004, afectando duramente a las poblaciones en peligro. MSF hace un llamamiento para que los gobiernos «tengan en cuenta no sólo las crisis humanitarias mediáticas, como la provocada por el tsunami, sino también aquellas que sin tener repercusión en la opinión pública ni en los medios de comunicación, causan mucho sufrimiento y millones de muertes que podrían evitarse».

Esta desigual respuesta a las situaciones de crisis, que resulta evidentemente injusta y moralmente inaceptable, ha llevado a algunas organizaciones a proponer cambios en los patrones de captación y distribución de fondos que permitan una dedicación de fondos más equitativa e imparcial. Larry Minear, conocido y respetado experto en acción humanitaria, proponía también esta semana mecanismos de captación conjunta de fondos por parte de las ONG, como existen ya en el Reino Unido, que eviten esa competición perversa y esa imagen de lucha a codazos por el dinero que a veces trasmite el sector no lucrativo. Naciones Unidas está intentando algo similar con los gobiernos, a través del «mecanismo de llamamientos consolidados», pero por el momento los frutos en términos de asignación justa de fondos son escasos. Algunos gobiernos también han puesto en marcha el proyecto de Buenas donaciones humanitarias, para establecer ciertos criterios que mejoren la equidad en la distribución de los recursos.

Por último, resulta significativo que ni en Davos ni en Portoalegre- por cierto, cada vez más parecidos, al ir líderes políticos mundiales a Brasil y conocidos opositores al sistema a Suiza- se hayan incluido suficientemente referencias a los riesgos y amenazas naturales y de otro tipo a los que se enfrenta la humanidad y de los que el tsunami del Índico es buena muestra. La rigidez de las agendas de uno y otro foro es excesiva, lo que conlleva que no se haya podido abordar la lucha contra la pobreza de largo plazo con mayor incorporación de elementos de reducción de desastres, combate a la vulnerabilidad o fortalecimiento de sistemas de alerta temprana. El riesgo de brecha entre «emergencistas» y «desarrollistas», evidente ya entre muchas ONG, debería superarse incorporando cada sector enseñanzas y experiencias del otro. Parecería deseable que foros como éstos, con sus enormes diferencias de principio, abandonaran su autismo e introdujeran en sus debates la necesidad de aprobar y desarrollar acciones concretas para crisis como la del sur de Asia y para el resto de crisis olvidadas. Porque lamentablemente, en nuestro mundo, cabe más de un desastre a la vez.

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