Nepal: ¿todo vale?
Para El Huffington Post.
No me gusta tener que escribir esto. Dudo que me haga tener más amigos el hecho de escribirlo. Pero, como persona vinculada desde hace treinta años a la ayuda humanitaria y desde casi cincuenta al montañismo, me encuentro moralmente obligado a poner negro sobre blanco algunas de mis dudas y perplejidades, así como algunas certezas, sobre la respuesta del gobierno español tras el terremoto que asoló Nepal hace ya diez días. Comencemos por las preguntas: ¿Tiene sentido enviar equipos de rescate con perros incluidos más de una semana después de la tragedia cuando es de sobra conocido que las posibilidades de rescate tras ese periodo son nulas ? ¿Es razonable que un país que apenas ha participado en las tareas humanitarias para el conjunto de la población afectada por el terremoto, y que tan solo ha sido capaz de enviar un avión en colaboración con algunas ONG, dedique ahora cuantiosos recursos con la única justificación de rescatar a ciudadanos españoles afectados? ¿Guarda eso una mínima proporcionalidad con la magnitud de los daños sufridos por la población nepalí y en la satisfacción de sus necesidades?
Sin lugar a dudas, la magnitud del terremoto que ha afectado Nepal y las dificultades de todo tipo en el país (geográficas, logísticas, políticas…) han complicado de modo increíble las tareas humanitarias. Numerosos aviones y equipos de muy diversos países tuvieron que demorar su llegada a Nepal por la situación caótica del aeropuerto de Katmandú. El operativo puesto en marcha por la Oficina de Acción Humanitaria de la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo (AECID) fue uno de los afectados por estas dificultades, pero la Cooperación Española hizo, a mi juicio, un esfuerzo coherente y razonable para responder en la medida de las posibilidades al desastre. Se activaron los protocolos previstos y se trabajó en coordinación con las autoridades locales, los organismos internacionales, las ONG y bajo el paraguas de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA). No se decidió dedicar nuevos recursos, como a muchos nos hubiera parecido conveniente dada la magnitud de los daños, pero, como corresponde, el trabajo se abordó con criterios humanitarios de llegar a todas las víctimas sin distinción. Como debe plantearse cualquier acción humanitaria. Y así se está trabajando. Nada que objetar.
Sin embargo, desde los primeros días, ha sido perceptible la sobreactuación del Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación (¿cooperación?) José Manuel García Margallo preocupado casi en exclusiva por los nacionales españoles en Nepal. Es loable la cesión del avión con el que él había viajado a la India, para repatriar españoles, y su interés por la suerte de los turistas españoles afectados. Esa es una de sus competencias. Como también lo es la de promover la cooperación y la ayuda humanitaria siguiendo los criterios internacionales a los que nuestro país se ha adherido. Y de esto, en su actuación en esta crisis, ha habido más bien poco.
Es evidente que el impacto que la tardía y polémica actuación del gobierno en algunos casos recientes de rescate de ciudadanos españoles accidentados en países extranjeros – casos de Marruecos o Perú- ha tenido en la opinión pública, ha puesto sobre el tapete la falta de criterios claros de actuación tras estos acontecimientos por parte de nuestro país. Pero confundir y mezclar la lógica que debe presidir estos casos individuales de ciudadanos que asumen un riesgo con una práctica deportiva que les gratifica, con la de la actuación ante tragedias de la magnitud del terremoto de Nepal con millones de víctimas, es inaceptable. La lógica humanitaria, que es la que debe presidir la actuación internacional tras tragedias como ésta, es la de atender a toda la población afectada en función de su necesidad, con criterios de imparcialidad y sin discriminación en función de su raza, su sexo, su religión o su nacionalidad. No hacerlo así, supone dar un enfoque sesgado a las tareas de ayuda que las alejan de cualquier criterio humanitario. Y eso, como el ayudar exclusivamente a los aliados y a sus víctimas en un conflicto armado, puede ser muy humano pero, desde luego, nada humanitario.
Las patéticas imágenes, por grandilocuentes, de la Unidad Militar de Emergencias (UME) saliendo hacia Nepal nueve días más tarde del terremoto, con sus perros y sofisticado material, para una imposible tarea, no pueden ser entendidas sino como parte de una campaña de imagen que trata de aprovechar la tragedia para mejorar la popularidad del gobierno. Y lo sorprendente para quienes nos dedicamos a la acción humanitaria es la autocomplacencia con que eso es aceptado por los medios de comunicación y por una mayoría de la población. Mientras algún medio titulaba estos días «España lidera la repatriación de víctimas», como si hubiera competiciones en ese tema, ningún medio ha analizado de modo mínimamente crítico esta actuación.
Hablemos claro, el despliegue tardío de los miembros de las fuerzas de montaña de la Guardia Civil y de la UME no solo es inútil y muy costoso, sino que contraviene los más elementales criterios éticos de actuación en estas situaciones. Casi ningún país lo ha hecho y ninguno con esta magnitud ¡46 miembros de la UME y todo un avión! Máxime cuando las autoridades nepalíes están recomendando la retirada de todos los equipos de rescate internacional que se desplegaron para socorrer a cualquier tipo de víctimas y no solo a sus nacionales. Se nos dirá que los militares y guardias civiles van a colaborar también en otras tareas, pero sabemos por las declaraciones de sus miembros y del propio gobierno que la motivación para su movilización ha sido otra. De alguna forma, recuerda esta decisión a la de repatriar a España a los misioneros Manuel García Viejo y Miguel Pajares cuando su situación sanitaria era irreversible pero que fue presentada como un gran «éxito» por parte de nuestro gobierno.
Los montañeros conocemos que la conquista de lo inútil, como decía el libro de Lionel Terray, uno de los conquistadores del Annapurna, puede ser motivadora y gratificante como sentimiento personal. Y sabemos de los sacrificios y riesgos individuales que eso comporta. Pero no conviene confundir esto con la mediática movilización de recursos públicos para tareas que cualquiera que conozca un poco este sector calificaría de inútiles.
Lamentablemente, parece que la «doctrina Pujalte» se va generalizando. Enviar medios de modo tardío y con un sesgo en su enfoque de las tareas de ayuda puede ser legal pero ¿es ético?