Huir y no tener adónde ir en Myanmar
La amenaza de la repatriación acosa a los refugiados birmanos. No se sabe cuántos son con certeza. Muchos de ellos pasan inadvertidos, sin documentos, sin asistencia sanitaria, sin seguridad, sin medios de subsistencia ni ayuda. Unas circunstancias extremas que hacen que el día a día de la mayoría de ellos se convierta en una lucha continua por la supervivencia. Y por si fueran pocos sus problemas, ahora se enfrentan a la perspectiva de la repatriación inminente.
Myanmar es un país olvidado. Su crisis permanece muda a oídos del resto del mundo, mientras la población sufre los continuos abusos de un gobierno represivo y autoritario. Miles de birmanos, especialmente los que forman parte de minorías étnicas, se ven obligados a huir de la fuerza política de la Junta Militar, con Bangladesh y Tailandia como su cercana y única esperanza de refugio. Desafortunadamente, la anhelada «Tierra Prometida» no guarda mucha relación con la realidad.
La antigua Birmania presenta un panorama demográfico heterogéneo. El grupo étnico mayoritario es el bamar (birmano), que representa las tres cuartas partes de la población total. El resto está compuesto por un variopinto repertorio de minorías étnicas, entre las que cabe mencionar a los karen, shan, mon, kachin, rohingya y palaung. La Junta Militar, que considera a estas comunidades como posibles grupos subversivos, ha establecido- bajo el lema de Diversidad igual a desunión- un sistema de control, discriminación y represión hacia ellos. Como consecuencia, este ejercicio desmedido de autoridad ha desembocado en el éxodo de miles de birmanos a países vecinos durante más de veinte años.
Las condiciones de vida de esos refugiados en los países colindantes no son esperanzadoras. Si huían de asesinatos, trabajo forzado, violaciones, reclutamientos forzosos y ataques a poblados, ahora se encuentran con miseria, pobreza, exclusión y rechazo. Y aún así, la mayoría de ellos prefieren esta realidad a la que sufrían en su país de origen.
Por su parte, algunos países como Tailandia muestran claros síntomas de cansancio en su acogida a los birmanos, lo que contribuye a incrementar notablemente la inquietud entre la comunidad de refugiados. Según la Agencia EFE, este país ha anunciado el pasado mes su decisión de expulsar de inmediato a 1.700 refugiados de la etnia karen- una minoría cristiana caracterizada por su fuerte oposición al régimen-, aunque las críticas recibidas han provocado la interrupción momentánea del proceso. No ha sido ésta la primera vez que Tailandia mostraba su disgusto frente a la llegada de birmanos en busca de protección. De hecho, en diciembre de 2008 la idea de la repatriación de los refugiados birmanos ya salió a la luz con unas imágenes impactantes en las que se veía a miembros de la etnia rohingya llegando a la costa tailandesa en pequeñas embarcaciones. Tras una dura bienvenida, a base de golpes y algo de comida, fueron abandonados por las autoridades tailandesas a su suerte en mitad del mar, con apenas cuatro bidones de agua y comida para un día. Un reportaje especial de la CNN revelaba las fotografías del embarcamiento forzoso y la tragedia de casi seiscientos birmanos, algunos de los cuales lograron llegar a Aceh (Indonesia) y otros al archipiélago indio de Nicobar, mientras que más de doscientos continúan desaparecidos.
La etnia rohingya- musulmana, el contrario de la mayoría de los biemanos, que son budistas- es precisamente una de las más hostigadas por la Junta Militar, en una clara muestra de la xenofobia que caracteriza al actual régimen militar. En 1982, el gobierno les quitó la ciudadanía argumentando que no eran birmanos sino bangladeshíes, lo que los convirtió automáticamente en apátridas. Sin protección ni Estado, esta etnia ha sufrido constantes abusos, que incluyen el hecho de que no pueden casarse sin el permiso de las autoridades birmanas- para lo que tienen que pagar unas sumas que no se ajustan a su capacidad económica- o de que sean encarcelados- tanto hombres como mujeres- si tienen un hijo fuera del matrimonio. Al mismo tiempo, el aborto está prohibido, no tienen derecho a la asistencia sanitaria y ven constantemente limitados sus movimientos y la práctica de su culto religioso.
Debido a la proximidad geográfica, los rohingya han intentado buscar resguardo en Bangladesh. Pero en los campos de refugiados en los que se han ido instalando sus condiciones de vida tampoco son envidiables. Hacinados en poblados, en condiciones de miseria y precariedad, viven sin asistencia médica, provisiones ni ayuda oficial. Según el Centro Scalabriniano de Estudos Migratórios (Brasil), en dos décadas alrededor de 250.000 birmanos han huido a Bangladesh; sin embargo, solo una décima parte ha sido registrada como refugiada. El resto no tiene papeles y, por lo tanto, está desprotegido ante el gobierno y la ley. Médicos Sin Fronteras denuncia que miles de refugiados indocumentados, como los del campo de Kutupalong, sufren intimidaciones y abusos de las autoridades y son obligados a abandonar sus viviendas. La amenaza del desalojo está a la orden del día.
China, por su parte, tampoco se salva de la creciente llegada de refugiados. Según Birmania Libre, en agosto de 2009 cerca de 37.000 birmanos huyeron a China debido a los ataques de la Junta en Kokang. Este hecho provocó un inusual reproche chino al régimen de Than Swe- actual líder de la Junta Militar-, que reaccionó disculpándose ante su principal valedor político y socio comercial.
Debido a la proximidad de las primeras elecciones en 20 años de Myanmar, los países limítrofes ven con temor la perspectiva de una nueva llegada masiva de refugiados, que podría incrementar las tensiones regionales y deteriorar aún más la situación de los actuales refugiados birmanos. Formalmente, sin embargo, la Junta Militar expresa su deseo de que todas las minorías étnicas puedan participar en los comicios, aunque esa aspiración contrasta con la fragilidad de los acuerdos de cese de las hostilidades que el régimen mantiene con más de una decena de grupos étnicos armados y el éxodo permanente de su población.
A pesar del aparente avance político que implica la convocatoria de un sufragio, las críticas apuntan a que, a través de esta iniciativa, la Junta Militar únicamente busca dotar de una cierta legitimidad al régimen. A la espera de lo que ocurra, si algo se sabe con certeza es que los birmanos siguen sufriendo el poder abusivo de una dictadura militar que no parece dispuesta a modificar las bases de su poder totalitario.