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Hacia un país viable: una nueva estrategia para Haití

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En los últimos días de 2008 el conocido profesor de economía y director del Centro para el Estudio de las Economías Africanas de la Universidad de Oxford, Paul Collier, dio respuesta a la petición del Secretario General de la ONU Ban-Ki Moon respecto de su preocupación por la situación en Haití y el impacto de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (MINUSTAH) establecida en 2004.  Además, el Secretario-General quería recabar recomendaciones que sirvieran, tanto a la ONU, como al gobierno haitiano para tratar de romper el círculo de violencia, pobreza y desastres naturales que estaba sufriendo el país. Dicha respuesta se materializó en el informe «Haití: de las catástrofes naturales a la seguridad económica» tomando las principales necesidades identificadas en el documento Rapport d’Évaluation des Besoins Après Désastres (PDNA) elaborado por el gobierno de Haití en colaboración con diversas instituciones internacionales.

Para el profesor Collier, Haití no es un país sin esperanza ni condenado al fracaso, sino que sus fundamentos económicos se antojan apropiados para hacer viable el desarrollo económico y el progreso. Este desarrollo económico se vio coartado durante 2008 por dos grandes shocks externos: el aumento del precio de los alimentos, por un lado y por otro la destrucción causada por una serie de huracanes (Fay, Gustav, Hanna e Ike) que azotaron la zona, frenando así, no sólo el crecimiento económico, sino agravando, además, una crisis humanitaria de importantes proporciones.

Collier es consciente en su informe de la dificultad de alcanzar un crecimiento sostenido y un aumento de la renta per capita haitianas pero considera que no es imposible y además plantea que el desarrollo de Haití supone un desafío para la comunidad internacional ya que, aunque se considere un «estado frágil» o «fallido» tiene mejores perspectivas que otros estados, como los de gran parte del África Subsahariana.

Al respecto, argumenta cuestiones tales como el contexto geográfico favorable, no es mal vecino República Dominicana si lo comparamos con otros vecindarios; el hecho de que no está étnicamente dividido como gran parte de los países africanos; tampoco existen grupos subversivos organizados o un establishment militar poderoso tendente al golpe de estado. Además, en su opinión, el país cuenta actualmente con líderes íntegros con capacidad y experiencia, y la diáspora haitiana en Norteamérica es muy importante y cercana al país, lo que implica un potencial inversor y de capital humano. Igualmente, la proximidad a los grandes mercados internacionales y los acuerdos comerciales muy ventajosos como el HOPE II (Haitian Hemispheric Opportunity through Partnership Encouragement) que le da acceso preferente al mercado de Estados Unidos, así como una mano de obra capaz y voluntariosa hacen que la base económica sea propicia. En definitiva, y utilizando sus propias palabras, «si la comunidad internacional no puede tener éxito en Haití difícilmente lo hará en otro lugar».

En este sentido, para revertir la situación del país y volver a la senda del desarrollo económico, el profesor Collier propone en su informe, una estrategia realista para alcanzar la seguridad económica. Estrategia que necesita del compromiso, no sólo del gobierno del frágil estado haitiano, sino de una serie de actores clave tanto fuera como dentro del país. Esta estrategia se fundamenta en aspectos tales como la creación de puestos de trabajo mediante la reconstrucción de infraestructuras y la expansión de zonas de exportación, la mejora en la prestación de servicios básicos, el impulso de políticas medioambientales sostenibles y el incremento de la seguridad alimentaria.

Además, para él el tiempo es determinante para el éxito de esta estrategia compartida y debía de culminar con una conferencia de donantes en abril de 2009, y la posterior puesta en marcha de un plan de acción a dos o tres años.

Dicha conferencia de donantes se llevó a cabo el pasado 14 de abril de 2009 con la formación del grupo G10 que comprendía: el BID, el FMI, el Banco Mundial, la Unión Europea, la ONU, Canadá, Francia, España, Estados Unidos, y el «Grupo ABC» de Argentina, Brasil y Chile. El plan de acción, a dos años, igualmente fue plasmado en un documento y las autoridades haitianas identificaron cuatro objetivos principales para relanzar la economía: reducir la vulnerabilidad por catástrofes naturales, revitalizar la economía, mejorar el acceso a los servicios básicos y preservar la estabilidad macroeconómica, y aunque, los compromisos financieros no fueron los esperados, al menos los conseguidos resultaron esperanzadores.

De esta manera, parecía que se abría un horizonte que llevara a Haití a la senda del desarrollo económico, hasta que el pasado 12 de enero el seísmo echó por tierra las esperanzas del gobierno y, sobre todo, de los haitianos por salir de la pobreza profunda y cotidiana. 

Ni Paul Collier ni Ban-Ki Moon podían preveer un shock externo tan brutal que provocase un desastre de tales dimensiones que ha obligado a la comunidad internacional a replantearse la manera de ayudar a los haitianos y que requerirá de nuevas conferencias de donantes, como la celebrada el 25 de enero en Montreal, para la reconstrucción, no sólo de las infraestructuras del país, sino de la totalidad de una sociedad de por sí marcada en los últimos tiempos por el desastre, la violencia y la pobreza. Construir un país viable que permita satisfacer las necesidades de los haitianos. Ese era el planteamiento del Informe Collier y ese es hoy, más que nunca, el reto.

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