Desinformación que mata: propaganda, noticias falsas y censura en Gaza
Dice la máxima que la primera víctima en cualquier guerra es la verdad, y en el caso de la actual guerra entre el Estado de Israel y Hamás no es diferente. Desde que comenzó el conflicto, hemos podido observar cómo los bulos y las noticias falsas se expandían a nivel global, no solo alimentadas por fanáticos y trolls en redes sociales, sino retransmitidas por profesionales del periodismo. Un caso ilustrativo es la periodista de CNN Sara Sidner, quien difundió la falsa noticia de las decapitaciones de bebés israelíes por parte de Hamás, que luego desmintió sin despeinarse lo más mínimo. Pero este no es el único caso flagrante de desinformación periodística, pues ejemplos similares se cuentan por decenas durante el último mes y medio.
Lo que otrora se considerase una transgresión inadmisible de la ética periodística, hoy parece perdonarse si el fin justifica los medios. El resultado es una creciente polarización social a nivel global, el abandono de los principios humanitarios más básicos y la expansión de discursos de odio que, en algunas ocasiones pueden resultar en tragedias, tal y como sucedió cuando un señor de Illinois apuñaló a su vecina de 32 años y a su hijo de 6 años, hiriendo a la primera y asesinando al segundo, supuestamente debido a la influencia de la propaganda israelí en relación con los musulmanes.
El descrédito total del periodismo
Hace ya décadas que en las facultades de periodismo se estudia la crisis del sector. Una crisis que, aunque en principio caracterizada como económica, tiene más bien que ver con la credibilidad del mismo. Antes considerado como un poder independiente que podía poner contra las cuerdas al resto de poderes fácticos, hoy en su mayoría actúa como altavoz servil de los mismos.
En el caso de Palestina, el descrédito del periodismo tiene que ver con varias cuestiones. Por un lado, una manifiesta falta de conocimientos sobre el conflicto de muchos de los analistas y expertos invitados por los medios de comunicación, en lo que se puede considerar una apuesta deliberada por la descontextualización. En lugar de buscar profesionales con experiencia sobre el terreno, historiadores o expertos en derecho internacional, se da voz a los tertulianos habituales, cuyas carencias en relación con el desarrollo histórico del conflicto en Palestina son manifiestas.
A ello se une un desinterés general por informar sobre lo que está sucediendo en el terreno. Esto ha resultado en una creciente importancia de las plataformas de fact-checking y otras que utilizan inteligencia de fuentes abiertas para dar respuesta a los acontecimientos. Un ejemplo paradigmático fue la guerra de interpretaciones sobre el ataque contra el Hospital Bautista Al Ahli, que desató auténticas polémicas entre defensores y detractores de Israel, obviando la inmoralidad que supone atacar un hospital lleno de civiles heridos. Traducir deliberadamente términos en árabe de forma incorrecta, dar eco a información falsa difundida por las autoridades israelíes y la insistencia en retratar el conflicto a través de narrativas maniqueas que en nada contribuyen a explicar las verdaderas causas de la violencia y la desposesión del pueblo palestino forman parte de las estrategias de desinformación llevadas a cabo por medios de comunicación y otras plataformas.
La ausencia de periodistas internacionales en Gaza, debido a la prohibición de entrada por parte de las autoridades israelíes, contribuye a la falta de información de primera mano sobre el terreno que podría ayudar a deconstruir muchas de las informaciones falsas difundidas. Sin embargo, en la actualidad se vive una creciente deslegitimación de la profesionalidad de los periodistas mediante una estrategia consistente en equiparlos a activistas, lo cual supuestamente les hace perder toda su credibilidad, pues no estarían siendo objetivos. Casualmente siempre se trata de aquellos periodistas que denuncian el expolio y la destrucción del pueblo palestino. Desde esta perspectiva, renombradas figuras del periodismo internacional como Ernest Hemingway jamás podrían ser considerados fuentes fiables dada su implicación activa en la violencia, tal y como sucedió en su caso durante la Guerra Civil Española.
Dudar sobre la profesionalidad de los periodistas y equiparar neutralidad con indiferencia frente a la injusticia tiene como resultado la ausencia de respeto por la propia vida de estos. Ya que la prensa internacional no tiene acceso a Gaza, son numerosos los y las periodistas gazatíes que llevan semanas informando desde el terreno, muchos de ellos a pesar del dolor de la pérdida de sus seres más queridos. Ya que los periodistas gazatíes no pueden ser neutrales por su propia naturaleza, el asesinato de más de 50 de ellos desde el 7 de octubre parece aceptarse como un daño colateral asumible.
La cultura de la cancelación en su máximo esplendor
Desde que estallase la violencia, hemos podido comprobar cómo la cultura de la cancelación ha actuado a lo largo del planeta. Medios de comunicación han acallado a voces críticas o directamente cancelado su participación a periodistas y colaboradores considerados voces críticas contra Israel. Por ejemplo, MSNBC suspendió a tres de sus presentadores musulmanes de forma bastante subrepticia al inicio de las hostilidades.
Por otra parte, son numerosos los casos de profesores universitarios, editores, y otros profesionales que han sido despedidos de sus puestos de trabajo por compartir en las redes sociales su opinión sobre la situación. En otros casos, simplemente por hacerse eco o compartir la publicación de otra persona. Un ejemplo ha sido Michael Eisen, editor de la revista de biología eLife, que fue despedido por retuitear una publicación de la revista satírica The Onion que denunciaba la indiferencia por las vidas de los civiles palestinos. Otro ejemplo es el club de fútbol alemán Mainz, que despidió al futbolista neerlandés de ascendencia marroquí Anwar El Ghazi por publicar declaraciones de apoyo a Palestina en sus redes sociales. Mientras tanto, los testimonios en redes sociales sobre personas que han sido rechazadas para un puesto de trabajo por expresar su opinión públicamente se cuentan por cientos.
Asimismo, estamos presenciando el galopante auge de la censura y la coartación de la libertad de expresión a nivel global. Muchos países occidentales han establecido prohibiciones contra el ejercicio de los derechos civiles y libertades fundamentales sin precedentes en tiempos de paz. La prohibición de las manifestaciones pro-Palestinas en Francia y Alemania o la declaración de ilegalidad de la bandera palestina en varios países han sido desafiadas por cientos de miles de ciudadanos que han seguido saliendo a la calle a expresar su desacuerdo con las posturas de sus gobiernos. En España, por ejemplo, La Liga declaró ilegal desplegar banderas palestinas en los estadios al mismo tiempo que mantiene la bandera de Ucrania en las retransmisiones de los partidos. La respuesta fue, por parte de los seguidores del Osasuna, inundar el campo de banderas palestinas.
La respuesta de numerosos gobiernos, principalmente en Europa, no ha sido sólo tomar partido por un bando, sino también agitar el miedo, anticipando situaciones de emergencia que contribuyen a generar alarma entre la población, polarizando aún más a unas sociedades europeas rotas e incrementando la estigmatización de determinados sectores de la población, señalados una vez más como el chivo expiatorio de todos los males. Un ejemplo destacado por lo ridículo del mismo ha sido la criminalización en Francia de Karim Benzema, internacional francés y campeón del mundo en 2018, por una publicación donde pedía rezar por los palestinos, pidiendo su expulsión del país y la retirada de la nacionalidad francesa, a pesar de que Benzema sea francés de nacimiento. En definitiva, creando un estado de alarma constante que facilita la supresión de derechos fundamentales a expensas de la polarización social.
El posicionamiento de numerosos países europeos al lado de Israel sin cuestionamiento está impactando a los propios gobiernos de esos países. Por ejemplo, varios embajadores franceses en países de Oriente Medio y Norte de África enviaron una carta conjunta al presidente Emmanuel Macron manifestando su inquietud por la ruptura con la postura tradicional francesa respecto al conflicto entre Israel y Palestina. Resulta sorprendente comprobar cómo muchos mandatarios internacionales parecen carecer tan siquiera de sentido de Estado y se dejan llevar por factores domésticos en lugar de por una visión más amplia de la escena política internacional.
Desinformar para deshumanizar
La desinformación no es sólo producto de profesionales de la información y de medios de comunicación que sacrifican la ética periodista frente al negocio; forma parte de campañas de desinformación especialmente diseñadas para influir a la población y polarizarla mediante la utilización de las redes sociales como vectores de desinformación. Esta viralización de informaciones falsas se ve favorecida por cambios en la monitorización de los contenidos que se publican en estas plataformas digitales. Por ejemplo, los cambios introducidos en X – antiguo Twitter – tras su adquisición por parte de Elon Musk han favorecido el auge de contenido falso y la difusión de discursos de odio. Cambios en los procesos de verificación de las cuentas y en los procesos de denuncia de contenido de odio e hiriente, junto con el despido de numerosos moderadores de contenido y la apuesta por un enfoque de moderación suave facilitan la difusión de lenguaje incendiario que parece incitar a la violencia.
Existen gobiernos con una demostrada trayectoria de difusión de campañas de desinformación en numerosos contextos, incluidos Irán, Rusia, India e Israel. Una investigación del diario Libération ha demostrado cómo en Francia, el ministerio de Asuntos Exteriores de Israel ha invertido más de 4 millones de euros en campañas publicitarias en redes digitales para difundir propaganda anti-Hamas. Francia es el país más afectado por la difusión de este tipo de contenidos, que encuentra un importante caldo de cultivo entre un fuerte lobby pro-sionista y el auge de partidos políticos de extrema derecha con narrativas identitarias esencialistas y anti migratorias.
El problema de la desinformación en el caso de Palestina, no sólo en el conflicto actual sino históricamente, es que resulta en una deshumanización de los palestinos, creando una jerarquía de seres humanos de distintas categorías que califican o no para ser protegidos por el derecho internacional. La desinformación tiene consecuencias muy graves para la protección de las vidas de los palestinos. La difusión de noticias falsas en las que se acusa a Hamás de cometer crímenes no reales contribuye a la deshumanización de los palestinos. La referencia a desarrollos políticos sacados de contexto contribuye a justificar el castigo sufrido por la población, pues “se lo tienen merecido”. La ausencia de información calibrada lleva a poner en tela de juicio incluso el derecho internacional humanitario, con personas que piensan que es un invento de algunas organizaciones internacionales, resultando en el cuestionamiento del consenso sobre el derecho en los conflictos armados como base del ordenamiento jurídico internacional.
La tregua de cuatro días acordada recientemente entre Israel y Hamas podrá proporcionar un poco de alivio a unos gazatíes asediados. Sin embargo, la limitación de esta ya es indicativa del escaso interés de ambas partes por poner fin a las hostilidades y de que la violencia continuará, así como la desinformación asociada a ella sin fecha de fin.