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De mal en peor en Israel

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(Para Radio Nederland)
Una y otra vez en la Palestina histórica parece cumplirse con matemática precisión la máxima de que todo lo que va mal puede empeorar aún más, hasta hacer de la paz un objetivo que hoy sólo proclaman los ilusos o los ignorantes de lo que allí sucede. Si ya se había convertido en un lugar común afirmar que los dirigentes palestinos no desaprovechan una sola oportunidad para arruinar cualquier posibilidad de mejorar las, por otra parte, mínimas perspectivas de paz en el marco del conflicto de Oriente Próximo, desde hace tiempo sus homólogos israelíes, con Ehud Olmert a la cabeza, compiten con fuerza para ser vistos de la misma manera.

Necesitado de un carisma que no posee e impulsado por el afán de dotarse de un proyecto propio, Olmert ha intentado crear una base de poder y un discurso propios, con la pretensión de ser percibido como un líder autónomo y no como una simple extensión obligada de la larga sombra de su antiguo jefe, Ariel Sharon. De ese modo, se ha embarcado en un proceso que ha arruinado toda posibilidad de diálogo con los palestinos; ha reocupado la Franja de Gaza (de la que realmente nunca se había retirado), añadiendo unos 300 muertos a una lista ya excesiva; ha llevado a cabo una guerra contra Hezbollah en territorio libanés, que a sus escasos resultados militares añade una sensación de derrota que pone en juego la idea misma de la invulnerabilidad israelí y la imagen de un ejército invencible; y, por último, ha tenido que olvidar el plan de retirada parcial de Cisjordania, que era la pieza fundamental del programa electoral de su propio partido (Kadima). En definitiva, ha dilapidado en apenas seis meses un importante capital político, de tal forma que, sin lograr un solo avance en sus planes, ni de victoria inapelable ni de sumisión definitiva de los palestinos, todo apunta a una inmediata caída del actual gabinete de coalición entre Kadima y los laboristas (con el Shas y el Partido de los Pensionistas como acompañantes menores) y, en consecuencia, a una convocatoria anticipada de unas elecciones en las que obviamente tiene mucho más que perder de lo que pudiera ganar.

Que en estas circunstancias, cuando ya se ha demostrado hasta la saciedad que la ocupación sostenida desde 1967 y la superioridad militar no le permitirán a Israel alcanzar su objetivo de ser admitido como un país normal entre sus vecinos, la decisión de Olmert haya sido la búsqueda de un socio como Avigdor Lieberman, muestra bien a las claras la desesperación y la confusión que mueve al actual Primer Ministro. Es cierto que la incorporación de Nuestra Casa Israel, con sus 11 escaños parlamentarios, le permitirá a corto plazo la aprobación del presupuesto para el próximo año y retrasar a un futuro indeterminado (pero no muy lejano) las próximas elecciones. Pero los costes de la elección de un compañero de viaje de las características de Lieberman son imposibles de calcular, aunque se adivinan insoportables no solamente para la propia coalición gubernamental sino para Israel en su conjunto.

Y esto es así porque, en función de su repetida actuación como ministro en dos gabinetes dirigidos por Ariel Sharon y de sus tan claras como simples propuestas programáticas, sólo cabe esperar lo peor. Se trata, no cabe olvidarlo, de un declarado racista que entiende que la eliminación física de los palestinos no debe ser descartada para lograr que Israel sea un Estado exclusivamente judío. Desde esos presupuestos de partida poco bueno puede esperarse de quien a partir de ahora va a ser nada menos que Viceprimer Ministro, lo que le da voz en el gabinete de crisis, y ministro de una nueva cartera denominada Amenazas Estratégicas, que más que atender a la que pueda representar Hamas o los palestinos en general se refiere principalmente a la que implica a Irán. Ya antes de empezar su nueva etapa política Lieberman ha logrado dos victorias nada desdeñables: ha forzado el cambio en el sistema electoral, para dar paso a un sistema presidencialista (contando con que él mismo se considera como el destinado a ocupar ese puesto desde el que logrará, por fin, resolver todos los problemas de Israel), y ha “robado” competencias y peso político a compañeros de coalición como Tzipi Livni, ministra de exteriores como miembro de Kadima, y sobre todo a Amir Peretz, devaluado ministro de defensa y cuestionado líder del partido laborista.

La paradoja está servida: Lieberman se encargará de asuntos estratégicos que plantean amenazas sustanciales a la existencia de Israel, cuando él mismo es una de las más claras amenazas que hay que neutralizar ahora mismo. De su gestión ministerial sólo cabe esperar que procure llevar a la práctica su propuesta de hacer desaparecer a los 1,3 millones de árabes israelíes del territorio de Israel, que no le tiemble la mano para realizar la “transferencia” (expulsión) de los 3,5 millones de palestinos de los Territorios Ocupados y que entre en una escalada, no sólo dialéctica, con una figura que tan bien cuadra a su talante visionario como el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad. Olmert debería recordar, mejor que cualquier otro, que Lieberman no tuvo reparos en abandonar su cargo ministerial en 2004, cuando Sharon aprobó el abandono de los asentamientos de Gaza. Su convencimiento de que es el único que puede salvar a Israel del desastre le llevará, más pronto que tarde, a oponerse y quién sabe si a imponerse a un líder tan débil como en definitiva es Olmert.

Mientras tanto, Peretz, en un ejercicio de amnesia voluntaria difícilmente justificable más que desde el puro apego al cargo, decide mantenerse en su demediado puesto de ministro de defensa, lo que implica sentarse a la misma mesa con quien dijo que nunca aceptaría como compañero de gabinete. Si su emergencia en la vida política nacional pudo ser interpretada como una voz fresca que volvía a poner el acento en la necesidad del diálogo y de la atención al notable deterioro social y económico que afecta ya a amplios sectores de una sociedad castigada por el exceso de violencia y militarismo, hoy aparece como un líder “quemado” y condenado a una nota a pie de página en la historia nacional.

Triste espectáculo y negros presagios a corto plazo para una región que se sumerge cada día más en una espiral que sólo anuncia más violencia, alejándose de las expectativas de paz de una ciudadanía israelí sin horizontes claros y de una población palestina doblemente castigada por una ocupación insoportable y una lucha abierta entre sus propios líderes.

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