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Colombia: de vuelta a la guerra

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Como dicen los viejos en Colombia, «eso se veía venir». Se veía así desde el comienzo, porque el proceso de paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno, nació, creció y murió pendiente de otros fines diferentes a los de la paz. El proceso comenzó mal: fue el fruto del afán electoral del entonces candidato y hoy presidente Pastrana, quien se reunió en la montaña con los líderes guerrilleros y de cuya reunión se publicaron las fotos que sirvieron, en parte, para que un segmento del electorado indeciso optara por Pastrana. Por su parte, a las FARC les beneficiaba tener un territorio bajo su control para tratar de avanzar en el reconocimiento internacional y en la cualificación de su ejército irregular.

El comienzo de las negociaciones no fue transparente. Como decía el periodista Caballero, ambos llegaron mintiendo a la mesa: el gobierno negando la ya muy comprobada relación entre los grupos paramilitares y la Fuerza Pública, y la guerrilla negando su sistemática práctica del secuestro, no fue ni en el comienzo ni el final del proceso la honestidad un elemento presente.

A diferencia del proceso que a finales de 2001 se proponía al ELN, la entrega de una zona de distensión a las FARC no tuvo ninguna contraprestación de respeto a los derechos de la población civil por parte de la guerrilla. Son numerosos los casos de vulneraciones sistemáticas de principios fundamentales por parte de una guerrilla que reprodujo en mucho la noción del Estado represor y en nada la noción de Estado social, a extremos tales como practicar pruebas de VIH/Sida a todo un pueblo, o amenazas con fusilamientos a las mujeres que ejerzan la prostitución.

Durante los tres años que duró la zona en manos de las FARC y las mesas de negociación, la paz daba dos pasos adelante y tres atrás, pues fue un proceso sin contar con la llamada “sociedad civil” de manera efectiva para que la misma población colombiana dijera que tipo de país quería fruto de un proceso de paz, sin contar de observación internacional, sin permitir de manera decida y seria un acompañamiento de la comunidad internacional a las negociaciones, dilatando cada vez más las negociaciones definiendo fórmulas procedimentales antes que precisando aspectos de fondo. Tres años en que la zona del despeje fue más un fin en sí que un medio para la paz, por eso la causa última de la ruptura del proceso no es en sí relevante.

Pero luego de tres años, ya el casi expresidente Pastrana tiene poco que perder o que ganar con un proceso de paz desgastado y desacreditado y en el que muy pocos colombianos tenían esperanzas, a pesar de que la inmensa mayoría comparta la necesidad de hallar salidas para el conflicto armado. A ese descrédito en aumento, se suma el avance de posiciones de extrema derecha tanto en lo político (aumento de la intención de voto por Alvaro Uribe Velez) y en lo militar (crecimiento del poder militar y de cierto respaldo político al fenómeno paramilitar de las AUC), lo que condimentó aún más la ruptura del proceso.

Queda entonces la guerra para la cual ni el Estado ni las FARC han dejado de prepararse en este tiempo, ya miles de soldados están dispuestos a recuperar la zona del despeje con el apoyo explícito de los Estados Unidos, los otros miles de guerrilleros que salgan de esa zona continuarán la guerra de guerrillas y sin duda la intensificarán, otros tantos paramilitares -que ya están cerca de la zona en cuestión- empezarán las sangrientas pero ya esperadas masacres y represalias contra la población civil por el sólo hecho de haber convivido durante este tiempo con la guerrilla, y queda una gran incertidumbre sobre una salida pacífica que afecta también la credibilidad en el proceso con el ELN.

En un gesto típico del actual gobierno, éste dio sólo 48 horas a la ONU para intermediar en el proceso, cuando durante tres años la comunidad internacional había estado poco menos que marginal por voluntad del gobierno y también de la propia guerrilla de las FARC. Luego del esperado fracaso de la ONU, por su poco papel previo, el poco tiempo y la sensación de «no retorno» entre las partes, sólo quedan los tambores de guerra que, peligrosamente, son aplaudidos por un porcentaje no despreciable de colombianos, especialmente de la clase media urbana, una clase media que atrincherados en las ciudades desconocen la real intensidad de la guerra en las zonas rurales.

Ojalá tuviera más eco la voz de las numerosas ONG que han dicho: “reiteramos que el proceso de paz es patrimonio de todos los colombianos y colombianas que insistimos en la construcción democrática de la paz y no sólo un espacio reducido a las partes enfrentadas en el conflicto armado”, pero sin sociedad civil en la mesa, sin observadores internacionales, con paramilitares operando con el apoyo de las Fuerzas Armadas, con guerrillas arrogantes basadas en el poder de las armas y no de las ideas, sin acuerdos humanitarios que pongan fin a los abusos que todas las partes del conflicto hacen contra la población civil, es muy difícil remendar un proceso cuyo final ya se veía venir.

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