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¿Pueden los varones ser civiles?

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Con ocasión de la guerra de Afganistán han coincidido en su discurso un Estado y una institución internacional: Pakistán y ACNUR (Oficina de Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados). El primero, abrió de manera intermitente sus fronteras estableciendo un régimen especial para aceptación de refugiados: mujeres y niños. Y la segunda, ha hecho su publicidad -por lo menos en el caso español- invitando a ayudar a mujeres y a niños.

Ambos coinciden en negar una noción del derecho internacional humanitario aplicable también a los varones, el derecho a ser civil, y una noción básica de los derechos humanos como es la presunción de inocencia. Es cierto que los varones pudieron haber perpetrado en la cotidianeidad de sus hogares violaciones de los derechos de las mujeres más graves que el fatídico burka, pero ¿eso es razón suficiente para que se les niegue el derecho a ser civiles y a ser refugiados?

Que un Estado miembro de las Naciones Unidas como Pakistán, manipulado por unos y otros, temeroso de su propia capacidad receptora de refugiados aplique los principios del Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados de 1966 de manera selectiva es ya un motivo de preocupación, pero que sea el mismo ACNUR, el guardián moral de la Convención de 1951 y del citado Protocolo, quien que rompe su propia lógica es inadmisible.

Esta guerra no sólo ha lesionado seriamente las normas del derecho internacional público, sino también la percepción social de la validez de dichas normas, con lo cual el círculo parece cerrarse. La presencia en múltiples comentarios de los medios de comunicación de justificaciones a las acciones militares de la OTAN en la antigua Yugoslavia y la satanización de todo lo relacionado con sus enemigos, ha llevado a que se trate de imponer un discurso de doble rasero que, por sí mismo, lesiona la base de los principios humanitarios.

También sería un doble rasero presuponer la debilidad de la mujer y asegurar la condición de combatiente del varón. Lo primero, por cuanto que no se puede decir que ante una situación de persecución generalizada, una mujer sea necesariamente más víctima que un varón (en el caso de la antigua Yugoslavia la violación como “arma de guerra” no nos permite hablar de una persecución generalizada sino de una persecución con una clara especificidad de género, pero éste no es el caso). En lo segundo, porque hay hombres que no optan por las armas, siendo claro en el derecho humanitario los requisitos que debe cumplir un combatiente para ser considerado como tal y no basta, por lo tanto, con ser varón.

Como la gallina que se cree encerrada en un círculo de tiza dibujado en el piso y no lo transgrede, la ética debe ser un concepto a vigilar precisamente por quienes creen, o dicen creer, en ella y por tanto, no la transgreden. Por eso, las ONG de derechos humanos aceptaban el derecho de Pinochet, por ejemplo, a tener un juicio justo y gozar del debido proceso. Así mismo, sin desconocer las numerosas  injusticias contra las mujeres día a día, y hasta por ello mismo, la convicción de que los derechos de los varones en la guerra de Afganistán a ser civiles no es una mera opinión coyuntural, es una premisa basada en que los derechos humanos lo siguen siendo a pesar de las mayorías y de que la fe en la dignidad cobija a todos los seres de la especie humana, fe sin la cual no sería posible, tampoco y con tanta razón, hablar a favor de esas mujeres y de esos niños víctimas de la guerra

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