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Myanmar: algo más que un desastre

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Mapa de áreas afectadas a día 6 de mayo. Fuente: ITHACA, Agenzia Espaziale Italiana y WFP. Cedido por ReliefWeb.

(Para Radio Nederland)
Durante los años noventa tuvo cierto éxito en el ámbito humanitario y de cooperación, la expresión «emergencias complejas» para referirse a situaciones en las que diversos factores, naturales, políticos, económicos,… se producían simultáneamente en ciertos países, ocasionando situaciones de emergencia y  causando un enorme sufrimiento humano. Algunos autores y ONG preferían el término emergencias políticas complejas, lo que ponía énfasis en las causas, y otras instituciones preferían usarlo como emergencias humanitaria complejas que, obviamente, hablaba de efectos y no de causas. Pero todos coincidían en las ideas de complejidad y multicausalidad que, a la postre, generaban enorme sufrimiento a miles de seres humanos. El término se usó por vez primera en los últimos tiempos de la guerra en Mozambique, en los que la perversa coincidencia con fenómenos de origen natural, puso al borde de la muerte a miles de personas vulnerables. Y algunas agencias humanitarias y la propia ONU lo siguen utilizando. Por algo será.

Pues bien, si en algún caso aparece meridianamente clara esta idea de complejidad y, por tanto, de las dificultades a las que se enfrenta el trabajo humanitario es en la crisis ocasionada por el tifón Nargis en Myanmar. Los devastadores efectos de un fenómeno natural, no evitable pero si predecible y por tanto susceptible de ser mitigado, se suman a la incompetencia, la represión política, la manipulación, la falta de participación ciudadana en la vida pública y, evidentemente, la pobreza, para conformar un panorama desolador. No sólo por los dramáticos efectos que vemos al día de hoy, sino por las previsiones de que con la actual actitud del régimen birmano algo pueda mejorar en los próximos días.

El comportamiento del gobierno birmano a lo largo de la crisis ha sido de «Manual». De manual del gobernante manipulador, inepto y oportunista, que analizará el cómo pueden afectarle ciertas decisiones antes de tomarlas. Y, por supuesto, pensará en su futuro antes que en el de sus ciudadanos. Por eso, como muchos otros gobernantes de otros países en situaciones similares ha seguido el «Manual». Primero minimizar las cifras del desastre y tratar de transmitir el que «todo está bajo control». A continuación, presionado por las imágenes que transmiten los medios de comunicación, reconocer la magnitud de la tragedia, pero hacer creer que su gobierno la resolverá de modo adecuado, movilizando el orgullo y la dignidad nacional, y negándose a recibir ayuda internacional. Más tarde, ante la evidencia de los datos y el crecimiento de las cifras de muertos y afectados, realizará un llamamiento internacional de ayuda que, a continuación, tratará de boicotear, a menos que pase por sus manos y sea gestionado por su gobierno. Y en eso estamos. La siguiente página del manual dice que dejará entrar la ayuda internacional pero intentará manipularla y poner ciertas condiciones.

Lamentablemente esa actitud de las autoridades birmanas está agravando la situación de las víctimas y su acceso a la ayuda de emergencia. Pero no seamos simplistas, muchos gobiernos de muy diverso signo se han comportado del mismo modo, y ciertas actitudes internacionales no contribuyen a mejorar la situación de las poblaciones afectadas por el desastre. Declaraciones, también de manual de esposa de Presidente en horas bajas, como las de Laura Bush, o de su hija, increpando al régimen birmano, están fuera de lugar. Como también lo está el sensacionalismo de ciertos medios que, antes de que la ayuda llegue ya nos dicen que está siendo robada por los militares, ¿en que quedamos?

Pero lo que tragedias como la que hoy sufre Myanmar ponen de manifiesto, y a ello no se presta atención, es la inadecuación de las normas e instituciones internacionales para prevenir y responder a estas situaciones. Por raro que pueda parecer en un mundo donde existen leyes y normas para cualquier cosa, no existe aún un Derecho Internacional de Respuesta a las Desastres que estableciera obligaciones para los Estados en materia de ayuda de emergencia cuando su capacidad se haya visto desbordada y su población corra peligro. Y que estableciera también derechos de las víctimas para el acceso a esta ayuda. Resulta paradójico que, así como en el caso de los conflictos armados -que parecería una situación más difícil- existe el Derecho Internacional Humanitario que establece ciertas obligaciones a los contendientes, o se estén abriendo camino iniciativas como la Responsabilidad de Proteger, no se haya puesto en marcha algo similar para los desastres naturales. La iniciativa del Movimiento Internacional de Cruz Roja y Media Luna Roja y otras instituciones de abordar esta tarea camina a paso de tortuga y los Estados no están colaborando de modo eficaz en ello. Tras el tsunami asiático parecía que se aceleraba esta propuesta pero hasta hoy no se ha concretado nada.

Desde la perspectiva institucional las cosas han mejorado bastante y la existencia del Fondo Central de Respuesta a Emergencias (CERF) en la ONU, fortalecido en 2006 y coordinado por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), está facilitando la movilización rápida de fondos y recursos. Pero esos recursos serán poco valiosos si las autoridades birmanas siguen poniendo trabas administrativas a la entrada de personal especializado y bienes de primera necesidad al interior del país.

Tratemos de resolver hoy con urgencia los problemas de acceso  a la ayuda en Myanmar, pero avancemos en la reforma del conjunto del sistema internacional reprevención y respuesta ante desastres para que la próxima vez, que la habrá sin duda, algo hayamos mejorado.

Mapa de áreas afectadas | Entrevista a Francisco Rey en RN

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