Chiísmo y resistencia en el sur de Irak

Las reiteradas manifestaciones celebradas en Bagdad y otras ciudades de Iraq, con una masiva presencia de ciudadanos de confesión chií, en contra de la ocupación militar anglo-norteamericana, suponen la continuidad de un proceso organizado de resistencia y oposición iniciado por la comunidad chií iraquí, mayoritaria en el país. Dicho proceso comenzó a principios del mes de abril con el asesinato del clérigo chií Abdel Mayid Al Joei, designado unilateralmente por las tropas ocupantes como administrador de la ciudad de Nayaf. Posteriormente las celebraciones religiosas chiíes conmemorando el martirio del Iman Hossein se convirtieron también en manifestaciones multitudinarias contra la presencia militar foránea y a favor de la creación de un gobierno de carácter islámico.
El nuevo administrador civil para Iraq, Paul Bremer, tendrá que hacer frente no sólo al deseo de la comunidad chií de terminar con la presencia militar extranjera sino también a las reivindicaciones de los dirigentes chiíes de convertir a Iraq en un Estado islámico. El chiismo parece convertirse una vez más, como ya sucedió en Irán tras el triunfo revolucionario islámico en 1979 o en la guerra civil libanesa, en el principal opositor político a los designios estadounidenses para Oriente Medio. Por lo tanto, se hace necesario reflexionar sobre el origen y naturaleza del chiismo, sobre cuáles son los principales fundamentos ideológicos que le convierten en una activa arma política de resistencia y sobre la posibilidad de que los chiíes iraquíes acaben convirtiéndose en un escollo infranqueable para la administración norteamericana de Iraq.
En sus orígenes la aparición del chiismo significó la ruptura de la unidad del dogma islámico que había permanecido inmutable desde los tiempos del profeta Mohammad. A su muerte, sin haber designado un sucesor, se produjeron las primeras disensiones dentro de la comunidad islámica sobre quien debía precederle como califa. La mayoría de los compañeros del profeta decidieron, a través del consenso, proclamar a Abu Bakr, mientras un grupo minoritario de compañeros, los denominados chiíes, consideraron dicho consenso como fraudulento y al margen de los usos islámicos.
Chií significa «partidario o seguidor de Ali». Ali Ibn Abi Talib, primo y yerno de Mohammad, es considerado por los chiíes como el legítimo sucesor del profeta, considerando sus lazos de parentesco y su vida ejemplar como confidente del profeta. A juicio de los chiíes, en Ali y en su descendencia debería haber recaído la legitimidad política y religiosa del Islam. Los chiíes consideran a los 12 santos imames (todos ellos descendientes del linaje de Ali) como los verdaderos seguidores e interpretes del mensaje revelado. Esos doce imames simbolizan para los chiíes los representantes válidos de Allah en la tierra, los cuales aglutinaban tanto la legitimidad religiosa como política del Islam. El chiismo pues, desde sus inicios, se presenta como un movimiento de oposición a la gran mayoría sunní que heredó (según los chiíes) de manera fraudulenta la legitimidad del Islam.
Los principales aspectos de la doctrina chií utilizados como una activa arma política son el imamato, el martirio y la espera del Mahdi.
El reconocido experto en chiismo, Sayeed Hossein Nasr, lo expresa así en el prólogo del libro «El Islam chií» escrito por Allamah Tabatabai (eminente sabio religioso iraní): «De acuerdo a la visión chií el sucesor del profeta del Islam (el imam) debe ser alguien que no solamente gobierne sobre la comunidad con justicia si no también capaz de interpretar la Ley divina en su significado esotérico»… «de aquí que deba ser alguien libre de error y pecado, elegido por decreto divino o a través del profeta».
Algunos de los ulemas chiíes de finales de siglo tan influyentes como el iraní ayatollah Khomeini, el iraquí Mohammad Baqir al-Sadr o el libanés Sayed Hassan Nasrallah han recogido la idea del Imamato para incitar al clero chií a tomar parte activa en los asuntos políticos de la comunidad. De acuerdo a estos pensadores, los clérigos, en ausencia del ultimo Iman (el Mahdi), son los individuos más capacitados para guiar a la comunidad. El Mahdi, o el esperado, representa al último Iman de la saga que se ocultó ante las presiones de los califas sunníes esperando el momento adecuado para reaparecer.
Esta aparición todavía no se ha producido, pero todo buen chií debe estar preparado para su venida. Esto lleva a que los chiíes deban estar constantemente movilizados y organizados para recibir al Mahdi, pues nadie sabe cuando hará su aparición.
Por lo que respecta al martirio, es un hecho ampliamente reconocido que goza de especial significación en el mundo chií. De hecho, de los 12 imames once de ellos fueron asesinados y el último, como ya se ha reseñado, se ocultó para preservar su vida. Las celebraciones más relevantes de la comunidad chií precisamente exacerban el martirio de los hijos del imam Ali, por lo tanto no hay nada más loable que seguir el ejemplo de los imames que dieron su vida por la causa.
El chiismo contiene, en consecuencia, una serie de valores y conceptos que activados convenientemente lo convierten en una potente ideología de resistencia, tal como se identifica ya en su origen de oposición a los todopoderosos califas suníes. A lo largo de su historia el clero iraquí, sobre la base de su conciencia como depositarios del autentico legado del profeta y sus propias fuentes de financiación (donaciones), ha mantenido un gran margen de autonomía e independencia con respecto al poder político (fueran las dinastías sunníes omeyas, abasidas, otomanas o hachemíes que gobernaron sucesivamente Iraq) y se significaron tras la primera guerra mundial como los principales opositores a la dominación colonial británica en Iraq.
Durante el régimen de Sadam Husein, el clero chií, organizado en torno a las mezquitas de Nayaf, Karbala y Basora, se convirtió en el único refugio de la identidad chií frente al totalitarismo baasista suní que aniquiló cualquier otro tipo de expresión política. El estamento clerical se convirtió en el receptor de las reivindicaciones sociales y económicas de las masas populares chiíes, creando sus propias redes clientelares, emergiendo como un gran poder en la sombra frente al gobierno central de Bagdad.
Bajo este cúmulo de circunstancias históricas, políticas y sociales la gobernabilidad del sur de Iraq por parte de una administración estadounidense presentara enormes dificultades. La imposición de una democracia liberal bajo la ocupación militar de tropas anglo-norteamericanas no resultará atractiva a una sociedad muy alejada culturalmente de ese tipo de referentes y tradicionalmente insumisa al poder de Bagdad. Gradualmente la población chií percibirá a la coalición de tropas extranjeras encargadas de la seguridad (entre ellas las españolas) no como un ejercito de liberación sino de ocupación. La represión de las manifestaciones chiíes «manu militari» y la muerte de civiles iraquíes, así lo atestiguan.
La única baza con la que podría contar Paul Bremer es intentar aprovechar las disensiones existentes entre los diversos líderes religiosos que pugnan por el control político del sur de Iraq, pero esta labor parece harto difícil. La ocupación militar extranjera del territorio donde se encuentran los principales santuarios chiíes (Nayaf, Kerbala, Samarra, etc.) supone una aberración para todos los chiíes del mundo, comparable a la que supondría para los suníes la ocupación de La Meca (recordemos que uno de los principales pretextos que esgrimió Bin Laden para lanzarse a su carrera terrorista fue la presencia de tropas estadounidenses en Arabia Saudí, territorio sagrado del Islam.)
Bajo esta premisa parece difícil que los clérigos chiíes puedan pactar con la administración norteamericana. Precisamente el asesinato del clérigo Abdel Mayid Al Joei en el interior de una insigne mezquita de Nayaf, un lugar sagrado para los chiíes está cargado de un gran simbolismo político que alerta a sus dirigentes sobre las nefastas consecuencias de someterse al extranjero. Las circunstancia actuales en el sur de Iraq hacen más que posible que algunos líderes chiíes promuevan la Yihad contra las tropas invasoras, y su consecuencia podría ser la conversión de Iraq en un «nuevo Líbano» para los ejércitos ocupantes.