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Ahmadineyad, un mal compañero de viaje atrapado en su personaje

Libi

(Para Radio Nederland)

Cuando se mira a los actores estatales que han sido los más relevantes en cada periodo histórico se constata, de manera abrumadora, que esas posiciones han estado ocupadas por aquellos que ostentan en cada momento la superioridad militar sobre todos los demás.

Mal, muy mal tiene que ver su propia situación Mahmud Ahmadineyad para volver a repetirse de la manera que lo ha hecho en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, insistiendo en su estrambótico cuestionamiento del holocausto nazi o de la autoría de los atentados del 11-S. Podría decirse, sin que esto sirva de disculpa en ningún caso, que entre todos lo hemos obligado a ello, hasta el punto de que hoy, atrapado en el personaje que se ha creado, le resulta imposible salirse de él.

Por una parte, debe creer que este es el único modo de mantener su mínima cuota de protagonismo mediático en el escenario internacional. Con declaraciones de este tipo, y aunque provoque el momentáneo abandono de la sala por parte de los representantes de muchos países- entre ellos los de Estados Unidos y los de los Veintisiete-, se asegura por un día los titulares de toda la prensa internacional. A cada medio corresponde calibrar si la respuesta a este tipo de exabruptos debe ser el silencio o su multiplicación urbi et orbe; pero mientras tanto, el presidente iraní puede sentirse reconfortado en su afán de ser visto como un líder mundial con aspiraciones de liderazgo al menos en Oriente Medio, cuando no en todo el mundo musulmán.

Por otra, interesa recordar que su perfil populista es el que le ha permitido llegar hasta la presidencia de la república islámica. Insistiendo por este camino busca, entre otras cosas, reforzar su propia base de poder- asentada básicamente en su afiliación como un pasdaran encuadrado en el Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica, que hizo frente a las tropas de Sadam Husein en los años ochenta del pasado siglo, y que hoy es un poderoso actor político y económico en la escena nacional. Además, su permanente esfuerzo por aparecer como un iraní de a pie es una apuesta que aspira a incrementar su resistencia contra sus rivales políticos- a la cabeza del establishment de la revolución jomeinista, a los que acusa de enriquecimiento y desvío del camino revolucionario.

En esa permanente lucha cainita por el poder que lleva tiempo desarrollándose en Irán, Ahmadineyad sabe que no cuenta con el apoyo total del líder de la revolución, Ali Jamenei, y que el impacto de la crisis económica que sufre el país- agravada por la sucesión de sanciones internacionales contra el régimen- le resta progresivamente atractivo ante una ciudadanía que ve empeorar notablemente su nivel de bienestar. Visto así, el presidente iraní no hace más que echar mano del viejo recurso de desviar la atención hacia el exterior- apelando al tan desgastado como aún eficaz «el mundo no nos quiere ni nos comprende» y a propagar lemas supuestamente antiimperialistas-, en un intento por activar el sentimiento nacionalista frente al asedio de los enemigos externos.

En otras latitudes, como en Latinoamérica, hay gobiernos, como el de Hugo Chávez ahora- pero también otros como los de Bolivia, Colombia o Brasil en varios momentos-, que por diferentes motivos han optado por buscar la compañía de Ahmadineyad. Es bien sabido que la amistad no existe entre países y gobiernos, sino únicamente entre personas y, por tanto, conviene no confundir este noble sentimiento con la más pura real politik, dado que los países no se mueven preferentemente por simpatías/antipatías personales sino por mero cálculo de defensa de intereses.

En el caso venezolano es inmediato entender que la sintonía entre Caracas y Teherán responde a una coyuntural confluencia de intereses en clave energética, puesto que ambas capitales llevan tiempo aunando sus fuerzas en el marco de la OPEP para mantener (e incluso incrementar) los precios del petróleo. Disfrazados de «gladiadores del antiimperialismo»- como a ellos mismos les gusta denominarse- ambos mandatarios aspiran no solo a complicarles la vida a los países importadores sino, sobre todo, a poder mantenerse en sus puestos haciendo uso de las rentas de las respectivas riquezas nacionales para profundizar en su visión clientelar y paternalista del poder. Da igual si para ello hay que adornar el proceso con lecturas rocambolescas de la historia o defender, como Chávez ha hecho hasta hoy, a personajes tan siniestros como Muamar el Gadafi.

Por debajo de la representación teatral antiimperialista que pretende convencer a quien quiera oírlo de que Teherán y Caracas luchan por un mundo mejor, se desarrolla otro proceso menos llamativo pero quizás más interesante. Aunque finalmente la visita de Ahmadineyad a Caracas no ha podido celebrarse- lo que solo puede entenderse como un notable deterioro en el estado de salud de Chávez- cabe imaginar que el gobierno venezolano- el mismo que mantiene a Washington como cliente comercial preferente- procurará concretar otro paquete de ayuda iraní para financiar la construcción de otras 10.000 viviendas en tres Estados del país. Igualmente, diga lo que diga en la ONU, Ahmadineyad seguirá interesado en seguir negociando con Washington el reparto de poder en el Golfo Pérsico, consciente de que el deseo de Obama de salir de Irak le abre la puerta para convertirse, como desea desde hace tiempo, en el líder regional.

En suma, tantos unos como otros (Washington incluido) manejan, como mínimo, un doble juego en el que normalmente lo importante no es precisamente lo que va a ocupar los titulares. A la hora de elegir a los compañeros de viaje para defender los intereses propios, tal vez conviene no dejarse llevar por la capacidad mediática de aquellos que con menos escrúpulos se dedican precisamente a buscar cómo ocupar la portada a toda costa.

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