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¿Y si le damos una oportunidad a la seguridad humana?

Para Equaltimes

Leonardo Muñoz/AFP

Acelerado por el impacto de la guerra en Ucrania y la creciente tensión en el área Indo-Pacífico, convertida ya en el centro de gravedad de la agenda internacional por ser allí donde de manera más clara se visibiliza la competencia estratégica entre Estados Unidos y China, el gasto militar mundial sigue al alza por octavo año consecutivo. Así lo expresan los datos publicados recientemente por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), confirmando que en 2022 se ha vuelto a batir un récord histórico al alcanzar la cifra de 2,24 billones de dólares, lo que supone un incremento del 3,7% en términos reales (6,5% en términos nominales) respecto al año anterior.

Visto desde la perspectiva clásica de la seguridad de los Estados –que asume en términos generales que cuantas más armas se posean mayor será el nivel de seguridad alcanzado– cabría interpretarlo como una buena noticia, dado que implica contar con más medios para defenderse de cualquier posible amenaza a los intereses propios y con una mayor capacidad de disuasión frente a potenciales enemigos. Pero de inmediato, en cuanto se repasan los datos sobre el número de conflictos estatales registrados en lo que llevamos de siglo XXI, siguiendo los datos de la Universidad de Upsala a través de su reconocido programa sobre conflictos, si en 2001 había 33 focos activos en diversas partes del planeta, veinte años después ya eran 54. Y aunque la complejidad del fenómeno violento no se puede reducir a una sola clave, parece elemental concluir que, visto tanto a escala global como local, no se sostiene la idea de que más armas suponga más seguridad.

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