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Tripoli, estación terminal

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(Para Radio Nederland)

Aunque no es fácil determinar cuándo, cómo, ni dónde se producirá la rendición definitiva de Muamar el Gadafi, sí lo es entender que el tiempo comenzó a correr netamente contra sus intereses en el momento en el que los principales actores internacionales implicados en la operación «Protector Unificado» (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña e Italia) se decidieron a declarar públicamente que «Gadafi no tenía cabida en el futuro de Libia». A partir de ese instante ya solo era cuestión de tiempo que las fuerzas rebeldes, con el apoyo determinante de la OTAN, terminaran por imponerse. Trípoli es hoy la estación terminal de un camino que, en todo caso, no despeja la incertidumbre sobre el futuro del país.

Pocas dudas puede haber de que el mundo, y sobre todo Libia, es un lugar mejor con el dictador libio fuera de combate. En sus casi 42 años de férreo control sobre vidas y haciendas no ha tenido reparos en eliminar a sus opositores, en promover el terrorismo internacional en sus más variadas formas y en buscar por todas las vías posibles la posesión de armas de destrucción masiva. Tanto esos antecedentes como su desprecio por los derechos humanos y cualquier forma real de democracia eran bien conocidos por la comunidad internacional y, sin embargo, nada de eso impidió que se le rindiera pleitesía en estos últimos años. Solo ahora, cuando el efecto contagio de las revoluciones árabes moviliza a buena parte de la población libia, algunos se han apresurado a condenar al sátrapa a la hoguera. Y ni siquiera entonces han puesto toda la carne en el asador, temerosos de verse empantanados en un nuevo escenario bélico cuando todavía siguen abiertos otros como Irak y Afganistán.

A la espera de que se vayan despejando las numerosas incógnitas acumuladas tras seis meses de violencia, interesa fijar algunas referencias:

Esto no ha terminado todavía – Es evidente que los llamados rebeldes han entrado ya en algunas zonas de la capital, capturando incluso a algunos significados miembros del clan de Gadafi. Pero eso no significa que el régimen haya colapsado ni que las fuerzas leales hayan abandonado el combate. Los datos difundidos proceden, en gran medida, de los propios rebeldes, por lo que no cabe interpretarlos como información totalmente fehaciente. No deja de resultar notable que ningún gobierno occidental (ni la OTAN) haya declarado la toma de la ciudad. Junto a un posible descalabro militar, no cabe descartar (como ya ocurrió en las primeras fases de los combates) que la ausencia de una resistencia a toda costa indique un cambio hacia una táctica de guerrillas que puede prolongar el conflicto indefinidamente. Por otra parte, aún quedan otras localidades, Sirte y Sebha entre ellas, como bastiones leales a Gadafi.

La OTAN, actor clave – Por si todavía fuera necesario demostrarlo, el desarrollo de la actual ofensiva- El Alba de la Sirena- pone de manifiesto que sin la participación directa de la OTAN los rebeldes no habrían podido alcanzar ninguno de sus objetivos militares. Solo la abrumadora cobertura aérea aliada y su asesoramiento para coordinar una operación terrestre que se ha desarrollado simultáneamente en tres frentes- aunque el procedente de Zawiya ha sido el esfuerzo principal- ha permitido a las descoordinadas e inexpertas fuerzas rebeldes inclinar la balanza a su favor.

Precedente inquietante – Interesa recordar que las Resoluciones 1970 y 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU se aprobaron para atender una crisis humanitaria y para proteger a los civiles amenazados. Sin embargo, muy pronto la Alianza se convirtió en el componente aéreo de los rebeldes, optando por tanto por uno de los bandos combatientes y forzando más allá de lo aconsejable las citadas Resoluciones. Por muy deseable que sea la desaparición de Gadafi de la escena política no puede validarse cualquier método para lograrlo. Además, la inocultable manipulación del principio de responsabilidad de proteger, para provocar a un cambio de régimen al viejo estilo, establece un precedente negativo que puede arruinar futuros esfuerzos por responder a situaciones similares de amenaza a civiles.

La UE, desaparecida en combate – Aunque lo mismo puede aplicarse a otros actores, destaca negativamente la falta de protagonismo de los Veintisiete tanto en la prevención como en la gestión y resolución de la crisis libia. Una vez más, y ya son demasiadas, se ha puesto de manifiesto el nacionalismo cortoplacista que lleva a cada una de las capitales comunitarias a olvidarse de la necesidad de dar una respuesta común a problemas que afectan a todos. La mezcla de intereses geoeconómicos mal entendidos (que han llevado durante décadas a apostar por socios impresentables) y la falta de voluntad política y liderazgo ha debilitado un poco más a una Unión que parece renunciar a ser un actor relevante, incluso en su propia periferia.

Futuro de Gadafi – Aun en el supuesto de que finalmente Gadafi, sus hijos y los más fieles al dictador sean detenidos no debe darse por descontado, como se está comenzando a dar por hecho, que serán inmediata y automáticamente entregados a la Corte Penal Internacional. Antecedentes como el egipcio hacen pensar que las nuevas autoridades podrían optar por rentabilizar ese activo no solo para demostrar su control del país en todos los terrenos, sino, mucho más aún, para emplearlo a su favor en términos políticos. Igual que el juicio contra Mubarak cabe interpretarlo como un intento del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas de desviar la atención popular, el Consejo Nacional Transitorio puede estar tentado de hacer lo mismo para aliviar la presión que la ciudadanía libia puede ejercer para acelerar el deseado cambio de régimen.

La democracia, solo una opción entre otras – Si se observa lo ocurrido hasta ahora en Túnez y Egipto, es inevitable llegar a la conclusión de que todavía no se ha producido ningún cambio de régimen (solo ha habido algún cambio de caras). La instauración de un sistema auténticamente democrático es solo una de las opciones posibles y, por muy anhelado que sea para una buena porción de la ciudadanía árabe, son muy poderosos todavía los actores (locales e internacionales) interesados en mantener sus privilegios a la cabeza de sistemas que puedan controlar en función de sus propios intereses. Si a eso se le une en el caso libio la conocida fragmentación entre la Cirenaica y la Tripolitania y el nada atractivo perfil de buena parte de los líderes rebeldes es obligada la cautela a la hora de apuntar por un futuro democrático para Libia.

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