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Tigray, la herida que no cesa: un ejemplo de la impunidad frente a los ataques a la población civil y la misión médica

El presente artículo pretende esbozar los riesgos a los que ve expuesta la acción médico-humanitaria en zonas de conflicto; en particular, Médicos Sin Fronteras. Tigray es un ejemplo doloroso y abierto de los riesgos a los que nos enfrentamos. El 24 de junio de 2021, tres trabajadores humanitarios fueron asesinados en una carretera, a unos 50 minutos de Abi Adi, la base de operaciones de uno de los equipos de Médicos Sin Fronteras en la región, mientras se dirigían a evaluar las necesidades médicas en una población cercana. Los ataques a la misión médica y otros objetivos puramente vinculados a la población, como escuelas, guarderías o mercados, se han convertido en una tónica generalizada en algunos contextos, los cuales, en la mayoría de los casos, quedan congelados en un limbo de absoluta impunidad. Esta es una tendencia muy preocupante en el contexto médico-humanitario, pues sin unas mínimas condiciones de seguridad y de respeto por la acción médico-humanitaria por parte de todos los actores implicados en el conflicto, el espacio humanitario se reduce enormemente, dejando a las poblaciones desprovistas de cualquier alivio.

La falta de asunción de responsabilidades de aquellos que infringen dolor y sufrimiento de manera intencionada, sumada a la impotencia por las dificultades de acceso a las poblaciones, es una herida que no cesa. Este artículo pivota sobre ambos conceptos para acercarse a los asesinatos aún sin resolver de nuestros compañeros, con una mirada más global a las limitaciones de la práctica médico-humanitaria y la necesidad de proteger la misión médica en zonas de conflicto.

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