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Sobre los ejércitos humanitarios

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Con la denominación de «humanitaria» que hace el gobierno español de su participación en la guerra, se avanza en el uso instrumental de esa palabra. Desde la intervención humanitaria hasta la guerra preventiva, las justificaciones bélicas no dudan en echar mano de todos los argumentos posibles, incluida la deformación del lenguaje, como llamar «daños colaterales» a los crímenes de guerra. Pero, más allá del pacifismo radical o del belicismo militante, preguntémonos si un ejército podría ser humanitario.

Lo primero es definir la acción humanitaria. En el libro «El debate humanitario» (Icaria, 2002) la definimos como «el conjunto de actividades de protección y asistencia, en favor de las víctimas civiles y militares de desastres de causa natural, de conflictos armados y de sus consecuencias directas, orientadas a aliviar el sufrimiento, garantizar la subsistencia y proteger los derechos humanos. Esto implica además de la ayuda, la garantía del acceso de la población civil a tales bienes y la protección de los beneficiarios».

La regulación de lo humanitario en los conflictos armados la encontramos en el derecho internacional humanitario (DIH). Estas normas imponen unos deberes a las partes combatientes, la de «recoger y asistir a heridos y a enfermos», de donde se deduce que las partes de un conflicto no son ajenas al quehacer humanitario. Ahora bien, el cumplir un mandato jurídico no genera privilegios; el cumplimiento del DIH no genera ningún tipo de cambio en el estatuto jurídico de las partes. Un ejército está obligado a cumplir con el DIH, pero tal cumplimiento no hace que deje de ser parte del conflicto para volverse organización humanitaria. Si aceptásemos tal cambio, estaríamos diciendo que todo ejército, en cuanto teóricamente debe respetar el DIH, sería un ejército humanitario.

La otra posibilidad es la de un ejército cuyo fin es lo humanitario, un ejército cuyo fin último no es la guerra ni, aceptando sus argumentos, la preservación de la paz, sino hacer ayuda humanitaria. En tal caso no estamos ante un ejército, pues pertenece a la naturaleza de los cuerpos armados los zafarranchos de combate, el uso de armas, la logística de guerra y una extensa lista de características que hacen que la esencia de los ejércitos no sea la acción humanitaria sino la acción armada.

A pesar de esa evidente contradicción, la mayoría de ejércitos de los países en desarrollo llevan a cabo las llamadas «operaciones cívico-militares», en las cuales los militares desarrollan labores sociales como dar conferencias sobre diarrea, sacar muelas y cortar el cabello de las gentes en el área rural. La división de poderes del Estado debería prolongarse en la división de tareas: si un Estado realmente quiere garantizar la salud oral de una población, tiene que dotar de recursos a los servicios locales de salud en vez de desplegar helicópteros y tiendas militares para atender a las personas.

Este uso de lo militar para fines sociales sólo se entiende en el marco de las operaciones psicológicas, en las cuales lo importante no es la muela a sacar sino el acercamiento a la población, sea para lavar la imagen del ejército, para hacer inteligencia militar o para mejorar los mecanismos de publicidad de las Fuerzas Armadas.

Lo anterior no significa que los ejércitos no puedan ayudar en determinadas circunstancias con las acciones humanitarias: en las inundaciones de Alemania, las tropas jugaron un papel fundamental en dichas tareas. Y tal vez esa palabra es la clave: «tareas» humanitarias; es decir, que habrá momentos en que por condiciones precisas el ejército se dedica a apoyar la acción humanitaria. Estos casos se observan en las Operaciones de Mantenimiento de Paz (Peace Keeping) pero no en las Operaciones de Imposición de Paz (Peace Enforcement) pues en éstas últimas, los ejércitos que intervienen, aunque sea con mandato de la ONU, son parte en el conflicto.

Esas tareas, para ser calificadas como humanitarias, necesitarían cumplir varios requisitos: que el ejército actúe humanitariamente («todo para las víctimas, nada contra las víctimas»), lo que implica que disponga de una actitud imparcial; que el personal de ese ejército dedicado a lo humanitario esté desprovisto de armas largas, como lo pide el DIH para el personal sanitario militar; que los fines últimos de la acción humanitaria sean independientes de los fines perseguidos por la acción militar, y que dispongan de una logística humanitaria eficaz. Nada hace pensar que un helicóptero artillado sea un medio más eficaz para la acción humanitaria que una sala de cirugía.

Ahora bien, es necesario asimismo precisar que la acción humanitaria requiere integralidad en la intención. En una tarea como la realizada por el ejército alemán es claro que ese esfuerzo fue lícito, legítimo y logísticamente adaptado. Esa integralidad no es la que se observa siempre en las guerras. No sería suficiente que un ejército reparta comida, si previamente ese mismo ejército ha atacado los depósitos de alimentos, como sucedió en Afganistán, o impidió la acción de las ONG.

Permitir la acción de las ONG humanitarias es otro requisito. La acción humanitaria no puede ser un campo de disputas, el desplazamiento de las ONG y su reemplazo por un ejército no sólo es un error de principios sino de resultados. Tampoco nada nos hace pensar que una sargento pueda atender mejor un parto que un médico obstetra.

En definitiva, en la actual guerra de Iraq la acción humanitaria del ejército sería un deber y no una dádiva de las tropas; debería entenderse como un fin en sí misma y no como parte de la estrategia de la guerra. Esto último es la lógica de George W. Bush, según el cual la guerra tendría tres ámbitos: el militar, el diplomático y el humanitario. Y tal vez lo más importante es que esas aparentes tareas humanitarias del ejército sólo serían vistas como tales si su comportamiento en el desarrollo de las hostilidades fuera coherente con el derecho internacional humanitario. Los ataques cotidianos a civiles y el trato indebido a los prisioneros de guerra demuestran que esa acción no es humanitaria como fin, sino únicamente un medio para avanzar en la guerra.

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