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Reflexiones después del desastre en Irán

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(Para Radio Nederland)
La tragedia que asoló la histórica ciudad iraní de Bam hace ahora quince días, causando más de 50.000 víctimas mortales y una cantidad equivalente de personas sin hogar y cuantiosas pérdidas económicas, vuelve a poner de manifiesto la extrema vulnerabilidad en que viven numerosas poblaciones de países en desarrollo. En este caso, aunque Irán es una zona de alto riesgo sísmico, el terremoto afectó a un enclave que había permanecido ajeno a este tipo de catástrofes en los más de 2.000 años de su historia. No puede, por tanto, hablarse de falta de previsión ni mucho menos de inadecuación de las técnicas de construcción, como algunos han sugerido. El adobe, material empleado en la construcción de la ciudadela, es un material barato, adecuado a este tipo de condiciones climáticas, excelente aislante y que se ha venido usando desde tiempos milenarios en la región. Obviamente, el tipo de construcción ha agravado el impacto del desastre y ha dificultado las labores de desescombro, pero no podría, con justicia, hablarse de imprudencia en la construcción en edificaciones que fueron puestas en pie inicialmente hace más de veinte siglos. Eso lo hace diferente del impacto del terremoto que tuvo lugar en Gujarat (India) hace casi tres años, en el que sí tuvo mucho que ver el incumplimiento de la normativa antisísmica y el uso de materiales de mala calidad por parte de los constructores.

Como en otras situaciones similares, también en la tragedia de Bam se han expresado las grandezas, pero también las miserias, del comportamiento humano que en estas condiciones deja bien claro lo contradictorio de nuestra naturaleza. Por una parte, mayoritariamente, las muestras de solidaridad y compasión hacia las víctimas y la puesta en marcha de dispositivos de ayuda. Por otra, en mucha menor medida, las muestras de mezquindad, expresada en el uso interesado de la ayuda o en la manipulación de la misma. De todo ha habido, está habiendo en Bam, pero debemos reconocer que hasta ahora la humanidad, afortunadamente, ha primado.

La respuesta de la comunidad internacional tras la tragedia ha sido en este caso bastante rápida y masiva, pero ha seguido un patrón que ya ha demostrado en muchas ocasiones su ineficacia y, sobre todo, su ineficiencia.

En primer lugar, el envío de equipos de rescate con compleja tecnología y medios técnicos no debe ser el componente prioritario de la ayuda humanitaria en estas situaciones. Aunque en este caso, y de un modo que, sin duda, puede calificarse de casi milagroso, se ha conseguido rescatar a personas con vida diez días después de la tragedia, la mayor parte del trabajo de rescate ha recaído sobre los medios locales y las personas rescatadas lo fueron en los primeros días, cuando la mayor parte de equipos internacionales no eran aún operativos. Por tanto, como en otras tragedias, la enseñanza debiera ser empezar a dedicar más esfuerzos a la atención de los damnificados en acciones de medio plazo de rehabilitación de emergencia y dedicar más recursos a las organizaciones y agencias que ya estaban presentes en el terreno o que tengan un compromiso de trabajo de medio y largo plazo. La enorme “visibilidad” mediática de las actuaciones puntuales de emergencia, hace que los organismo donantes dediquen a estas tareas una proporción de medios que no está justificada, olvidando que los problemas más graves en las situaciones de post-emergencia se suelen manifestar entre tres y cuatro semanas después de la crisis. Cuando ya muchos equipos de socorro no están presentes…, y muchos medios de comunicación tampoco.

En segundo lugar, se ha producido una descoordinación por parte de las autoridades locales y de las organizaciones internacionales con mandato para actuar en estos contextos de crisis. Como en el caso anterior, un cierto exceso de búsqueda de protagonismo por parte de algunos donantes ha hecho que no se respeten los mecanismos de coordinación previstos por la OCHA (Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas), lo que ha dado lugar a desigualdades en la distribución de ayuda. Es muy positivo que en este caso algunos países que no mantenían relaciones con Irán, como Estados Unidos, hayan enviado ayuda en un gesto de “diplomacia humanitaria”, pero para que ésta sea eficaz debe ponerse al servicio de quien pueda coordinarla.
En tercer lugar, es preciso resaltar, una vez más, la necesidad de establecer desde el principio los adecuados sistemas de control y rendición de cuentas por parte de todas las organizaciones que quieren suministrar ayuda. Los alarmantes datos, que fueron incluso denunciados por el Presidente de la Media Luna Roja Iraní, de que muchas tiendas de campaña y otros suministros no estaban llegando al lugar de la tragedia y que, por el contrario, estaban desviándose hacia los mercados debieran investigarse. Al mismo tiempo, el “amateurismo” con el que algunas organizaciones han planteado su labor de socorro en Irán debe criticarse y estas organizaciones debieran rendir cuentas de su labor. De buenas intenciones están los cementerios llenos.

Por último, se hace patente la necesidad de empezar a invertir recursos en las tareas de rehabilitación de medio plazo y en la redefinición del diseño de la ciudad en su conjunto, de sus edificaciones, teniendo en cuenta las amenazas que el terremoto pone en evidencia y las vulnerabilidades de la población. Y para ello debiera haber un compromiso de medio plazo de los gobiernos y organismos donantes con las tareas de rehabilitación. Y, siendo un poco provocador y como hace poco ha sido Navidad ¿no podría uno soñar con una conferencia de donantes para Irán? ¿Les recuerda algo?

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