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Reentrada del islamismo político, ¿mala noticia?

(Para Radio Nederland)

Desde mucho antes de que se desencadenase la oleada de movilizaciones que se está registrando en buena parte del mundo árabe, ya sabíamos que el islamismo era el actor político más atractivo a los ojos de la mayoría de la población.

Ahora, cuando ya comenzamos a disponer de los resultados de las convocatorias electorales celebradas en varios países, podemos confirmar que ese atractivo se está traduciendo en un poder político muy real. Para unos, esto es una mera consecuencia del ejercicio democrático y no cabe temer que el proceso derive hacia nuevos autoritarismos, mientras que para otros nos adentramos en una nueva etapa de oscurantismo, en la que únicamente se habrán sustituido a los tradicionales dictadores por nuevas caras barbadas, inquietantemente autoritarias y negadoras de los derechos humanos.

Recordemos que el panorama general a finales de los años ochenta del pasado siglo- cuando se registró la segunda oleada del islamismo político, después de aquella primera que, sesenta años atrás, había alumbrado a los Hermanos Musulmanes en el Egipto controlado por Londres- era el de una población que no lograba satisfacer sus necesidades básicas, que no podía expresarse ni moverse libremente, y que sufría las consecuencias directas de unos regímenes corruptos, ineficientes y totalitarios.

En esas condiciones, que se han mantenido hasta hoy, la práctica totalidad de la clase política estaba absolutamente desprestigiada, bien por su inoperancia contra los poderosos o bien por su implicación directa en el mantenimiento de unos sistemas muy desiguales que solo se preocupaban de engrosar los privilegios personales de las elites, de espaldas a las necesidades, demandas y expectativas de una población crecientemente urbanizada, joven y sin posibilidad real de poder llevar una vida digna.

El caso de Argelia

Ya entonces se constató, como nos enseñó Argelia, que si se dejaba a la ciudadanía expresarse libremente en el terreno político, los islamistas tenían todas las de ganar. Así fue como el Frente Islámico de Salvación fue haciéndose con crecientes cuotas de poder- desde las elecciones municipales de 1990 hasta las legislativas de 1991-, en un experimento inédito de libertad en el mundo árabe. La tentativa fue abortada de cuajo por un golpe militar que contó con el beneplácito de toda la comunidad de países occidentales, en la medida en que percibían la irrupción de este nuevo actor como una amenaza al statu quo vigente (tan beneficioso para los gobernantes argelinos y para sus socios de la orilla norte del Mediterráneo).

Islamismo político vs terrorismo internacional

La tragedia argelina se saldó con unos 200.000 muertos, mientras su régimen se mantuvo inalterable y su población siguió viendo negados sus derechos e insatisfechas sus necesidades. En ese contexto, multiplicado por el interesado discurso de demonización del islamismo que arrancó con el modelo del choque de civilizaciones (1993) y dio un salto espectacular a partir del 11-S, se ha ido generando un lenguaje que busca confundir al islamismo político- un actor que pretende el poder, utilizando como instrumento preferente, las señas de identidad islámica omnipresentes en sus sociedades de referencia- con el terrorismo internacional yihadista, de tal modo que todo intento de separar a Al Qaeda del partido Justicia y Desarrollo turco o marroquí sería visto como el producto de la ignorancia.

Y, sin embargo, esas diferencias existen. Baste recordar que Al Qaeda no ha logrado, con su estrategia de violencia terrorista, derrocar a un solo dictador árabe en sus más de veinte años de existencia, ni expulsar a las tropas occidentales de ningún país árabo-musulmán. Quien sí lo ha logrado, por ejemplo, ha sido la población de Túnez y Egipto, al mismo tiempo que han apostado por el islamismo como su principal opción para encarar la nueva etapa histórica que ahora comienzan.

Simpatía hacia grupos islamistas

Y es que los grupos islamistas con vocación política tienen muchos activos para seguir manteniendo el fervor popular por un tiempo. Son, por una parte, vistos como actores no corrompidos por el poder, aunque solo sea por el simple hecho de que no lo han podido ejercer en el marco de unos regímenes que los percibía como enemigos a erradicar.

Por otra, el hecho de haber sido especialmente castigados a lo largo de muchos años- sufriendo la represión, el encarcelamiento y la expulsión del país- por esas autoridades tan denostadas a los ojos del conjunto de la población, ha estimulado un notable sentimiento de simpatía y solidaridad.

Además, su reconocida disciplina y organización los convierten en maquinarias muy eficaces para transmitir un discurso y acercarse tanto a las capas más desfavorecidas de sus sociedades como a los profesionales liberales que no se sienten representados por las instancias formales de la escena política y gubernamental.

Por último, llevan años desarrollando una labor de denuncia y crítica contra los gobernantes, en un gesto de valentía política que es, igualmente, apreciado por una población mayoritariamente discriminada. Si a eso se une su capacidad para atender problemas básicos de la población que el Estado no cubre- sea la comida colectiva en barrios depauperados o la atención sanitaria gratuita a quien no pueda costeársela- no es difícil entender su innegable gancho electoral.

Nueva oleada

Hoy Ennahda (Túnez), Justicia y Desarrollo (Marruecos) y Libertad y Justicia (Egipto) son la punta de lanza de una nueva oleada de islamismo político que, a buen seguro, será muy pronto imitada por otras sociedades de la región en cuanto se puedan celebrar elecciones (Libia y Yemen entre ellos). Además, otros como Hamás y Hezbolá están en condiciones de tener un papel principal en sus respectivos feudos palestino y libanés.

Cabe pensar que el islamismo político no es la solución a los problemas que hoy sufren esas sociedades, pero en ningún caso puede negarse la realidad que los convierte en protagonistas principales de esta próxima etapa. En unos casos- como el papel de las mujeres en la vida pública- las dudas son inmediatas y en otros- como la política económica o de seguridad- las indefiniciones son mucho mayores que las certezas.

Por tanto, no es posible llegar a ninguna conclusión definitiva sobre el efecto que pueda tener esta irrupción en la primera línea política para el futuro de los más de 300 millones de árabes. Lo mínimo que cabe pedir en estas circunstancias es que no se apliquen apriorismos negativos, que condenen de antemano a quien está aquí para quedarse por un largo tiempo. Lo que también cabe desear es que, tal como apuntan de momento sus líderes, finalmente sea Turquía el modelo a seguir y no la Arabia Saudí o el Irán, que han labrado su propio desprestigio a fuerza de hechos que contradicen los más elementales fundamentos de una sociedad abierta. A todos nos interesa que así sea.

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