Presión de EEUU sobre Irán… ma non tropo
(Para Radio Nederland)
Entre la sacudida emocional que ha supuesto el accidente aéreo, saldado con 168 fallecidos, y los últimos coletazos de unas elecciones presidenciales de resultados tan irregulares como inamovibles, la agenda nacional de Irán vuelve a complicarse con la deriva que toma en estos días la cuestión nuclear. Entre las medidas de fuerza adoptadas por un reforzado Mahmud Ahmadineyad y los mensajes de aviso emitidos desde Washington, el programa nuclear iraní sigue adelante, desafiando a una comunidad internacional que no acaba de consensuar una respuesta efectiva a lo que algunos presentan como un riesgo insoportable para el planeta.
Sin haber cerrado completamente el proceso de toma de control tras su victoria- lo que explica los últimos rescoldos de limitada rebeldía de los partidarios de los candidatos derrotados en la convocatoria electoral del pasado 12 de junio-, Ahmadineyad se siente ya lo suficientemente fuerte como para iniciar el proceso de eliminación de dirigentes desafectos a su figura. Así cabe interpretar la dimisión (o cese) de Gholam Reza Aghazadehr, jefe de la agencia atómica iraní desde 1997 y ex ministro de petróleo (de 1985 hasta dicho año). Se trata de un dirigente aupado a esa posición durante la presidencia de Mohamed Jatami y que se había identificado con el ahora derrotado Mir Husein Musavi. No es éste el único castigado por lo que se adivina como un proceso de limpieza que pretende erradicar la oposición a un presidente que ha generado un buen número de enemigos internos (todos ellos, no lo olvidemos, dentro del sistema instaurado por el ayatolah Ruhollah Jomeini desde 1979).
Con el apoyo explícito del líder supremo de la revolución, Ali Jamenei, Ahmadineyad parece dispuesto a iniciar una nueva etapa que, a buen seguro, insistirá en sus ya conocidos objetivos: garantizar la supervivencia del régimen y lograr el reconocimiento de Irán como líder regional. En ese empeño, la continuación del programa nuclear es una pieza básica, que no va a ser abandonada, al menos hasta que se consideren alcanzados dichos objetivos.
Para Estados Unidos- y mucho más para Israel, pero también para los países árabes vecinos a la zona- la idea de un Irán nuclear es, hoy por hoy, inaceptable. El cruce de gestos que se vienen produciendo entre Washington y Teherán parece haber cerrado la etapa de los detalles de elegante amabilidad- carta de felicitación iraní al victorioso Barack H. Obama; reconocimiento estadounidense de la aportación iraní a la historia-. Lo que ahora toca- cuando Washington necesita calmar las aguas en Iraq y concentrar la atención en Afganistán/Paquistán, mientras se pretende buscar algo parecido a una solución al conflicto entre israelíes y palestinos- es elevar la presión sobre Irán. Así se puede interpretar el discurso de la secretaria de Estado, Hillary Clinton- en la sede washingtoniana del Council of Foreign Relations el pasado día 15-, volviendo a reiterar que la oferta de diálogo directo con Teherán tiene fecha de caducidad. Si se analizan con cierto detalle las palabras de Clinton es fácil comprender que el aparente mensaje de presión deja abierto todavía un apreciable margen de maniobra para el entendimiento. Y esto es así porque EE UU sabe que no está en condiciones de imponer su agenda en una región en la que Irán cuenta con apreciables bazas de retorsión que pueden arruinar los planes de una parte importante de la agenda de política exterior de Obama.
Es seguramente por eso por lo que Estados Unidos reitera su aceptación del derecho iraní a dotarse de capacidades civiles en el ámbito nuclear y alaba incluso su potencial papel como un activo contribuyente a la estabilidad regional. No hay que apurar mucho para traducir esas palabras como un apunte de que, llegado el caso, Irán verá reconocido en el futuro su papel de referente regional, por encima de otros competidores como Arabia Saudí y el propio Iraq. Al mismo tiempo- y aunque el guión obliga a repetir la hipótesis de que todas las opciones están abiertas- de sus palabras se deduce que la posibilidad de un ataque militar en fuerza contra territorio iraní es no solo la última a contemplar si no, más bien, directamente fuera de todo cálculo racional.
Lo que se le pide al régimen iraní es una señal de confianza- una congelación del enriquecimiento de uranio, para ser más exactos-, que permita, a partir de ahí, iniciar un diálogo abierto (dando por hecho que ya están teniendo lugar contactos más discretos). De momento, lo único que expresado públicamente el ministro iraní de exteriores es que ya está en marcha una respuesta a la oferta estadounidense. Llegados a este punto, Ahmadineyad podría optar por endurecer su postura de nacionalista orgulloso, relanzando el programa para acelerar el acceso de Irán a ese exclusivo club de potencias nucleares (aunque para ello le faltan años, llenos de posibles fracasos o de riesgos inaceptables para el propio régimen). Pero, si mantiene la racionalidad (que no cabe confundir con la bondad) que hasta ahora ha practicado Irán en sus relaciones exteriores, cabe imaginar que estará más interesado en entrar en la dinámica que se le presenta para dejar de ser un paria en la comunidad internacional. De hacerlo así, y como remate del esfuerzo en el que está empeñado desde hace años, Irán podrá verse identificado como el actor más relevante de la zona.
El ejercicio es, en cualquier caso, muy delicado y tampoco Teherán tiene en sus manos todas las cartas en juego. Uno de los riesgos más evidentes de todo el plan iraní es que, tras su encuentro en Moscú, Obama y el tándem Medveded/Putin lleguen a un entendimiento en el que, en aras de otros intereses, Irán deje de contar con el respaldo ruso. En ese caso, sería posible incrementar la presión a través de sanciones más efectivas en el Consejo de Seguridad de la ONU y reducir notablemente el ritmo del programa nuclear iraní (dependiente en gran medida de Moscú).
El juego continúa y la presión también… ma non tropo.