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Preocupante balance del mundo árabo-musulmán en 2002

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(Para Radio Nederlan)
A pesar del tono de optimismo que pretende transmitir hacia el futuro, en términos de retos a superar y de oportunidades a aprovechar, el diagnóstico que establece el Informe de Desarrollo Humano para el conjunto de los 22 miembros de la Liga Árabe es concluyente: la región se encuentra crecientemente marginada y sometida a un constante deterioro tanto en el terreno social como en el político o en el económico, a lo que se suma un alto nivel de conflictividad (The Arab Human Development Report 2002, PNUD; texto completo en http://www.undp.org/rbas/ahdr/).

Esta preocupante situación es el resultado de factores estructurales, que hunden sus raíces en la historia, y de otros más actuales, que durante el año que ahora finaliza no han hecho más que agravarse, sobre todo a partir del aciago 11 de septiembre de 2001. Entre los primeros cabe destacar las negativas consecuencias de una experiencia colonial que, a pesar del tiempo transcurrido, sigue limitando profundamente las posibilidades de integración de estos países en el sistema internacional, sea en el terreno productivo o comercial (en el marco de una división internacional del trabajo que les ha asignado desde su independencia el papel de productores y exportadores de materias primas energéticas o agrícolas) o en el político (donde su capacidad de influencia queda lastrada por el carácter escasamente democrático de sus gobiernos y por la fragmentación de una excesivamente idealizada comunidad árabe). Al margen de estos elementos históricos, es necesario resaltar asimismo la nefasta gestión que vienen realizando unos gobiernos que, sin excepción en lo que se refiere a los países agrupados en la Liga Árabe, sólo pueden calificarse, en el mejor de los casos, como «manifiestamente mejorables». La ocupación del poder por parte de unos grupos educados en el autoritarismo y el uso de la fuerza, mucho más interesados en la defensa de sus intereses corporativos que en satisfacer las demandas de una población en crecimiento constante, constituye hoy en día el freno más notable a cualquier proceso de reforma, tanto económica como, en mucha mayor medida, social o política.

Por otra parte, bastaría con pensar en la evolución reciente de conflictos como el árabe-israelí, o del que se anuncia próximamente en Iraq- sin olvidar otros más localizados como los del Sáhara Occidental y Sudán, crisis internas que se resisten a remitir como las de Argelia o Somalia, sin que, por otra parte, Líbano o Egipto queden al margen de la inestabilidad que define a la región, mientras que Mauritania se enfrenta a otra nueva crisis alimentaria- para confirmar que 2002 no ha sido un buen año para la zona.

Por lo que respecta al conflicto árabe-israelí, el retroceso en tan notable como peligroso. Ariel Sharon, con el beneplácito de Washington, ha enterrado definitivamente el proceso de paz iniciado en 1991 mientras se empeña obsesivamente en rematar la tarea de eliminación por la fuerza de toda posible resistencia palestina. Con la previsible renovación de su mandato en las cercanas elecciones del próximo 28 de enero, y el convencimiento real de que cuenta con la comprensión de EEUU, se dispone a completar el trabajo de destrucción de toda posibilidad de futuro para los palestinos de los Territorios. Simultáneamente continúa con la construcción de nuevos asentamientos, sin considerar que esto supone una flagrante violación de las numerosas resoluciones de la ONU.

Las lecciones aprendidas en este año hacen ver que: 1) sólo EEUU tiene capacidad real para modificar desde el exterior el curso de los acontecimientos, sin que la Unión Europea, y mucho menos Rusia y la ONU como miembros del Cuarteto, puedan hacer más que reiterar declaraciones diplomáticas deplorando la violencia; 2) al margen de la aparente recuperación de imagen que el asedio sufrido le haya reportado, Arafat presenta debilidades muy significativas dada su escasa capacidad para detener la oleada de violencia (desfavorable para los intereses palestinos) y su falta de voluntad para adoptar las reformas de su equipo de gobierno; 3) Israel sigue controlando el ritmo de los acontecimientos, de tal forma que en sus manos está la posibilidad de romper la actual espiral de violencia; 4) tanto la opinión pública israelí como la palestina señalan que la paz sigue siendo su principal opción (lo que enfatiza la necesidad de construir puentes que permitan superar los desencuentros actuales); y 5) sólo el regreso a la mesa de negociaciones servirá para desbloquear la situación.

En lo que respecta a Iraq, y tras la campaña militar contra Afganistán, se asiste a un nuevo capítulo de la guerra contra el terror, anunciada por Washington. En este caso, los últimos meses han servido para ir preparando las condiciones que conduzcan a nuevo conflicto que, como señala con razón la propia Liga Árabe, «abrirá las puertas del infierno». Hay que tener en cuenta que, según todos los indicios, la pretensión de la administración Bush no se reduce a lograr el desarme iraquí, sino también el cambio de régimen y la redefinición de la región. Entran en juego, por lo tanto, numerosos actores que, en función de sus propios intereses, harán imposible el control del proceso que se dispare a partir del desencadenamiento de las hostilidades.

Desde la órbita occidental, y en un contexto que se esfuerza en presentar al mundo islámico como un adversario a temer, este año es interpretado como una confirmación de los peores augurios (principalmente a partir de la constatación de que los terroristas del 11-S eran ciudadanos árabes). Esta errónea y preocupante visión no se detiene en considerar que, como apunta Bernard Lewis (¿Qué ha fallado?, Siglo Veintiuno de España Editores, 2002), existe un intenso debate en el interior de estos países que trata de ir más allá del clásico «¿qué nos han hecho?», utilizado normalmente por esos gobiernos para tratar de ocultar sus errores y fracasos, para plantearse «¿qué hemos hecho mal?» y «¿qué debemos hacer para salir de esta situación?», buscando las razones internas que han llevado al declive y marginación de unos países que en su día eran el centro del mundo civilizado.

Un último apunte de interés nos deja 2002 en Turquía. El triunfo del partido Justicia y Desarrollo, que, en su afán por resolver los problemas turcos y anclarse definitivamente en la Europa democrática y desarrollada, anuncia la posibilidad de conjugar la defensa de una visión islámica del mundo con los preceptos de un Estado de derecho. A todos los que defiendan la paz y el entendimiento entre culturas y civilizaciones nos interesa que el experimento tenga éxito. Ojalá los turcos, y Bruselas desde la primera línea, así lo entiendan.

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