Postales argentinas II: Piquetes, cacerolas y otras caras de la crisis
(Para Radio Nederland)
La transferencia de ingresos hacia el capitalismo más concentrado, a que dará lugar la devaluación del peso y la estatalización de las deudas privadas, no hará más que profundizar un paisaje de empobrecimiento, ya de por sí suficientemente sombrío. Mientras tanto, eso que se ha dado en llamar “la gente” va desarrollando formas de organización y participación hasta ahora inéditas. La marcha de los piqueteros (otrora la clase obrera), que el pasado 28 de enero llenaron la Plaza de Mayo, acompañados por las cacerolas de las asambleas barriales de la ciudad de Buenos Aires, componen un escenario novedoso que podría ser el embrión de un nuevo frente social. Los sectores populares parecen estar despertando de un profundo letargo cuya clave está en la muerte y el terror desplegados por la última dictadura militar (1976-1983), mediante la cual se garantizó la implantación de un modelo de expolio económico y creciente exclusión social.
El gradual proceso de empobrecimiento de los trabajadores argentinos desde finales de la década de los años ochenta es el producto de la conjunción de bajos salarios, alto desempleo (20%) y perdida del poder adquisitivo. En los últimos cuatro años el ingreso de los asalariados ha descendido un 20%. Esta reducción afectó al 80% de los trabajadores, siendo los más perjudicados los de menores ingresos, que perdieron un 40% de sus sueldos. El 65% de los trabajadores destina la mayor parte de sus ingresos a la compra de alimentos, que en los primeros días de febrero han registrado aumentos de entre el 10 y el 50%. Ante la reclamación de un aumento salarial, el Ministro de Trabajo respondió que hay otras prioridades que atender. Tal vez se refería a la posibilidad, estudiada por el actual equipo económico, de eliminar el aguinaldo de los empleados públicos y de los jubilados, para reducir el déficit fiscal. Conviene aclarar que el 70% de la recaudación fiscal es producto de los impuestos al consumidor, mientras que el impuesto a los ingresos, beneficios y ganancias de capital representa solo el 20,8% de la recaudación del Estado Nacional.
En la actualidad se estiman en 14,5 millones las personas que viven por debajo de la línea de pobreza, sobre una población total de 37 millones de personas. El 60% proviene de la clase media. La inflación del 15% anual prevista en el proyecto del presupuesto para 2002 empujaría a otros dos millones de argentinos bajo la línea de pobreza. Si la inflación continúa al nivel de enero, la pobreza podría llegar a alcanzar a casi el 60% de los argentinos, con un promedio de 12 mil nuevos pobres diarios.
Pero la crisis ha alumbrado también nuevas formas de relación y participación. La pobreza ha impulsado el intercambio al margen del mercado tradicional, en forma de trueque. Los puntos de encuentro (nodos) de este club se multiplican en todo el país y los créditos, moneda utilizada por los socios o “prosumidores” (consumidores que también producen), se aceptan en algunos municipios y han sido utilizados incluso en la compra de un terreno. Hasta el momento, la Red de Trueque Solidario agrupa ya a 475.000 socios que se reúnen en 3.000 nodos. Por su parte, las asambleas barriales que comenzaron en la capital al calor del cacerolazo, se van extendiendo al resto del área metropolitana bonaerense y a otras provincias. Allí se discuten temas como el impago de la deuda externa o la nacionalización de la banca, o cuestiones más concretas y cotidianas como la participación en el carnaval de protesta, el apoyo a los vecinos en peligro de desalojo, el control de los precios, el desarrollo de una huerta orgánica o la transferencia de los ahorros a los bancos estatales o cooperativos. Los piqueteros continúan con sus cortes de ruta y puentes en reclamo de puestos de trabajo o alimentos para las ollas populares, que en los últimos años se han instalado en zonas empobrecidas de clase media. Para todos está cada vez más claro que desempleados y jubilados, “acorralados” y endeudados, pequeños empresarios y comerciantes, representan distintas caras de una misma tragedia. Todos han sido, y son, víctimas de un capitalismo de rapiña y feroz que, al igual que los buitres, continúa su festín en medio de los despojos.