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Petróleo en Mauritania, a la espera de una plataforma democrática

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(Para Civilización y Diálogo)
El pasado mes de febrero comenzó a fluir el petróleo de la plataforma “offshore” de Chinguitti, a 70 Km. de la capital mauritana, Nuackchot, cuyas previsiones son de 75.000 barriles diarios. El próximo año el yacimiento de Thiof irá elevando la producción hasta alcanzar en 2009 los 165.000 barriles al día. Otras prospecciones petrolíferas en curso y unas reservas calculadas de 30.000 millones de metros cúbicos de gas, aún sin explotar, podrían ser una magnífica herramienta para elevar el nivel de vida de los 3 millones de habitantes de Mauritania. Un 25,9 % vive con menos de un dólar diario (63,1 %, con menos de dos dólares al día) y su esperanza de vida no llega a los 53 años, en un país asolado por la corrupción (la malversación podría estar en torno al 20/25% del presupuesto estatal) y jalonado por varios golpes de Estado militares desde el año de su independencia (1960).

El Consejo Militar por la Justicia y la Democracia (CMJD), liderado por Ely Ould Mohamed Vall, y creado en agosto de 2005 tras el derrocamiento del ex presidente Maaouiya Ould Taya (21 años en el poder y un pésimo balance), parece, por el momento, ser consciente de la oportunidad excepcional que se le presenta. De su actuación en los próximos meses depende en buena medida que Mauritania establezca unas bases de desarrollo sostenible o, por el contrario, pase a engrosar la lista de los países maldecidos por una nefasta gestión de sus recursos. Los casos de Nigeria, Angola y Guinea Ecuatorial, por citar únicamente a los tres primeros productores de crudo de la región subsahariana, son palmarios. Se trata de evitar algo consabido: que en aquellos países con instituciones frágiles y grandes desigualdades sociales, el petróleo equivale a corrupción, mal gobierno, daños medioambientales, inflación excesiva, tasas sanitarias y educativas muy bajas y altos niveles de conflictividad.

Las recetas contra dichos males también son conocidas. El proceso de construcción democrática, elemento central del discurso del CMJD, tiene que ir acompañado de una serie de medidas específicas en materia de gestión de recursos. Especialmente si se tiene en cuenta que la explotación de los dos principales recursos del país, la pesca (su exportación representa el 50% de los ingresos estatales) y el hierro, ha sido tradicionalmente acaparada por las altas esferas mauritanas y que los ingresos del petróleo superarán el 50% de la suma de dichos recursos. Las acciones para la protección del medioambiente, la suscripción de la Iniciativa Internacional de Transparencia en las Industrias Extractivas (IITIE) y la creación de un fondo de solidaridad regional financiado por los ingresos del petróleo, son medidas positivas pero no suficientes. Ante un panorama marcado por el seductor maná del petróleo, no faltan voces que cuestionan la voluntad de cambio tanto por parte de los elementos inmovilistas del régimen anterior, muchos de los cuales siguen en puestos de responsabilidad (como parte de un pernicioso sistema de redes clientelares), como de algunos integrantes del CMJD, formado, a fin de cuentas, por quienes fueron figuras de máxima confianza del ex presidente Ould Taya.

Lo que, por el contrario, no admite ninguna duda es cuáles son las premisas de una hoja de ruta que debería culminar en las elecciones presidenciales de marzo de 2007, tras los comicios legislativos y municipales en noviembre de 2006 y el referéndum sobre la duración del mandato presidencial (cinco años renovables sólo una vez), en junio de este año. La estabilidad del país exige un proceso electoral transparente en el que participen todas las fuerzas políticas democráticas de la oposición y que se corrijan las enormes desigualdades sociales. La tarea no se presenta nada fácil ante un complejo entramado formado por la existencia de tres grandes grupos étnico-culturales- el dominante, árabo-bereber, de los “bidan” (30% de la población), los “haratines” (40%), antiguos esclavos de los “bidan” y de origen negro-africano y cultura árabo-beréber, y los negro-africanos (pulars, soninkés, wolofs y bamabara; 30%)- y condicionado por el factor tribal, regional y religioso, todo lo cual se traduce en unas profundas fracturas sociales. El episodio más cruento del pasado régimen tuvo lugar a partir de 1989 contra los negro-africanos: 70.000 tuvieron que exiliarse y 3.000 militares fueron expulsados del ejército, 500 de ellos “desaparecidos”.

Entre las fuerzas de oposición es clave la incorporación de todos aquellos actores islamistas moderados, estigmatizados muchos de ellos por el régimen anterior, que supo exagerar desmesuradamente la amenaza islamista para obtener el inapreciable apoyo de Estados Unidos, cuando en realidad ningún acto de violencia ni supuesto vínculo con grupos violentos ha podido ser atribuido a los islamistas mauritanos. En un país en el que el islam se ha utilizado tradicionalmente por sus dirigentes como factor de cohesión social, la torpe instrumentalización del régimen anterior, y su política exterior, han provocado la progresión de un islamismo más conservador entre grupos marginados tan importantes como los “haratines”, que identifican la versión oficial, la suní-malekita, más liberal, con la clase opresora, mientras que el número de mezquitas en Nuakchot (con casi un millón de habitantes) se ha disparado, pasando de 25 a principios de los 80 a 617 en 2002, la mitad de ellas con financiación wahabí.

A lo anterior se añade la urgencia de gestos políticos que demuestren claramente el compromiso con la democracia a una población aislada del mundo occidental por una contundente política de arabización y soliviantada por el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel (que el CMJD ha decidido mantener) y por el cambio radical de Ould Taya a finales de los 90, cuando abandonó su apoyo al régimen iraquí de Sadam Hussein para aliarse con Estados Unidos. Máxime cuando el giro pro occidental se identifica también por dicha población con las voluminosas inversiones de las petroleras Woodside Petroleum (participada en un 34% por la Shell) y Hardman Ressources y con la presencia, desde junio de 2004, del gigante americano Halliburton.

La actual tesitura requiere, además, concentrar esfuerzos y recursos por parte de gobiernos extranjeros y organismos internacionales en las áreas adecuadas. En el caso de Estados Unidos esto implica una corrección de su estrategia de lucha contra el terrorismo en el Sahel, apostando por aliados democráticos, reasignando sus recursos en función de la amenaza islamista realmente existente y optando por un régimen de concesión de ayuda que se desmarque de los esquemas actuales, muy similares a los que predominaron en la región subsahariana durante la Guerra Fría. También es el momento propicio para que las instituciones internacionales sigan presionando y consigan que en Mauritania la IITIE se traduzca en mecanismos operativos eficientes y que el funcionamiento del referido fondo de solidaridad regional tome nota de la experiencia del creado para el oleoducto Chad-Camerún, impidiendo que el futuro gobierno mauritano pueda emular los incumplimientos de su homólogo chadiano. Siendo Mauritania un país que recibe importantes flujos migratorios regionales, en una zona donde hay países muy inestables, la gestión del petróleo y su plataforma democrática debe ser una cuestión prioritaria en la agenda internacional, con la Unión Europea a la cabeza. A partir de la dramática situación de los emigrantes subsaharianos (cuya parte visible son las cerca de cuatro mil personas que, en lo que va de año, han alcanzado desde Mauritania las costas canarias) se abre, a su vez, una nueva etapa en las relaciones entre España y Mauritania, marcada, a juzgar por las acciones iniciales, por una mayor cooperación entre ambos gobiernos y un colaboración activa del español en aras de la estabilidad futura del país magrebí.

Si los actores locales vuelven a guiarse por intereses económicos propios, excluyendo a la inmensa mayoría de la población, y los internacionales no ponen todos sus medios para evitarlo, se habrá desaprovechado, una vez más, una oportunidad histórica, sin que nadie rinda cuentas.

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