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Palestina en fiestas… amargas

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(Para Radio Nederland)
En un contexto tan violento como el que afecta a israelíes y palestinos, ni siquiera cabe esperar que las festividades más señaladas sirvan para el disfrute de la población y para, al menos, un momentáneo alivio de la tensión. Muy por el contrario, estos días de fuerte carga simbólica y religiosa van inevitablemente acompañados de un amargo sabor a desconfianza y temor de que sean aprovechados por algunos para provocar, si cabe, más odio y más destrucción, alejando sine die cualquier hipotético escenario de entendimiento.

El pueblo judío celebra desde el pasado día 12 la fiesta del Rosh Hashanah (año nuevo, que les hace entrar ya en el 5768 de su era). Lo que debería ser una ocasión de alegría (acompañada de conciertos musicales y llegada de celebridades extranjeras que disgustan claramente a los poderosos grupos ultraortodoxos) se convierte en la práctica en un incremento notable de las medidas de seguridad interna y en el cierre de los Territorios Palestinos. Desde ese mismo día hasta el próximo 16 de septiembre- en un intento más por evitar que se materialice alguna de las innumerables amenazas de grupos palestinos violentos- la vida de los más de 3,5 millones de habitantes de Gaza y Cisjordania se hace un poco más difícil de lo habitual.

Tanto ellos como sus vecinos israelíes siguen, como viene ocurriendo desde hace demasiado tiempo, atrapados en una espiral de violencia que en estos días se centra en la dinámica de acción-reacción derivada de la crisis de Gaza. El último incidente- el lanzamiento, el pasado día 11, de un cohete Kasam por parte de la Yihad Islámica , que ha herido de diversa consideración a 69 soldados de las IDF desplegados alrededor de la Franja- ha propiciado una represalia israelí, todavía en marcha, que supone la eliminación desde el aire de militantes palestinos, una nueva incursión militar en diversos puntos de Gaza desde el día 12 y el agravamiento del castigo colectivo a su depauperada población. El gobierno de Ehud Olmert sabe que sólo con una reocupación completa y sostenida en el tiempo de la Franja podría frenar ese tipo de ataques (y evitar así el desgaste político que le supone un goteo permanente de estos tan rudimentarios como ineficaces cohetes), pero esta medida está hoy por hoy fuera de la agenda de un gobierno tan cuestionado como el que preside. Como alternativa, ya ensayada en semanas anteriores, el gobierno israelí se apresta a dar una nueva vuelta de tuerca, utilizando mecanismos de efectos tan indiscriminados como inútiles. Ahora se habla nuevamente de cortar el suministro de energía eléctrica, de combustible y de agua a la Franja (además de mantener el cierre por tierra, mar y aire). Se pretende de este modo presionar a los dirigentes de Hamas (que hace ya al menos tres años que se abstienen de utilizar esta modalidad de ataque a Israel) para que impidan esos lanzamientos desde la zona que controlan desde el pasado mes de junio. Parece no entenderse que, al margen de la dejación de responsabilidades que tiene Israel como potencia ocupante con la población palestina, esta forma de actuar sólo alimenta el rencor y una mayor violencia.

Por su parte, los palestinos- al igual que el resto de los 1.500 millones de musulmanes que hay en el planeta- acaban de comenzar su sagrado mes de Ramadan. En otras condiciones, éste sería también un tiempo para el regocijo- compatible con el sacrificio del ayuno alimenticio y sexual que imponen estos días- pero lo que se percibe sobre todo es una sensación de inseguridad (la historia de episodios violentos asociados al Ramadan es muy larga) tanto interna, basta recordar el choque imparable entre Hamas y Fatah, como hacia y desde Israel.

En medio de un creciente hastío, mezcla de desesperación con la vida diaria y frustración con los gobernantes propios y ajenos, los palestinos de a pie parecen aceptar que la violencia seguirá enseñoreándose de estas tierras por mucho tiempo. De poco (de nada) sirve a sus ojos la representación teatral que, con un claro apoyo del Cuarteto , se desarrolla en estos últimos tiempos entre su teórico líder, Mahmud Abbas, y su vecino, Ehud Olmert, pretendiendo que la firma de un acuerdo de paz que posibilite la creación de un Estado palestino está a la vuelta de la esquina (el ministro francés de exteriores, de visita en la región, se atreve incluso a hablar de “semanas”).

En definitiva, más que de fiestas y celebraciones, hay que seguir hablando de violencia, miedo y odio recíprocos. Nada nuevo en el conflicto palestino-israelí, en un punto que recuerda a la dificultad para saber si primero fue el huevo o la gallina, salvo el renovado convencimiento de que la paz viable no puede lograrse por estas vías ni con estos interlocutores. Mientras tanto, cabe preguntarse qué hacían los cazas israelíes la pasada semana creándole problemas a sus aliados turcos y elevando la tensión con Siria con el sobrevuelo y ataque de cuatro aviones israelíes sobre territorio sirio.

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