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Obama-Abbas, un ensayo sin sustancia

imgarticulo_obama-abbas

(Para Radio Nederland)

A la espera de que en algún momento la diplomacia estadounidense se atreva a estrenar su nueva obra teatral- todavía sin título definitivo, pero que básicamente se acercará de algún modo al de «Paz en Oriente Próximo»-, se suceden estos días los ensayos y los prolegómenos en los que cada actor implicado trata de salir favorecido en la prueba, tratando de ocultar sus debilidades e incongruencias.

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(Para Radio Nederland)

 A la espera de que en algún momento la diplomacia estadounidense se atreva a estrenar su nueva obra teatral- todavía sin título definitivo, pero que básicamente se acercará de algún modo al de «Paz en Oriente Próximo»-, se suceden estos días los ensayos y los prolegómenos en los que cada actor implicado trata de salir favorecido en la prueba, tratando de ocultar sus debilidades e incongruencias.

Aceptada sin discusión la idea de que solo Washington puede ser el guionista y el director de la obra- en la medida en que otros aspirantes como la ONU, la Unión Europea o la Liga Árabe son conscientes de sus inmensas limitaciones-, se suceden estos días los ensayos individuales, en los que Estados Unidos parece examinar la idoneidad de cada personaje y, al mismo tiempo, las forzadas muestras de poder y madurez por parte de los aspirantes convocados al casting.

El primero en pasar por la Casa Blanca fue Benjamín Netanyahu, en un signo más de preferencia al viejo aliado y de reconocimiento a su evidente papel de estrella de la función. Es bien sabido que Israel controla a su antojo el ritmo del proceso (de improbable paz y de omnipresente violencia en la región), respaldado inequívocamente por Washington desde hace décadas en su condición de gendarme regional en una zona de alta significación geopolítica y geoeconómica.

Eso es lo que le permite al primer ministro israelí salir indemne de las supuestas exigencias de su anfitrión, sea la congelación de todos los asentamientos o el compromiso con la creación de un Estado palestino.

Experimentado como está en el eterno juego de las apariencias, Netanyahu se dedica ahora (con la inestimable colaboración de su nefasto canciller, Avigdor Lieberman) a sobreactuar, planteando exigencias imposibles (que los palestinos reconozcan a Israel como un Estado judío, por ejemplo) y aprobando (justo el mismo día en el que se reunía con el mandatario estadounidense) la licitación pública para la construcción de un nuevo asentamiento en el valle del Jordán, el primero desde hace 26 años. Es un juego en el que se mueve con soltura desde que ocupó el mismo cargo de 1996 a 1999. Arranca con una exigencia máxima, que más tarde rebajará, dando la impresión de una falsa flexibilidad negociadora, con el resultado de que no solo logrará mantener su posición de partida sino que, además, siempre conseguirá un poco más de lo que ya tenía en principio. Todo ello con el convencimiento, contrastado tantas veces en la práctica, de que Washington no le obligará nunca a traspasar las líneas rojas que Tel Aviv determine en cada tema (asentamientos, refugiados, capitalidad de Jerusalén, retirada a las fronteras de 1967…).

En segundo lugar se esperaba la visita de Hosni Mubarak, el rais egipcio, aunque a última hora la muerte de su nieto provocó la suspensión de la reunión (que queda ahora aplazada para el próximo día 4 en El Cairo, con motivo de la visita que hará a la zona el presidente Obama). Se reconoce de este modo que Egipto sigue siendo la baza principal de viene usando Washington en el mundo árabe para atemperar las posturas de los más radicales (¿hasta cuándo seguiremos denominando «regímenes árabes moderados» a países como Arabia Saudí o el propio Egipto) a favor de las tesis norteamericanas e israelíes. Un papel en el que Mubarak ha agotado prácticamente todo su capital político internacional, sin haber conseguido más que verse retratado como un gobernante sin margen de maniobra más allá del que sus patrones estadounidenses le concedan, y a punto de quedar desplazado por el régimen saudí como intermediario entre los árabes.

Ahora ha sido el turno de Mahmud Abbas, un actor escasamente dotado pero al que se presenta forzadamente como el mejor (el único) de los posibles dentro de los Territorios Palestinos para actuar en la función teatral que se avecina. Se cuenta, además, con que el desprestigiado dirigente palestino está dispuesto a aceptar cualquier tarea que se le encomiende con tal de poder participar en una representación que, en cualquier caso, le viene grande. Recordemos que a día de hoy Abbas ha terminado su mandato, apenas controla Cisjordania, ha sido defenestrado previamente por Israel como irrelevante y, de hecho, ni siquiera domina a sus huestes en la batalla contra Hamas. En estas condiciones, estará totalmente dispuesto a convertirse en el personaje necesario para ocupar la silla correspondiente al firmante palestino en la farsa (con mezcla de tragedia y drama) que se está perfilando. Una farsa que, el día de su estreno (con toda la parafernalia imaginable, incluyendo una alta dosis de prestidigitación), se esforzará por convencer a los palestinos de que están asistiendo a la firma de la ansiada paz con los israelíes y de que está creando un Estado palestino.

Solo en la cara de los nuevos actores que están incorporándose ahora al proyecto teatral es posible adivinar algún atisbo de ilusión o de convicción en sus actuaciones. Para el resto del elenco es imposible ocultar su falta de entusiasmo, obligados a repetir nuevamente frases ya sin sentido («se abre ahora una nueva ventana de oportunidad para la paz», «ahora vamos en serio»…). Saben que para que haya cambios sustanciales que conduzcan a una paz justa, global y duradera es necesario detener la violencia en ambos bandos- y nada permite vislumbrar eso en el horizonte próximo- y que el protagonista principal (Israel) renuncie a sus posiciones maximalistas: bastaría, para mostrar su volunta de paz, con que aceptara la propuesta de la Liga Árabe de retirarse a las fronteras de junio de 1967. ¿Es eso posible?

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