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Mongolia: un paradigma de seguridad único en el mundo

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La seguridad nacional es un elemento fundamental para cualquier Estado, en especial para aquellos que se hallan bajo una constante sensación de amenaza. Este es el caso de Mongolia, un país geográficamente encajado entre la Federación Rusa y la República Popular China, de quienes presenta una gran dependencia multidimensional. La asimetría demográfica, física, política, económica o militar entre Mongolia y sus únicos dos Estados vecinos es tal que, desde su Constitución de 1992 –mediante la que el país se refundó como un Estado democrático, multipartidista y representativo–, uno de sus principales objetivos existenciales ha venido siendo la diversificación de sus relaciones internacionales a través de una orientación estratégica de su política exterior conocida como “Third Neighbor Policy” (en español, “Política de Tercera Vecindad” o PTV).

Para empezar, subrayemos las diferencias entre las partes de la ecuación: tanto Rusia como China son dos potencias nucleares con membresía permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, presentan conductas claramente autoritarias y, además, poseen una creciente influencia política y económica en el Sur global, mientras que Mongolia supone un claro ejemplo de small state, en su caso particular con intereses y compromisos políticos y sociales opuestos a los de estas big powers. En este contexto aislado e inseguro, en buena medida fruto de la experiencia de un pasado nacional de doble subyugación a Rusia –de la que Mongolia heredó la escritura cirílica, en detrimento del soyombo, por ejemplo– y a China –ante la que perdió los territorios de la Mongolia Interior–, los gobiernos de Ulán Bator vienen implementando un plan de internalización del país con un objetivo unívoco: abrir “terceras fronteras” para Mongolia, es decir, salir de la constricción sino-rusa que viene padeciendo históricamente la nación por diversas cuestiones –muchas de ellas naturales–, a través de su apertura al mundo.

Mediante la Política de Tercera Vecindad, cuyas bases se recogen en el Concepto de Seguridad Nacional y el Libro Blanco de la Defensa de Mongolia de 1998, el Estado Mongol pretende establecer relaciones estratégicas con países deseablemente “vecinos” para sí, localizados en zonas de elevada importancia geopolítica. En estas tres décadas, los sucesivos gobiernos mongoles han conseguido establecer ocho nuevas relaciones de “vecindad” –tal y como se conciben estas salidas frente al aislamiento– para el país a lo largo del globo: Canadá y Turquía (2004), Australia (2007), Alemania (2008), Japón (2010), India (2015), Estados Unidos (2019) y Corea del Sur (2021), mientras se está avanzando en la posibilidad de sumar a Vietnam. Cada uno de estos lazos, denominados formalmente “asociaciones estratégicas” se añaden a los ya establecidos –fuera del marco de la PTV– con Moscú y Pekín, siendo entre todos ellos sólo el firmado con el Kremlin vinculante y de carácter preferente. Así, los terceros vecinos de Mongolia amplían los horizontes de Ulán Bator y contribuyen a reducir su dependencia de Rusia y China, pero en ningún caso las sustituyen como interlocutores internacionales primarios para Mongolia.

La de Tercera Vecindad es una política “abierta, no alineada, independiente y de múltiples pilares”, fruto de un “consenso sociopsicológico colectivo” (Hapchyn, 2022) entre el Estado y la sociedad mongoles surgido durante la Revolución Democrática de 1990. El auge minero experimentado por Mongolia a finales de los años 2000 impulsó el desarrollo de esta política, cuya consecución de alianzas internacionales se vino demorando desde los tempranos años 90. Por tanto, pese a superar el concepto los treinta años de vida, en la práctica se remonta a hace menos de veinte. El proceso es lento, pero firme, ya que a las propias potencias de Rusia y China son una parte interesada en la estabilidad de Mongolia; ambas quieren disponer de un Estado tapón que se autoperciba estable, que canalice y/o amortigüe eventuales tensiones y sea capaz de transformar las rivalidades en acuerdos por medio del trabajo en torno a intereses comunes.

Así las cosas, el movimiento de ficha más difícil recae sobre Mongolia, que debe mantener una imagen de neutralidad entre Rusia, China y el mundo (entendido como el resto de sus “vecinos”) para no mostrar atisbos de parcialidad que puedan resultar hostiles ante cualquiera de las partes. Es tanta la neutralidad que el país debe mostrar entre Rusia y China como entre estas dos y el resto del mundo, porque las amenazas económicas y securitarias a las que se podría enfrentar por ambos costados no son en absoluto menores, teniendo en cuenta, además, que Mongolia es un Estado interior que se encuentra sellado. Por ello, el país dota de gran importancia sus capacidades militares y entrena conjuntamente a su Ejército junto a personal de la OTAN, organización de la que se constituye como socio global junto a otros ocho países no atlánticos, y de la ONU. Como contrapartida a su vínculo con la OTAN, Mongolia no forma parte de la Organización de Cooperación de Shangai, por resultar incompatible la simultaneidad entre ambas.

La internalización de sus relaciones exteriores se complementa con una decidida apuesta por el nicho de la diplomacia preventiva. Si bien el país estepario es miembro de pleno derecho de escasas organizaciones internacionales, en la última década viene organizando regularmente el Foro de Seguridad del Noroeste de Asia, más conocido como Diálogo de Ulán Bator, que reúne también a países de otras regiones del mundo, como Europa o América. Esta celebración –que tuvo un propósito inicial de mediación entre las dos Coreas– refuerza la imagen neutral y conciliadora de Mongolia, al tiempo que contribuye a dinamizar su incipiente voluntad de liderazgo regional, situando a Ulán Bator como punto de encuentro para la seguridad y la construcción de la paz.

Tanto es así que en el año 2008 el país organizó la conferencia “Perspectivas de seguridad de Asia Central y Nororiental: Ulán Bator como un nuevo Helsinki” en 2008, tras años de preparación en la materia. Para albergar este evento, la idoneidad de la capital mongola se justificó bajo el argumento de que «Ulán Bator puede servir como un lugar de encuentro neutral, literal y metafóricamente, como la Ginebra del noreste de Asia y puede ser un lugar multilateral para el diálogo sobre seguridad regional” (Misión Permanente de Mongolia ante las Naciones Unidas). En aquel momento, la relación de analogía entre Ulán Bator (Mongolia) con Helsinki (Finlandia) y Ginebra (Suiza) constituyó toda una declaración de intenciones en torno al posicionamiento, papel y visión del país centroasiático sobre sí mismo en el contexto regional.

Sin embargo, muy a su pesar, Ulán Bator no es la Helsinki de Asia. Si bien Finlandia tuvo que mantener también su neutralidad durante la Guerra Fría por temor a una ofensiva soviética ante un acercamiento manifiesto a Washington (lo que se conoce como Finlandización), el país escandinavo disponía de algo de lo que Mongolia no: salidas. Al mar y a Europa, es decir, a dos espacios amables en comparación con la contraparte (de hecho, Finlandia pudo “salir” de su enroque, formando parte de la UE y de la OTAN, lo que, obviamente, no sucederá a Mongolia). Los dos actores que rodean a Mongolia, en cambio, no dan pie a una salida de este tipo; ninguno es un aliado confiable, como sí lo era Occidente de Finlandia. Esta soledad merma la capacidad de agencia de Mongolia, cuya postura neutral no depende de un orden internacional dado, sino de las condiciones domésticas de las potencias vecinas, poco mutables a corto, medio e incluso largo plazo. Por lo tanto, teniendo en cuenta los elementos comparables entre ambas realidades, pero estableciendo también las diferencias, no podríamos equiparar la Mongolia actual con la Finlandia de la Guerra Fría, pero sí podríamos referirnos a una “Mongolización” como un »estadio agravado» de “Finlandización” (Couto, 2023). Hablamos, pues, de una PTV como política de continuidad supeditada a una neutralidad crónica que se deriva de una situación estructural sin visos de cambio; variación, además, que depende más del devenir de las circunstancias internas de otros Estados que de la transformación del orden internacional.

En definitiva, el desarrollo de la PTV está levantando un entramado de relaciones que actúan de balón de oxígeno para una Mongolia otrora sin ventilación. No se entiende el Estado contemporáneo sin las influencias que a través de la PTV se han propiciado, por lo que dicha política es inherente a los intereses de la Mongolia surgida en 1992. No obstante, se quiere apuntar que la proliferación de acuerdos bilaterales y de iniciativas multilaterales como el Diálogo o las Declaraciones de Ulán Bator u otras similares no deben distorsionar al alza la influencia actual de Mongolia en el ámbito diplomático ni tampoco sobredimensionar el camino recorrido en torno a la PTV. Siendo realistas, en la actualidad todavía no se ha puesto a prueba en un contexto crítico la consistencia de estas alianzas, las cuales son susceptibles de reversión y requieren de un refuerzo continuo para su consolidación.

Referencias:

  • Couto, J. M. (2023). Cómo escapar de la constricción: en busca de nuevos horizontes para Mongolia. Trabajo Final de Máster, MURISD-UAB.
  • Hapchyn, S. (2022). La política doméstica y exterior de Mongolia en el contexto del acercamiento sino-ruso. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE).

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