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Memorias de África diez años después

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(Para Radio Nederland)
Se va a cumplir estos días el décimo aniversario de dos giras por África que generaron en su época grandes expectativas, al suponer, aparentemente, un interés renovado en el continente africano. En efecto, la coincidencia en 1998 de sendos viajes a África del entonces Presidente estadounidense Bill Clinton y del Papa Juan Pablo II suscitaron un inusitado interés por el continente y se presentaron ante la opinión pública internacional como un punto y aparte respecto a posiciones anteriores de los Estados Unidos y la Iglesia católica. No olvidemos que en los años previos habíamos asistido al genocidio de Ruanda -con una clara inacción por parte de la jerarquía católica-, a la crisis de los Grandes Lagos, al fiasco de la mediática operación de paz en Somalia -con una evidente incompetencia norteamericana-, y a la falta de respuesta de la comunidad internacional en situaciones de crisis como Liberia, Sierra Leona, antiguo Zaire y otras. Aún vivía entonces el maestro Kapucinsky, que tuvo la oportunidad de aportar su siempre acertada visiones sobre aquellas cuestiones.

La mala conciencia de ambos líderes, por su actitud en los años precedentes, hizo que las dos giras trataran de recomponer un cierto compromiso moral de Occidente con el continente africano y, de ese modo, las declaraciones de aquella época estuvieron llenas de proclamas grandilocuentes. “He venido a poner a África en el mapa del mundo”, llegó a decir Clinton. Sea como fuere, ambos mandatarios trataron de replantear la relación con los países de África en términos de cierta comprensión de los problemas a los que se enfrentaba el continente, superando, al menos en la retórica, los clásicos planteamientos neocolonialistas.

Han pasado diez años desde aquellas visitas y nuevas coincidencias, o no tanto, nos vuelven a recordar los verdaderos intereses occidentales en África y el cómo ciertos intereses gubernamentales lastran otros más generales de la comunidad internacional. El inicio de la gira del actual Presidente estadounidense, George W. Bush, a cinco países africanos y, de igual modo, la visita de su Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, a Kenia, vienen a coincidir con un reconocimiento explícito del gobierno francés de su apoyo militar al régimen del Presidente Déby en Chad y, en esencia, son una constatación más de los reales intereses en juego en el continente. Intereses con bastantes más residuos de viejo colonialismo de lo que a veces se nos vende.

El Presidente Bush ha elegido tres países “cómodos” para su política- Liberia, Tanzania y Ghana, países anglófonos y con viejos lazos con Estados Unidos- y otros dos que caminan desde su vieja francofilia hacia posiciones más cercanas a las norteamericanas- Benin y Ruanda. Junto a esto, la agenda de Bush incluye encuentros para tratar de la puesta en marcha de la fuerza híbrida Naciones Unidas-Unión Africana en Darfur, aunque no visitará directamente la zona. Es precisamente en este caso donde la diplomacia estadounidense debiera dar algunas explicaciones, pues las acusaciones de complicidad del régimen sudanés con el terrorismo internacional, o su apresurado uso del término genocidio (a diferencia de lo que hizo en el caso de Ruanda en 1994), han estado en la base de las dificultades para el despliegue de esta misión de paz que sigue sin ponerse en marcha. Estas “ligerezas”, que la diplomacia estadounidense viene cometiendo desde los tiempos de Colin Powell y que han continuado con Condoleezza Rice, han ido dirigidas a la opinión pública norteamericana que las ha aceptado gustosa, pero han tenido un efecto letal para la movilización real de una fuerza de paz que era, teóricamente, el objetivo.

En el caso de la otra misión de paz en Chad (EUFOR-Chad), complementaria a la de Darfur y liderada en este caso por la Unión Europea, mutatis mutandi, la posición francesa supone una amenaza del mismo tipo para el éxito de la operación. El reconocimiento explícito por parte del Ministro de Defensa francés, Hervé Morin, de su apoyo sin dudas al régimen chadiano- que en los últimos días ha continuado con las detenciones de líderes opositores- y de su participación en las acciones militares que llevaron al repliegue de los rebeldes hace dos semanas, coloca en un lugar aún más contradictorio a las fuerzas de paz europeas, que difícilmente podrán defender su neutralidad y el carácter supuestamente humanitario de su misión. En ambos casos, posiciones de un gobierno nacional condicionan de facto las de la comunidad internacional.

En cualquier caso, en estos diez años algunas cosas han cambiado y África, o más bien ciertos países dentro de ella, se ha convertido, de modo más evidente a lo que siempre fue, en territorio para las disputas entre diversos intereses económicos, geoestratégicos e incluso lingüísticos o religiosos. La omnipresente presencia de China y sus rápidos avances en África han puesto nerviosos al resto de bloques económicos que tratan de recuperar el tiempo perdido. Así lo intentó la Unión Europea en la Cumbre de Lisboa hace unos meses, y algo parecido pretende Bush en el ocaso de su mandato. Y así lo intentan, muchas veces de modo contradictorio a las posiciones de los bloques de los que forman parte, países que, como Francia, siguen teniendo una fuerte presencia en el continente.

Por cierto, Benedicto XVI no parece haberse enterado de que existe un continente al sur de Europa. Tal vez sea mejor.

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