Mauritania y sus golpes de Estado
Justo antes de estallar el nuevo golpe de Estado en Mauritania aún corría el rumor por el barrio de la Moraleja, en Nouakchott, de que la mujer del ya (ex)presidente Sidi Mohamed Ould Abdallahli no había finalizado la decoración de las innumerables habitaciones del palacio presidencial republicano. Qué lástima.
Muy poco ha durado la aparente situación de estabilidad encubierta, el ansia de cambio, los aires de aperturismo económico y político, el renovado espíritu democrático que, como baluarte, defendía el antiguo Consejo Militar Transitorio para la Justicia y la Democracia (CMJD) cuando entregó el poder presidencial a Sidi Mohamed. Si ustedes recuerdan el artículo que escribí hace poco más de un año en esta misma página, coincidiendo con la llegada a la presidencia de Sidi Mohamed, su título hablaba del paso “del voto tribal a la democracia impuesta por los militares”. Porque recordemos ahora que Sidi Mohamed era el candidato anónimo del CMJD, cuya cabeza, el coronel Ely Ould Mohamed Vall, apretó la manó del nuevo presidente no sin cierta pena por dejar la presidencia interina.
En términos de eficacia y eficiencia, la Misión de Observación Electoral (MOE) de la Unión Europa (con sus dos despliegues respectivos de equipos de análistas y de observadores de larga y corta duración) parece que no solamente no garantizaba los resultados obtenidos, sino tampoco el cambio de mentalidad hacia la democracia tantas veces instruidas a través de recomendaciones y de notas verbales. Da cierta ¿nostalgia?, por ejemplo, releer el informe final de la MOE tras su labor en Mauritania, y comprobar como en sus precisas recomendaciones técnicas electorales no se escarbaba, ni siquiera ligeramente, en el subconsciente político del contexto mauritano que muestra, sin lugar a dudas, que el estamento militar no es un poder más, sino que es El Poder por antonomasia. Algo que casi siempre parece escapársele a los experimentados negociadores que emprenden tan animadamente contactos con los actores mauritanos, sin tomar en suficiente consideración esta simple realidad. Desde que Sidi Mohamed llegó al poder se han visto pocos boubous, y eso no es bueno.
Reconozcamos que no han sido pocos los gestos que hacían relucir la confianza en la estabilidad política y económica de la nueva Mauritania. Todos se apresuraron, y entre ellos España, a bendecir a las nuevas autoridades y a dar por hecho que el camino era irreversible. Algunos fueron más allá, aumentando su ayuda financiera y condonando deudas bilaterales (en torno a los 21 millones de euros en el caso español), mientras que, simultáneamente, proliferaron las visitas de representantes públicos y privados de países comunitarios para rubricar la firma de acuerdos de todo tipo, incluyendo la cuestión de la colaboración en la lucha contra la inmigración irregular y contra el terrorismo. Nada hacía presagiar, en definitiva, un giro tan molesto como el actual que implica, de modo claro, un nuevo reparto de papeles en la escena política y económica de Mauritania. A la vista de lo ocurrido en estos últimos tiempos, da la impresión de que al presidente no le da tiempo a memorizar su discurso de investidura cuando ya tiene que preparar las frases a proferir desde su forzado retiro. Visto de ese modo, parecería que la probeta mauritana con el experimento sobre “democracias militarizantes” no ha funcionado.
A estas dinámicas recurrentes se añaden actuaciones abiertamente desestabilizadoras -como la destitución, decidida por el presidente el pasado día 5, de toda la cúpula militar-, producto del frecuente ataque de éxtasis e irrealidad que confiere el poder a sus temporales poseedores. En este contexto no sorprende demasiado que la pretensión de eliminar a sus antiguos aliados militares (en el anonimato del CMJD) se viera inmediatamente contestada con un golpe de Estado.
Mientras se asiste a una tensa y aparente calma, tanto interna como en relación a los socios exteriores de Mauritania (UE incluida), se agolpan las preguntas sin respuesta. ¿Dónde está el General Ely Ould Mohamed Vall, presidente interino del CMJD?; ¿dónde está el mayor adversario político del depuesto presidente, Ahmed Daddah, que ni siquiera se ha pronunciado por el momento (recordemos que obtuvo el 48 % de los votos frente al 52 % de Sidi Mohamed)?; ¿a qué obedece esa prisa electoralista “de los nuevos antiguos miembros” del Comité Militar golpista por asegurar que muy pronto habrá elecciones libres y limpias? … A este ritmo, los numerosísimos mauritanos analfabetos tendrán como primer derecho cívico el aprender a votar tecnicamente de forma impecable y, quizás más tarde, ganen el de aprender a escribir el nombre de la persona que parece representar sus intereses.
Mientras tanto, nada ha cambiado en un panorama nacional que sigue presentando graves penurias económicas. Para cualquier observador familiarizado con Mauritania resulta inmediato constatar que nada sustancial ha mejorado, sino que por el contrario, se acentúan las señales de preocupación. Baste apuntar que la moneda nacional sigue devaluándose (en marzo de 2007 un euro valía 342 ouguiyas y hoy ya supera las 365), que no cesa el aumento espectacular de los precios de los alimentos de primera necesidad y que, en resumen, los pobres son cada vez más pobres. En nada se ha notado tampoco, por lo que respecta al bienestar del conjunto de la población, la supuesta riqueza petrolífera que atesora el país. ¿Era tal vez una ilusión suponer que en este caso no se iba a cumplir, como por desgracia ocurre en tantos otros, “la maldición del petróleo”?
Una ilusión que se ha venido abajo, al igual que la de la transición hacia la democracia. Con demasiada rapidez, los principales socios exteriores de Mauritania se han apresurado a lamentar el hecho y a reconocer que mantendrán prácticamente inalterables sus relaciones con el nuevo régimen. Se impone, una vez más, el olvido de valores y principios que se dicen defender, arrinconados por intereses más visibles y beneficiosos.
La resignación de los mauritanos, por su parte, parece infinita y así se explica la actual tranquilidad en la práctica totalidad del país. De hecho, cabe imaginar que muchos nobles mauritanas y mauritanos, olvidados entre las dunas de tan magnífico país, ni sabrán siquiera que Sidi Mohamed ya no está en el poder.
No se puede acabar sin hacer mención al auge del islamismo extremista, tanto en el plano social como en el estrictamente político. Es una fuerza emergente y una clave de difícil gestión en un territorio en el que, al menos por lo que pude extraer de mi experiencia personal allí durante todo el periodo de elecciones, poco atrae al mauritano de a pie. Quiero seguir creyendo que a estos musulmanes, gracias a su especial rito de los tres vasos del té, les sigue sin interesar un fenómeno integrista alejado de sus costumbres y que, por el contrario, prefieren apostar por cosas muchos más mundanas y simples, como por ejemplo, tener una vida digna, o que un presidente les dure el mandato entero, por lo menos.