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Más Sharon, más violencia

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(Para Radio Nederland)
Mientras que la atención internacional está centrada en la previsible campaña militar que se prepara contra el régimen de Sadam Husein, el líder del Likud, Ariel Sharon, sigue quemando etapas en su intento por rematar una tarea que tuvo que dejar inacabada por la necesidad de adelantar las elecciones el pasado 28 de enero. Aunque aparentemente la victoria es incontestable (con un total de 40 diputados), acompañada de la mayor debacle sufrida por el partido laborista en su historia moderna (tan solo 19), el hecho es que Sharon sigue siendo un líder débil que necesita, para evitar el ataque de sus propios correligionarios (Benjamin Netanyahu, principalmente), mostrar un perfil todavía más duro del que ya le es propio.

Para sacar adelante su nuevo gabinete ha tenido que aliarse- una vez que el líder laborista, Amram Mitzna, ha podido resistir la presión desde sus propias filas para incorporarse nuevamente al gobierno- a socios que apuntan, inevitablemente, a más problemas con los palestinos. De hecho el único punto en común entre los cuatro socios de gabinete- los conservadores del Likud, con 13 ministerios; los laicos radicales del Shinui, con 5; los colonos ultraortodoxos del Partido Nacional Religioso, con 2; y los ultraderechistas de la Unión Nacional, con otros dos- es su rechazo a la creación de ningún tipo de Estado palestino y a la idea de compartir ninguna capitalidad en Jerusalén. Con estos mimbres no es fácil imaginar que Sharon vaya a lograr ni mantener la cohesión del equipo ministerial (que contará inicialmente con el respaldo parlamentario de 68 diputados, del total de los 120 que se sientan en la Knesset), ni, mucho menos, atender a los dos grandes objetivos que tan reiterada como infructuosamente constituyen las principales prioridades de cualquier gobierno israelí desde finales de los años ochenta: la resolución de los problemas con sus vecinos y la mejora de la situación económica.

En el frente económico la situación es la peor que ha vivido Israel desde su creación. La permanencia del conflicto no sólo obliga a reconducir recursos que serían necesarios en otros campos, sino que disuade a los inversores nacionales e internacionales de apostar por el país. Ningún país puede mantener durante mucho tiempo unos gastos en defensa que equivalen al 14% del PIB, ni siquiera cuando se cuenta con el apoyo sostenido de EEUU, tanto en ayuda directa como en avales para acceder a financiación en los mercados internacionales. La experiencia acumulada en el pasado lleva a prever que habrá nuevas tensiones internas en el gabinete, cuando se pretenda sacar adelante medidas de austeridad, que puedan ser consideradas como pérdida de privilegios para alguno de los coyunturales socios (el empeño del Shinui por recortar las ventajas de las que disfrutan los colonos o los ultraortodoxos es un foco de confrontación asegurado). No se ha dado a conocer ningún plan económico, merecedor de tal nombre, y el nombramiento de Netanyahu como ministro de finanzas no puede ser recibido como una buena señal en este sentido. Su presencia a la cabeza de ese ministerio, en una decisión de última hora para no verse descolgado del gobierno una vez que había sido desplazado de la cartera de asuntos exteriores, obedece fundamentalmente a su interés por llegar a tomar el relevo de Sharon a mitad de legislatura, tal como todo indica que acordaron hace unos meses. Por tanto, no puede suponerse que su voluntad esté muy inclinada a ocuparse de unos asuntos que no prefiguran grandes éxitos a corto plazo para su responsable.

En lo que respecta a las relaciones con sus vecinos, se da por descontado que no hay interés alguno en reabrir las negociaciones con Siria y Líbano, ni tampoco en lograr una verdadera normalización de las que mantiene con Egipto y Jordania. La cuestión palestina es, con diferencia, el tema estrella de la agenda de Sharon. En el actual contexto de guerra contra el terror y de ofensiva contra Iraq, el todavía líder del Likud espera lograr sus mejores resultados, con los que confía en estabilizar una colación gubernamental demasiado heterogénea, para evitar el innegable peligro de un nuevo adelantamiento de elecciones. Cuenta para ello con sus propias fuerzas y con la ayuda imprescindible de Washington. En este último caso, Sharon sabe que dispone de una cobertura permanente de su aliado, tanto para defenderse de cualquier posible ataque desde Iraq, como para actuar con un apreciable margen de libertad en su estrategia de uso de la fuerza, orientada a descabezar totalmente a la cúpula dirigente palestina (tanto en lo que respecta a los aliados de Arafat como a los dirigentes de Hamas o Yihad Islámica) y a aplastar la resistencia popular a su presencia en los Territorios Palestinos.

El objetivo último de Sharon, que tampoco se preocupa excesivamente en esconderlo, es la ocupación total de los Territorios y la expulsión a Jordania de los palestinos que no se muestren suficientemente sumisos. Cuenta para ello con una superioridad militar incuestionable y con unos socios de gabinete que apuestan por la continuación de los asentamientos (el ministerio de vivienda estará en manos del Partido Nacional Religioso) y el rechazo radical a reconocer ningún derecho de retorno a los refugiados. También sabe que, para Washington, Arafat es ya un líder «muerto» y que el «mapa de carreteras» dibuja un panorama aún más difuso que el de los acuerdos de Oslo: sin fronteras definidas para la futura entidad palestina, sin espacio aéreo propio, sin aguas territoriales jurisdiccionales, desarmado, sin posibilidad de establecer acuerdos con otros países sin consentimiento expreso de Israel, sin contigüidad territorial, con obligación de admitir la presencia militar de las fuerzas armadas israelíes en diferentes partes del territorio…

Las ventajas de Sharon son aparentemente incuestionables, como también lo son sus debilidades. La percepción de que su estrategia está abocada al fracaso tampoco es menor, ¿será que se entiende que el uso de la fuerza no podrá ser nunca la manera de encajar los diferentes intereses en presencia en Oriente Próximo?

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