Más oscuridad sobre Jerusalén
(Para Diario 16)
Con su habitual contundencia, Ariel Sharon ha declarado que comienza una “nueva era” en las relaciones con los palestinos, tras el asesinato del ultranacionalista Rehevam Zeevi, ministro dimisionartio de turismo. Tan execrable es esta muerte como la del palestino Abu Ali Mustafa, líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina, acaecida en agosto pasado, como uno más de los “asesinatos selectivos” ejecutados por Israel. Si la espiral de violencia iniciada el 28 de septiembre del pasado año ya había sepultado cualquier posibilidad de alcanzar un acuerdo justo y duradero, que culminara el proceso iniciado en Madrid en 1991, ahora todo apunta a una mayor oscuridad.
Hasta el pasado 11 de septiembre Sharon había disfrutado del amplio margen de maniobra concedido por la administración Bush para gestionar la crisis a su modo, lo que implicaba optar por la fuerza para imponer a los palestinos una superioridad militar que se quería trasladar al ámbito político, con el objetivo de reducir aún más la capacidad de presión de Arafat cuando, en una fase posterior, hubiera que volver a la mesa de negociaciones. Se trataba de establecer unas condiciones de paz que garantizaran plenamente la defensa de los intereses israelíes con las menores concesiones posibles.
Abandonada la idea de permitir la creación de un Estado palestino, se pretendía que, en caso de que como resultado de cualquier tipo de presión se tuviese que dar ese paso, dicho Estado nunca llegase a ser viable.
La tragedia de Nueva York y Washington ha obligado a Bush a volver sus ojos hacia la región, cuando Sharon ya estaba a punto de completar su macabro juego de opresión y exterminio.
La necesidad de ampliar las bases de la coalición contra Afganistán, en la que la inclusión de países árabo-musulmanes resulta imprescindible, se ha traducido, por una parte, en una mayor presión sobre Sharon para desbloquear la situación y, por otra, en un anuncio sobre el apoyo a la creación de un Estado palestino viable. Resultado de esa presión fue el encuentro entre Peres y Arafat que, como era previsible, no modificó la deriva violenta de quienes, en los dos bandos, se proclaman enemigos de la paz.
En vista de los antecedentes, cabe esperar una reacción israelí que nuevamente apueste por el protagonismo de su aparato militar, en un intento, condenado al fracaso, de erradicar toda oposición violenta. Aunque no la necesita para llevar a delante su política, Sharon se verá presionado por una opinión pública, que él mismo se había encargado de excitar, a hacer algo que garantice su seguridad. Su respuesta llevará a una nueva escalada que hará aún más difícil poner fin al más antiguo conflicto armado del Mediterráneo. Si por el contrario, no reaccionara como se prevé, estaría enviando una señal que envalentonaría aún más a los violentos, interpretándolo como una debilidad a explotar con más acciones de este tipo. Independientemente de lo que hagan Sharon y el propio Arafat, puede considerarse que los únicos beneficiarios de la dinámica que ahora se abre son los terroristas de ambos bandos, aquellos para quienes sigue siendo válido que “cuanto peor, mejor”.
No es probable, en este contexto, que Sharon esté dispuesto a escuchar los consejos ni las presiones que desde el exterior traten de atemperar su respuesta, con argumentos sobre el impacto que ello puede tener en la coalición antiterrorista liderada por Washington. Tras la retirada de sus tropas de Hebrón, que ya había provocado la dimisión de dos ministros y una fuerte contestación social, no son previsibles nuevas concesiones en aras de ningún objetivo que vaya más allá de la defensa a ultranza de sus propios intereseses.