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Marruecos tras las elecciones: más dudas que certezas

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(Para Radio Nederland)
Las elecciones celebradas el pasado 27 de septiembre en Marruecos han suscitado, más en el exterior que en el propio país, una atención sobresaliente. Los marroquíes siguen más preocupados por el deterioro de la situación socioeconómica que vive el reino, y que les afecta tan directamente como para explicar en gran medida que la emigración constituya una de sus más claras opciones vitales. Después de casi cincuenta años de independencia, su situación no ha mejorado lo suficiente en términos de bienestar como para seguir confiando en unos dirigentes políticos que reiteradamente siguen prometiendo alcanzar los niveles de desarrollo de sus vecinos del Norte. Basta con recordar que el porcentaje de analfabetismo se resiste a bajar del 60%, que en esta última década ha aumentado la población que vive por debajo de la línea de pobreza (hasta alcanzar ya el 27%), que sigue incrementándose el número de desempleados, más allá del 20% que oficialmente se reconoce, y que esto golpea de forma especialmente grave a los jóvenes, en un país en que los menores de veinte años representan el 45% de los treinta millones de marroquíes. En definitiva, un cúmulo de factores negativos que sitúan a Marruecos en el puesto 123 del Informe de Desarrollo Humano del PNUD y en el que el 80% de los potenciales votantes se muestran abiertamente desinteresados de los partidos políticos.

En el exterior, sin embargo, esta convocatoria electoral ha sido seguida con especial atención, dado que se trataba de la primera celebrada bajo el reinado de Mohamed VI. Desde su acceso al trono, y a diferencia de su padre, el monarca ha tratado de labrarse una imagen más cercana a la población, apareciendo como «el rey de los pobres» y, al mismo tiempo, ha fomentado un discurso reformista que debería conducir hacia la plena democratización del régimen. Las elecciones, en un contexto en el que se admitía sin reparos que todos los comicios celebrados en el país desde su independencia habían sufrido graves alteraciones desde el poder, deberían ser la prueba inequívoca de ese afán democratizador, garantizando una limpieza y transparencia sin sombra de sospechas.

El balance provisional que puede hacerse de lo ocurrido arroja más dudas que certezas. Es cierto que estas elecciones no admiten comparación con ninguna de las anteriores. No se han producido incidentes durante la jornada electoral y los 26 partidos en liza han podido desarrollar sus actividades sin limitaciones graves. En consecuencia, puede afirmarse que Marruecos ha dado un nuevo paso en la dirección correcta, abriendo nuevos espacios para el debate partidista y sin negar la posibilidad de que en algún momento, en un futuro imposible de determinar, sea éste el primer país de la región en establecer un modelo político plenamente democrático. Podría llegar a suponerse que, a largo plazo, Marruecos puede acabar asumiendo la necesidad de completar un proceso hasta ahora incompleto; pero el problema fundamental al que se enfrenta es que los retos planteados a corto plazo pueden arruinar ese hipotético escenario futuro. En una carrera contra el tiempo como la que está dándose en Marruecos, el ritmo de las reformas de un modelo político y económico que sigue apostando por la defensa de los privilegios de una escueta minoría frente a la exclusión de la inmensa mayoría, puede resultar excesivamente lento para dar satisfacción a una población que no vislumbra una salida a la espiral de subdesarrollo y exclusión en la que se encuentra sumida.

Los retos son, al mismo tiempo, socioeconómicos y políticos. En el primer caso, el balance cosechado por el «gobierno de alternancia», con el ahora retirado Yussufi, es claramente insatisfactorio. Si se considera que el heterogéneo gabinete saliente, en el que convivían siete partidos, no ha logrado superar ninguna de las graves deficiencias que caracterizan a Marruecos y que todo indica que tanto socialistas (50 diputados) como nacionalistas del Istiqlal (48) volverán a liderar el nuevo gobierno, es difícil imaginar que exista una voluntad política para llevar a cabo las reformas profundas que siguen pendientes. En el terreno político, que es dónde en realidad se localiza la mayor resistencia al cambio, las tareas pendientes son asimismo acuciantes. Queda por replantear el papel de la monarquía para ajustarla al papel moderador y arbitral que corresponde a un Estado de derecho (cabe recordar que, entre otras prerrogativas, el rey se reserva el nombramiento de los ministros de exteriores, interior, justicia y asuntos religiosos). Queda por asumir que la integración del islamismo político en la escena nacional no puede limitarse a aceptar el papel como opositor del Partido Justicia y Desarrollo (principal vencedor de estas elecciones, al pasar de 14 a 42 diputados), mientras se deja en un limbo alegal al movimiento Justicia y Caridad, liderado por el jeque Abdeslam Yassin, que es con diferencia el principal grupo representante de esta tendencia. Queda por promover un recambio generacional en unos partidos controlados por una gerontocracia poco deseosa de acelerar los cambios. Queda por perfeccionar un sistema electoral que sólo permite votar a quienes tienen más de veinte años (con la intención de eliminar un segmento de la población más inclinado, según los análisis sociológicos, hacia las ofertas islamistas), dejando fuera, en este caso, a unos dos millones de potenciales electores y a la totalidad de los aproximadamente dos millones de emigrantes (todo lo cual se traduce en que el índice real de participación electoral está sensiblemente por debajo del 52% que oficialmente se ha anunciado). Queda por resolver la estructura territorial del poder político, incluyendo el contencioso del Sáhara, mediante el desarrollo de un proceso de descentralización que todavía no ha pasado de los textos a la realidad.

En resumen, muchas y muy urgentes tareas que sólo pueden realizarse a partir de la existencia de un impulso renovador, que debe estar liderado por el monarca y apoyado por la totalidad de la clase política. En el camino recorrido hasta aquí, ninguno de estos actores ha estado a la altura de las exigencias.

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