investigar. formar. incidir.

Menú
Actualidad | Artículos en otros medios

Malos tiempos para la acción humanitaria

ba8

(Para Radio Nederland)
El brutal asesinato de Margaret Hassan, representante de la organización CARE en Irak, los impedimentos al acceso de Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y de la Media Luna Roja Iraquí para socorrer a las víctimas de la «toma» de Faluya, las pruebas fehacientes de asesinatos a quemarropa de heridos iraquíes por parte de soldados estadounidenses en esa misma ciudad, violando flagrantemente las normas del Derecho Internacional Humanitario (DIH), han compuesto durante estos días un panorama desolador, que muestra bien a las claras las nuevas dificultades a las que se enfrenta el trabajo humanitario en las guerras de nuestros días. Se unen estos hechos a otros, también recientes, como el abandono de Médicos sin Fronteras de Afganistán e Irak, al no poder realizar su labor con unas mínimas condiciones de imparcialidad e independencia y con alguna garantía de seguridad, o a las enormes trabas que los actores armados y el propio Estado ponen en Colombia a la firma de un «acuerdo humanitario», que permita intercambiar prisioneros y mejorar la situación de los desplazados forzosos o los confinados. ¿Qué está sucediendo en este mundo global para que el trabajo de solidaridad primaria con las víctimas de los conflictos armados sea cada vez más complejo, y para que las organizaciones humanitarias se estén convirtiendo en el blanco de ataques?

La primera reflexión es que las organizaciones humanitarias están sufriendo ahora los efectos de la manipulación a las que se las ha intentado someter- todo hay que decirlo, en muchos casos con éxito- por parte de los gobiernos y los ejércitos de ciertos países y, fundamentalmente, de aquellos que participaron en la invasión de Irak. Esta instrumentalización del humanitarismo se ha llevado a cabo por varias vías. Por una parte, como hizo el ahora dimitido Colin Powell en la Conferencia de Donantes de Madrid (Oct-03) y en otras ocasiones, presentando a las ONG como «fuerzas multiplicadoras» de los esfuerzos del gobierno de los Estados Unidos en la «guerra contra el terror». Este tipo de declaraciones situaban, de facto, a las organizaciones humanitarias en el disparadero junto a otros actores armados, al ser presentadas como parte, una parte más, de la pretendida cruzada emprendida por Occidente contra el mal llamado terrorismo islámico. Eso ha hecho que para muchos grupos, en muchas regiones del mundo, el humanitarismo sea percibido como algo que responde solamente a valores occidentales que nada tienen que ver con ellos. Buscar explicaciones racionales a actos de terror puede parecer inútil, pero los atentados contra Naciones Unidas, el CICR, CARE o MSF en Irak y Afganistán, tiene algo de esta lógica.
Por otra parte, se ha tratado de limitar el trabajo independiente e imparcial de las organizaciones humanitarias hasta límites insospechados- limitaciones al acceso libre a las poblaciones, condicionamiento a trabajar sólo en ciertas zonas y con ciertas víctimas, presentación de la ayuda como un premio a aquellas poblaciones que colaboren…- quebrando, en definitiva, los valores esenciales de la acción humanitaria. Si a esto añadimos que los patrones de financiación a las organizaciones se han hecho más sobre criterios de docilidad, y casi de subcontratación, y no de respeto a la evaluación independiente de las necesidades y la provisión eficaz de asistencia y protección, convendremos que el espacio humanitario se ha ido cerrando drásticamente. Desde la guerra de Kosovo se ha ido profundizando en esta tendencia que, en cada nueva guerra, ha ido dando una vuelta de tuerca más.

La segunda reflexión es que todo esto se hace en un contexto de desprecio absoluto al Derecho Internacional y, por supuesto, al Derecho Internacional Humanitario. Si hasta ahora los esfuerzos de difusión del DIH y sobre el respeto de las normas humanitarias de muchas organizaciones humanitarias iban dirigidos hacia los grupos beligerantes irregulares, guerrillas, etc.- dando por sentado que un cierto grado de conocimiento, respeto y control, existiría en las fuerzas armadas profesionales de países desarrollados-, vemos ahora que las principales violaciones del DIH las cometen precisamente estas fuerzas. Si, además, estas atrocidades se televisan y difunden por todo el mundo, sus implicaciones para el conjunto de la acción humanitaria son enormes. ¿Cómo puede un delegado del CICR en Uganda, Costa de Marfil o Colombia hacer creíbles sus llamamientos hacia el respeto al DIH en personas que han visto por televisión como un soldado estadounidense, perfectamente uniformado e identificado, asesinaba a un herido iraquí que no podía defenderse? Aunque ese soldado llegue a ser juzgado por crímenes de guerra y condenado- cosa que esperamos, pero que aún no está clara-, la sensación de impunidad (de que todo vale en la guerra, de que todos los combatientes cometen crímenes) que esos hechos trasmiten, minan los esfuerzos de las organizaciones humanitarias y de derechos humanos y condicionan su trabajo en todos los contextos en los que actúan. Estas organizaciones no son las firmantes ni pueden ratificar los instrumentos de derecho internacional. Eso corresponde a los Estados y lo que resulta lamentable es que algunos de éstos, olvidando que durante décadas se ha intentado construir un sistema internacional basado en normas y en el respeto del derecho, sean hoy los principales dinamitadores del precario orden conseguido.

Parece preciso, pues, que las organizaciones humanitarias reflexionen en profundidad sobre este amenazador contexto y traten de prepararse para lo que debiera ser la acción humanitaria en el siglo XXI.

Publicaciones relacionadas