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La victoria islamista en Somalia

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Con la victoria de la milicia de la Unión de los Tribunales Islámicos sobre la Alianza para la Restauración de la Paz y contra el Terrorismo (denominada la Alianza ), en Mogadiscio y en la ciudad estratégica de Jowhar, se abre una nueva etapa en un conflicto dominado durante los últimos 15 años por los señores de la guerra , y concentrado sobre todo en la capital y el sur del país. Un conflicto complejo que suele ser objeto en los medios de comunicación de clichés simplificadores como los de “guerra clánica ” y “lucha contra el terrorismo yihadista ”. Clichés que, junto con la elección errónea de determinados actores internos y un deficiente conocimiento de la realidad somalí, han llevado a la comunidad internacional, con EEUU a la cabeza, a incurrir en importantes errores estratégicos. El último de ellos no es otro que el apoyo del gobierno americano a la mencionada Alianza , integrada por unos señores de la guerra (herederos de aquellos contra los que EEUU combatió en 1993, junto con Naciones Unidas, con el saldo de un estrepitoso fracaso) cuyos actos criminales y desmanes han conseguido que la población somalí de las zonas en conflicto apoye mayoritariamente a unos Tribunales Islámicos, proveedores, al menos, de un cierto orden y seguridad, y a los que EEUU vincula con Al Qaeda .

Es precisamente Al Qaeda y sus estrechos vínculos con Somalia (que datan de principios de los 90) la causante de que este país se reincorporase a la agenda estadounidense a finales de 2001, con la posterior implantación de una base militar en el vecino Yibuti y una fuerte dotación de medios y fondos para su mal llamada “guerra contra el terror” en la región del Cuerno de África, no exenta de importantes atentados terroristas. Ahora bien, aunque Washington sigue insistiendo en que Somalia es un hervidero de yihadistas (en la misma línea que un documento de Naciones Unidas de 2005, que menciona la existencia de al menos 17 campos de entrenamiento) existen también fundados motivos para pensar, como señala en sus informes el acreditado International Crisis Group , que en realidad su presencia es minoritaria y que, una vez desmantelada el ala militar de Al Itihad , el nuevo yihadismo (que hizo su aparición durante 2003, a raíz de los asesinatos de cuatro trabajadores humanitarios en Somalilandia) se limita a una insurgencia urbana de reducido alcance y sin un objetivo político claro ni una autoridad religiosa que la sustente.

En todo caso, la estrategia antiterrorista de Estados Unidos en Somalia dista mucho de ofrecer un balance positivo. Pese a algunos éxitos puntuales, ni ha conseguido el favor de la mayoría de la población ni tampoco erradicar a los principales líderes terroristas.

Además, y por si la situación no fuera ya suficientemente complicada, la variable del fundamentalismo islámico y su vertiente yihadista han impregnado también la política interna somalí y radicalizado el posicionamiento de sus diferentes actores, induciendo alianzas insólitas. Al igual que el primer gobierno de transición (formado en 2000 por islamistas, tanto radicales como moderados, empresarios y redes de clanes) fue denostado por EEUU al entender que apoyaba a elementos yihadistas , el actual Gobierno Federal Nacional (creado en 2004) recibió un claro rechazo de círculos islamistas y nacionalistas debido al marcado carácter anti-islamista de su presidente Adulahi Yusuf y sus estrechos vínculos con Etiopía, acérrimo enemigo de Somalia. Se inicia entonces una etapa de tensiones que degenera en una extrema violencia a partir de febrero de 2006, con el consabido enfrentamiento entre la milicia de los Tribunales Islámicos y la Alianza .

La razón indica también que dada la heterogeneidad del panorama somalí y el caos reinante, es precisa una gran cautela a la hora de abordar y publicitar determinadas cuestiones claves. Una de ellas es, sin duda, la supuesta vinculación de los Tribunales Islámicos con Al Qaeda . A juzgar por la información disponible, si bien algunos Tribunales están en manos de fundamentalistas violentos (como los de Ifka Halane y Shirkoola), otros (como los de Xararyaale y Towfiiq) estarían ejerciendo, por su carácter moderado, un cierto contrapeso. De hecho, cada uno de los Tribunales Islámicos, creados en torno a los diferentes subclanes, obedece a corrientes islamistas muy diversas y su autoridad deriva en primer lugar del derecho consuetudinario somalí (el Xeer , mezcla de costumbres nómadas y del islam, que penetra en Somalia a partir del siglo VIII). La aplicación de una versión extremista de la sharía parece que está limitada, por el momento, a un número escaso de Tribunales.

Además, es importante señalar que el auge del islamismo ha ganado adeptos en un contexto de devastación generalizada en el que las asociaciones islamistas atienden de forma eficiente las necesidades básicas de una población que, por otra parte, rechaza mayoritariamente tanto el extremismo religioso como la utilización del islam en cualquier acción bélica.

Partiendo del contexto expuesto, parece claro que lo mejor que podría hacer EEUU en esta nueva etapa es apostar por los actores islamistas moderados más representativos, como fórmula más inmediata para contrarrestar a una minoría fundamentalista que va ganando adeptos en un entorno que favorece la radicalización. La apuesta del gobierno americano por equiparar Somalia con Afganistán y apoyar a los señores de la guerra para evitar una supuesta talibanización no sólo se ha revelado como un error de bulto sino que, además, ha contribuido a que una buena parte de la población termine percibiendo la guerra estadounidense contra el terrorismo yihadista en Somalia como un combate directamente contra el islam.

Por otra parte, si bien el enfrentamiento entre la milicia de los citados Tribunales y la Alianza tiene unas connotaciones ideológicas superiores a las del clásico enfrentamiento entre clanes, éstos seguirán inevitablemente condicionando un escenario político marcado por un frontal rechazo a una organización estatal supraclánica . Dichos c lanes y sus ramificaciones adquirieron una relevancia inusitada a partir del estado postcolonial (1960), al condicionar éste el acceso a los recursos estatales en función de la pertenencia a uno u otro clan. Este fenómeno de redes clientelares se acentuó de forma especialmente nefasta durante la dictadura de Siad Barre (de 1969 a 1991: apoyado primero por la URSS y luego por EEUU, el fin de su régimen supuso, a su vez, el colapso estatal).

El Gobierno Federal Nacional- cuyo primer ministro ha cesado como miembros del mismo a cuatro señores de la guerra que formaban parte de la Alianza – deberá ahora negociar con la Unión de los Tribunales Islámicos, que pretende crear un Estado islámico en Somalia. Un país en el que, por otra parte, no existe realmente ningún consenso para construir un Estado federal. De hecho, la única región que encajaría en un tablero federal sería Puntland en el noreste, vecina de Somalilandia. Esta última se proclamó independiente en 1991 y aunque carece por completo de reconocimiento internacional es una entidad nacional bien estructurada y con más estabilidad que muchos Estados subsaharianos.

Como de costumbre, cualquier avance en Somalia dependerá de que se consiga marginar a los elementos más radicales y de que todas las partes influyentes tomen nota de los errores del pasado.

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