La subasta de hidrocarburos en Irak
(Para Radio Nederland)
Los dos temas de la agenda iraquí que atraen mayor atención de los medios de comunicación estos días son la retirada militar de las tropas estadounidenses y el recrudecimiento de la violencia en las calles.
Mientras que el primero es sencillamente falso- lo único que se ha producido es un re-despliegue que deja a unos 120.000 soldados estadounidenses en Iraq-, el segundo es radicalmente cierto- como lo atestiguan los más de 300 muertos de esta última semana. Sin embargo, lo que no se difunde de igual modo- a pesar de que incluso se ha ofrecido por la televisión nacional en alguna de sus sesiones- es la importante subasta que está sacando al mercado la explotación de un total de seis campos petrolíferos y dos gasísticos.
Para entender que no se trata de un asunto menor, basta señalar que el volumen de reservas de los seis primeros se eleva a unos 43.000 millones de barriles (sobre un total de 112.000 de reservas probadas; a los que aún cabría sumar otros 150.000 millones de barriles en reservas probables). La evaluación en términos actualizados de la riqueza que guarda el subsuelo iraquí indica que solo queda por debajo, pero muy cerca, del volumen de petróleo que atesoran los saudíes, con un sector del que procede el 90% de los ingresos públicos. Es obvio que cualquier posible plan de desarrollo económico de Iraq descansa sobre la capacidad de producción y exportación de petróleo y gas, partiendo de la idea de que seis años después de la invasión estadounidense no ha conseguido ni siquiera colocarse al mismo nivel de extracción y ventas que registraba antes de marzo de 2003. Los efectos destructivos de dicha invasión y la falta de inversiones y de tecnología moderna han bloqueado hasta ahora el relanzamiento de un sector clave para el futuro del país.
En estas condiciones, el gobierno de Nuri Al Maliki ha decidido poner su riqueza energética al alcance de las principales compañías extranjeras, confiado en que logrará así el dinero fresco y el know how necesarios para llenar las arcas públicas y atender a las enormes demandas de una población altamente desconfiada y frustrada con sus gobernantes. Con esa idea, y coincidiendo con el mismo día en que se oficializaba el redespliegue militar estadounidense, se ponía en marcha una subasta en la que han pujado empresas punteras del sector para hacerse con un negocio que (calculado sobre la base de un barril de petróleo a 50 dólares) puede suponer 16.000 millones de dólares para las compañías adjudicatarias y alrededor de 1,7 billones de dólares para Iraq. Lo que está en juego para las 32 empresas que se han presentado es hacerse con un contrato por veinte años para explotar campos ya evaluados con precisión, contando con un precio garantizado hasta una cantidad fijada de antemano y con un impuesto sobre cada barril extraído a partir de dicha cantidad.
De momento solo se ha adjudicado un contrato a un consorcio liderado por Bristish Petroleum, en el que también está la compañía estatal china (CNPC), para explotar el campo de Rumalia- que, con unos 17.800 millones de barriles, es el mayor de los que entran en la puja. Pero el propio ministro del ramo se ha apresurado en confirmar que, aunque el plazo previsto ya ha concluido, otras siete ofertas (no públicas) se han hecho llegar al gabinete ministerial para su evaluación; dando a entender que habrá nuevas rondas de subasta si finalmente no se logran cubrir los objetivos en esta primera.
En definitiva, y con los consabidos circunloquios de toda negociación empresarial, el gobierno iraquí ha comenzado a gran escala una apuesta vital para su futuro y sobre la que se ciernen inquietudes nada desdeñables.
Por un lado, ya se han hecho oír las críticas de quienes consideran que se está vendiendo el país al mejor postor. Quienes así opinan- incluso dentro del parlamento iraquí- preferirían que solo se permitieran contratos de exploración, con participación en todo caso de compañías iraquíes para evitar la pérdida de control sobre el tesoro más preciado del país. Pero por otro lado, parece claro que la situación actual de Iraq no invita a las empresas del sector a embarcarse en una aventura de evidentes posibilidades de ganancia, pero también con poderosos factores de disuasión. El primero de ellos tiene que ver con las dificultades de aprobación de una nueva ley de hidrocarburos que defina con precisión el marco en el que va a desarrollarse el sector en el futuro. Esa ley está bloqueada, entre otras razones, por las dificultades de encaje político entre el gobierno central- dominado por los chiíes- y el gobierno regional kurdo- con objetivos que pueden terminar en la futura independencia de la zona. Este último actor muestra también una febril actividad en el sector, retando a Bagdad y firmando acuerdos con empresas extranjeras- la noruega DNO acaba de anunciar la entrada en explotación del campo de Tawke, a un ritmo de unos 60.000 barriles diarios, que deben llegar hasta los 200.000 en un par de años. La discusión sobre el control de la zona de Kirkuk, sobre la potestad para firmar contratos con empresas extranjeras y sobre el porcentaje de los ingresos que deben revertir a ese gobierno regional no parece que vaya a rematar a corto plazo.
Por si eso no fuera suficiente, y a pesar de la campaña de imagen que está llevando a cabo el gobierno de Al Maliki, es imposible olvidar que Iraq sigue siendo un territorio altamente inseguro y, por tanto, escasamente atractivo de momento para la inversión internacional.
Mucho tienen que cambiar las cosas en Iraq para que todas las piezas del rompecabezas terminen por ensamblarse como desea Al Maliki. Y lo peor para sus intereses es que muchas de las variables que determinan el futuro inmediato del país todavía escapan a su control y al de quienes le apoyan.