La necesidad de una renovación política en América Latina
Hace tan sólo un cuarto de siglo la democracia en América Latina era una rareza, ya que la mayoría de los países latinoamericanos estaban regidos mediante sistemas dictatoriales o autoritarios. 25 años después la situación es diametralmente diferente debido a que en América Latina parece haber triunfado la democracia. En los años 30 del siglo XX, el sistema de libertades experimentó su primer fracaso, a causa de la crisis del 29. En aquella época en algunos países, como Argentina o Uruguay, empezaban a gestarse verdaderos regímenes democráticos. Esta incipiente primavera democrática reverdeció en América Latina tras la Segunda Guerra Mundial, pero las tensiones propias de la Guerra Fría hicieron fracasar la democracia en países como Guatemala, Venezuela, Colombia, o Perú.
Tras las dictaduras de los años 70, que produjeron profundos traumas en los países latinoamericanos, en la siguiente década se produjeron las transiciones hacia regímenes democráticos; los años 90 fueron los de la definitiva consolidación de este sistema. En ese momento se encuentra América Latina en estos momentos: la inmensa mayoría de los países, salvo Cuba, gozan de regímenes democráticos, algunos van camino del cuarto de siglo (Ecuador), otros han superado los tres lustros (Argentina), y otros están recién llegados (el Perú post-fujimorista).
Pero es iluso hablar de que las democracias están consolidadas cuando la credibilidad de los partidos políticos y sus líderes está en crisis. A lo largo y ancho del subcontinente se está extendiendo un claro sentimiento antipartidos, cuyo máximo exponente es el aumento de la abstención en los procesos electorales. Así, por ejemplo, en estos momentos existe una clara preocupación en Argentina debido a que en los próximos comicios legislativos aumente, muy significativamente, el número de personas que decida votar en blanco o ejercer un voto de protesta (votando por personajes de cómic o incluso próceres históricos). No es un caso único ni mucho menos en la zona.
El desencanto hacia la política y los políticos se está extendiendo en todos los estratos sociales y, en especial, entre los más jóvenes. No se trata de un hecho exclusivo de América Latina, ocurre también en otros lugares, Europa incluida. Pero a diferencia del Viejo Continente, en América Latina la democracia aún no cuenta con la suficiente fortaleza institucional para afrontar esa perdida de legitimidad. Ese desencanto es muy peligroso porque en él puede residir el germen de la destrucción del sistema.
Después de alrededor de 20 años de democracia, amplios sectores sociales sólo han conocido crisis económicas, seguidas de duros ajustes, disminución de los ingresos y aumentos de los desequilibrios sociales. Además, los leves, levísimos, avances hacia un hipotético estado del bienestar han alcanzado escuálidos resultados.
El sistema de partidos es uno de los principales pilares sobre los que se levanta la democracia. Pero un sistema de partidos en el que no se produce la necesaria renovación está condenado a desaparecer barrido por la aparición de fuertes y poderosos movimientos antipartidos. Esto ya se ha producido en América Latina, como demuestra el caso venezolano donde ha surgido un movimiento populista, antipartidos y de claras tendencias autoritarias liderado por Hugo Chávez.
En la mayoria de países latinoamericanos los ciudadanos siguen votando por los mismos políticos desde hace 20 años; se han convertido en una oligarquía cerrada que tapona la necesaria renovación; y sin renovación la clase política se aisla y pierde la savia que recibe de la sociedad. Los ejemplos son numerosos:
En Argentina, para las elecciones legislativas de este mes compiten para senadores por la provincia de Buenos Aires dos viejos dinosaurios de la política como Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde. El FREPASO se alzaba como la más clara alternativa de renovación de un sistema político argentino, dominado desde los años 40 por justicialistas y radicales. Después del fracaso del gobierno de Fernando de la Rúa, que se apoyaba en la alianza entre la UCR y el FREPASO, esta coalición tiene los días contados. Ahora aparecen nuevas figuras como Elisa Carrió, cuyos modos y maneras están complicando un panorama político y socio-económico de por sí muy difícil, que necesita más de diálogo que de confrontación.
En Ecuador, dos viejos caudillos como Rodrigo Borja y León Febres Cordero, que ya fueron presidentes en los años 80 suenan como máximos favoritos para regresar a la presidencia. Además, el sistema de partidos en este país andino se ha convertido en una auténtica partitocracia, en donde las agrupaciones terminan por no representar a nadie. Las divisiones y subdivisiones hacen muy difícil gobernar con el parlamento.
Los ejemplos se multiplican: en Guatemala, Efraín Ríos Montt, que desde 1974 es la figura central del panorama político guatemalteco, puede convertirse en el próximo candidato presidencial del partido en el poder, si el partido que le sostiene logra reformar la constitución que le impide presentarse por haber encabezado un golpe de Estado. En Nicaragua un anciano como Enrique Bolaños y Daniel Ortega, presidente entre 1984 y 1990, compiten por la presidencia. El fujimorismo ha dejado destruido el sistema de partidos del cual sólo ha sobrevivido el APRA, bajo cuyo gobierno el país andino sufrió la dura crisis en la que se gestó el autoritarismo fujimorista. Paraguay sigue gobernada por un eterno Partido Colorado que cumple más de medio siglo en el poder ante la incapacidad de la oposición, también eterna, por articular una alternativa creible.
En resumen, los sistemas políticos latinoamericanos necesitan una profunda reforma política que termine con el caudillismo, la cooptación y la corrupción. Además de reforma se debe llevar a cabo la renovación de sus dirigentes para construir una democracia más representativa y más en contacto con los diferentes sectores sociales. En caso contrario el peligro de que se produzca una reacción de tipo chavista (populista y antidemocrática) se convertiría en algo más concreto que una simple hipótesis de trabajo.