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La ampliación de la Intifada

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Muamar Gadafi

(Para Radio Nederland)
En la actual escalada de violencia del conflicto en Oriente Próximo, en los últimos días un nuevo elemento amenaza con ampliar el radio de inestabilidad y violencia a los países vecinos a Israel y los Territorios Ocupados.

Diversos medios de comunicación se han hecho eco, en estos últimos días, de la efervescencia política que se vive en los campos de refugiados palestinos y las calles de diversas ciudades de Jordania, Líbano, Siria, Egipto y otras naciones árabes, como consecuencia de la reocupación militar israelí de Gaza y Cisjordania y del asedio a las instituciones políticas y militares de la Autoridad Nacional Palestina.

Desde hace cinco décadas, los refugiados palestinos, diseminados en el mundo árabe, han constituido un arma de doble filo en la política de la zona, y este elemento se agudiza en nuestros días. Por un lado, observamos la utilización de la causa palestina hecha por los regímenes árabes –corruptos y autoritarios -, como arma de legitimación interna y carta de negociación con el exterior. Así, por ejemplo, el líder libio Muamar Gadafi ha pedido a los países árabes “abrir sus fronteras a los voluntarios libios” para combatir en Palestina, olvidándose de las deportaciones masivas de refugiados que llevó a cabo en el verano de 1994 en respuesta al proceso de paz, así como de las paupérrimas condiciones en las que viven los cerca de 20.000 palestinos que quedaron en su territorio, debido a las restricciones al empleo que les impuso. Por otro lado, los más de cuatro millones de refugiados suponen una fuente de inestabilidad regional que los regímenes árabes y el resto de la comunidad internacional han tratado de controlar desde 1948. Basta recordar el Septiembre Negro jordano (1970), la participación palestina en la guerra civil libanesa (1975-90) o la primera Intifada (1987-93) para reconocer el potencial desestabilizador de esas masas paupérrimas y altamente politizadas, que exigen la aplicación de su derecho al retorno, establecido desde el 11 de septiembre de 1948 en la incumplida resolución 194 (III) de la Asamblea General (AG) de Naciones Unidas, según la cual, a los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos se les debe permitir hacerlo en el plazo más corto posible.

La actual reacción de los refugiados (y de diversas poblaciones árabes) que exigen a los gobiernos árabes que se enfrenten, y los dejen enfrentarse, a Israel, se viene preparando desde hace una década. El proceso de paz, que se centró en crear una entidad palestina autónoma en parte de los Territorios Ocupados en 1967, dejó en la orfandad política a los refugiados radicados fuera de Gaza y Cisjordania, quienes se han sentido abandonados por una OLP abocada a recuperar jirones de la Palestina histórica. Hace dos meses, Arafat hacía realidad los temores de los refugiados “de fuera”, al decantarse por un retorno limitado de refugiados en medio del caos e inmovilismo político del conflicto. Esto, aunado a la reciente propuesta saudí (aprobada con reservas en la Cumbre Árabe de Beirut del pasado 27 de marzo) de una paz regional general a cambio de la retirada israelí de los Territorios Ocupados, sin exigir el retorno de los refugiados, han sido acicates suficientes para que estos últimos se movilicen en los países donde residen a favor de un enfrentamiento militar contra Tel Aviv.

Las posturas se extreman conforme aumenta el grado de exclusión, marginalidad y miseria. Así, como señala el diario español El País, en el artículo “Queremos armas, no cumbres árabes” publicado el día 1de abril, los palestinos de los campos de refugiados del Líbano- que son, fuera de los Territorios Ocupados, quienes viven en peores condiciones debido a las enormes restricciones al empleo, la movilidad y los servicios públicos impuestos por Beirut-, son el caldo de cultivo ideal para “hombres (y mujeres y niños) bomba” dispuestos a inmolarse por la patria perdida. La desesperación es mala consejera para la mayoría de los más de 380.000 refugiados en el Líbano (la mitad viviendo en los campamentos de refugiados), que sobreviven gracias a la ayuda, siempre menguante, de la sociedad internacional. La guerra civil libanesa, la negativa de ese gobierno a asimilarlos u otorgarles mayores derechos, la invasión israelí del sur libanés, las matanzas de Sabra y Chatila y la “guerra de los campamentos” en los años ochenta, han creado una sociedad volátil que busca hoy en día canalizar su frustración contra Israel y contra los regímenes árabes, a los que acusan de cobardía y corrupción. Dada la escalada de violencia en la zona, en los días venideros puede esperarse que los movimientos organizados de estos refugiados en el exilio se multipliquen. La capacidad de respuesta y contención de los gobiernos de la región está por verse.

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