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¿Un nuevo plan de paz en Oriente Medio?

imgarticulo

(Para Radio Nederland)
En estos últimos días se asiste, con la mediación directa de la CIA norteamericana, a un ¿último? intento por frenar la violencia en los Territorios Palestinos y en Israel. Aparentemente se pretende posibilitar una vuelta a la mesa de negociaciones para dentro de unos cuatro meses, con el objetivo de cerrar el proceso iniciado en Madrid (octubre de 1991). Sin embargo, nada invita al optimismo sino que, por el contrario, surgen dudas razonables sobre las posibilidades de que se llegue pronto a un acuerdo palestino-israelí sobre los temas del estatuto final (Jerusalén, refugiados, asentamientos, fronteras y entidad política de los Territorios).

Por lo que respecta al bando palestino, Arafat se encuentra obligado a elegir entre lo malo y lo peor. Si mantiene su apoyo a la Intifada, único instrumento que tiene actualmente para presionar a Israel, puede verse desbordado por los violentos (con el apoyo de una población frustrada tanto política como económicamente), que actúan con la doble intención de doblegar a Israel y de mostrar la incapacidad del líder de la Autoridad Palestina para lograr los objetivos nacionales. Si, por el contrario, reprime seriamente a quienes se enfrentan a la ocupación verá acentuada su deslegitimación entre una gran parte del pueblo palestino (tanto refugiados como habitantes de Gaza y Cisjordania), como un simple ejecutor sometido a las directrices de Israel y como un mal gestor en la consecución de mayores niveles de bienestar y en la proclamación de un Estado palestino independiente. Lo previsible, en consecuencia, es que Arafat opte por mantener una doble imagen, oficialmente contraria a la violencia, pero comprensiva con quienes capitalizan las revueltas contra el ocupante, en un ejercicio de presión que acabe convenciendo al electorado israelí de que Sharon no puede garantizar su seguridad (lema con el que logró la victoria en las elecciones de febrero) por la vía militar, y de que únicamente la negociación de un acuerdo final puede permitir a Israel ser reconocido como un Estado entre iguales, dentro de fronteras seguras.

Por su parte, Sharon apura sus cartas militaristas, consciente de que el tiempo juega en su contra y de que se verá obligado a regresar finalmente a la mesa de negociaciones. Desde su victoria electoral, y aprovechando un período de gracia en la heterogénea coalición gubernamental que está próximo a finalizar, se ha preocupado fundamentalmente de lograr el consentimiento a su política por parte de EEUU, único actor internacional ante el que se ve relativamente obligado de rendir cuentas. Una vez obtenido el apoyo de Bush, que ha mostrado una aparente indiferencia sobre este conflicto escudándose en la necesidad de replantear su estrategia en la zona, Sharon ha jugado sus bazas con clara determinación. En primer lugar, ha bloqueado cualquier posible avance en las negociaciones pendientes (cabe recordar que el marco definido por los Acuerdos de Oslo preveían la firma del acuerdo sobre el estatuto final en mayo de 1999), desviando la atención hacia los problemas generados por su propia política de represión. Además, se ha centrado en la eliminación física de un elevado número de dirigentes palestinos, en su afán por descabezar el círculo de toma de decisiones palestino, dificultando aún más una futura vuelta a la mesa de diálogo. Al mismo tiempo, ha llevado a cabo la destrucción sistemática de la escasamente desarrollada capacidad palestina para fabricar determinados tipos de granadas y para cerrar sus fuentes de aprovisionamiento. Todo ello, mientras proseguía su política de ampliación y creación de nuevos asentamientos (en una clara señal de desprecio a las condenas internacionales), la destrucción de viviendas y cultivos y campos palestinos, el cierre de los Territorios y la negación de transferencias, a las que estaba obligado por los acuerdos firmados hasta ahora. La única preocupación de Sharon es cumplir su tarea antes de que el entorno, interno y externo, le haga aconsejable volver a presentar una oferta de diálogo. De ahí que haya apostado por el uso de medios militares desproporcionados (cazas F-16, misiles guiados, armas inteligentes, helicópteros de ataque) con la idea de lograr rápidamente sus objetivos.

En definitiva, la actual propuesta de un nuevo plan de paz realizada por Sharon únicamente da a entender que está próximo a finalizar la labor que se había autoimpuesto y que, una vez transmitida la imagen de una desigualdad radical, puede pasar la pelota a Arafat. Si éste último renuncia a aceptar la oferta aparecerá ante la opinión publica internacional como un violento, sin considerar quién ha disparado la crisis y quién está marcando el ritmo del proceso. Por último, un mínimo análisis de la propuesta israelí da a entender claramente que Sharon no está planteando el regreso a la mesa de negociaciones en el punto en el que se quedaron antes de las últimas elecciones. Por el contrario, lo que plantea es un simple acuerdo de no beligerancia, comprometiendo a las autoridades palestinas, sin que exista ninguna garantía de avance posterior. Mientras que Arafat no puede presentarse en esas condiciones ante su pueblo, Sharon parece seguro de que dispone de bazas suficientes para forzar el proceso en función de sus intereses. Mientras tanto, la paz, que es la única opción que permitirá a ambas partes cumplir con sus objetivos nacionales, seguirá siendo una asignatura pendiente. Se adivina más violencia en el horizonte.

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