Israel abocado a un autismo consentido
(Para Radio Nederland)
Ningún país del mundo puede realizar un prolongado esfuerzo bélico, que absorba año tras año más del 10% del PIB nacional, sin que se resienta su propio bienestar y su estructura económica.
Eso es aplicable también a Israel, aún a pesar de contar con la generosa y constante ayuda estadounidense desde 1979, estimada en unos 2.500 millones de dólares anuales. Una buena muestra de la insostenibilidad de ese modelo acaba de hacerse trágicamente visible como consecuencia del incendio que ha asolado el monte Carmelo y que se ha llevado por delante la vida de 41 personas.
Las difíciles condiciones orográficas de la zona no bastan para justificar la débil e inadecuada respuesta gubernamental. Por el contrario, la escasez de medios y hasta de conocimiento de los servicios activados es, por sí misma, una buena muestra del grave descuido en la atención a los servicios públicos básicos de un país que, por un lado, presume de ser parte del mundo desarrollado y, por otro, malvive apostando ciegamente por estrategias de fuerza que, 62 años después de su creación, ni ha logrado derrotar totalmente a sus adversarios ni convencer a sus vecinos de su intención de vivir en paz. Lo único que explica que este nuevo ejemplo de torpeza y equivocación, en la asignación de recursos para atender a las necesidades de la población, no haya provocado una mayor movilización cívica contra sus autoridades es la situación de secuestro obnubilado en el que vive la sociedad israelí. De manera obsesiva, y como colofón de técnicas clásicas de manipulación, la mayoría de los israelíes están convencidos de la existencia de una animadversión mundial contra ellos, derivada de un histórico prejuicio antijudío (que no quiere entender la diferencia entre la crítica a un determinado gobierno o el antisionismo y el odio a un pueblo o a una religión) y de la supuesta amenaza de aniquilación a la que se exponen ante el menor síntoma de debilidad (que es como suelen percibir cualquier opción por el diálogo o la negociación).
Un paso más en ese proceso de autismo suicida es el anuncio por parte del gabinete de Benjamin Netanyahu de que Israel seguirá adelante con las tareas de construcción en los asentamientos ubicados en Cisjordania, desoyendo la petición de Washington de que las paralice por un periodo de 90 días (excluyendo incluso a las desarrolladas en Jerusalén Este y dando por hecho que, a su cumplimiento, podría seguir con ellas). Estados Unidos solo pretendía crear un escenario de mínimos que permitiera seguir adelante con el proceso de negociación directa, iniciado el pasado 2 de septiembre, con la esperanza de llegar a algún tipo de acuerdo que facilite la resolución del largo contencioso entre palestinos e israelíes. Sin embargo, y a pesar de que Washington acompañó su petición de la oferta de confirmar la venta de una veintena de cazas de combate F-35 y de la promesa de utilizar su derecho de veto ante cualquier intento por parte del Consejo de Seguridad de la ONU de aprobar alguna resolución que pueda afectar a las posturas israelíes (por ejemplo, el tantas veces anunciado reconocimiento de un Estado palestino), Tel Aviv no ha tenido reparo alguno en volver a desairar públicamente a su principal aliado.
De poco sirve en este contexto el anuncio simultáneo por parte del gabinete de Netanyahu de que, de manera inmediata, se permitirá la salida de productos agrícolas, muebles, cerámica y textiles de la asediada Franja de Gaza. Interpretar esa decisión como una señal de buena voluntad israelí para facilitar la vuelta a la mesa de negociaciones equivale a olvidar que Tel Aviv puede, unilateralmente, volverse atrás en cualquier momento (como tantas veces ha hecho en estos últimos tres años de prisión obligada de los 1,5 millones de gazatíes). Supone, asimismo, olvidar que el castigo colectivo continúa a diario (negando la entrada en la Franja de aquellos productos que no interesen a Israel y la salida de muchos otros no incluidos en esta primera lista) y que, por último, esas mercancías tienen que salir al exterior a través de aduanas y puertos o aeropuertos israelíes, lo que le otorga a Israel muchas posibilidades para eternizar los trámites hasta el punto de hacer inviable la venta de los productos en cuestión.
Si se descarta la irracionalidad como explicación del comportamiento israelí, solo cabe deducir que el gobierno de Netanyahu calcula, con razón, que no necesita realmente aceptar ninguna condicionalidad externa. Sabe que, al menos de momento, puede lograr esos deseados cazas de combate y contar con el veto estadounidense en la ONU aún sin necesidad de plegarse a las exigencias de Washington. Sabe, igualmente, que ni la Unión Europea ni la Liga Árabe están en condiciones de ejercer ninguna presión real que le obligue a modificar su estrategia de deconstrucción de cualquier hipotético Estado palestino. Y cree saber, al no encontrar ningún obstáculo real a sus ambiciones, que el tiempo corre a su favor para dominar completamente Palestina. Mientras tanto, su propia población sigue asumiendo el coste de apoyar unas opciones belicistas y el resto del mundo asiste, entre impasible (los gobiernos) y crispado (las opiniones públicas) a un proceso que nos aleja de la paz en la región y que se contenta con volver a las negociaciones indirectas (con Washington de intermediario).