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¿Nuevos dueños para el Nilo?

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(Para Revista Pueblos)

La inestabilidad regresa de nuevo a las orillas del Nilo. Tras años de aparente calma, los casi 6.700 km del río compartido por una decena de países continúan siendo fuente de disputa en la región. Hartos del cuasi monopolio egipcio-sudanés sobre sus aguas, el resto de los países ribereños intentan modificar el statu quo vigente desde la colonización.

No son pocos los que han elogiado la magia del río. El mismo Herodoto se sorprendía hace más de 20 siglos ante la exuberante civilización que nacía a merced de sus aguas y afirmaba sin dilación que «Egipto era un don del Nilo». Ya en la etapa de colonización británica se concedió, en el protocolo de 1929, a El Cairo y a Jartum el absoluto control de sus aguas incluyendo, entre otras cosas, el poder de veto sobre el arbitraje del caudal. En 1959, un segundo pacto les permitía reservarse casi el 90% de su totalidad –del cual Egipto tiene garantizadas más de tres cuartas partes-, lo que dejaba al resto de países ribereños en una posición absolutamente marginal. Interesa subrayar que durante la ratificación de estos acuerdos, los Estados de la región –a excepción de Etiopía- aún permanecían bajo dominación colonial y, por tanto, no fue hasta su acceso a la independencia cuando las demandas comenzaron a transformarse en tensiones. Sus peticiones para lograr un mayor acceso a las aguas del río, sin embargo, continuaron siendo ignoradas.

La Iniciativa de la Cuenca del Nilo (NBI), en 1999 – impulsada por la UNESCO, la OUA y la Cruz Verde Internacional- logró sumar a los diez ribereños – Etiopía, Tanzania, Ruanda, Uganda, Kenia, Burundi, República Democrática del Congo, Egipto, Sudán y, como observador, Eritrea- y pareció dar a entender que Egipto daría su brazo a torcer. Sin embargo, no fueron pocos los que argumentaron que su actitud era una simple fachada formalista, pues mantenerse indiferente ante las incipientes voces de protesta podía acarrear serias consecuencias en su crecimiento económico (basta recordar que el Nilo proporciona el 94% de toda el agua que consume Egipto y que el 85% de su población está concentrada a lo largo de las dos orillas). Esta desconfiada presunción se ha confirmado a lo largo de años de fracasadas e interminables negociaciones en las que Egipto y Sudán se han negado categóricamente al cambio de statu quo del Nilo (que garantiza a Egipto 55.500 millones de metros cúbicos cada año y le concede el derecho de veto sobre cualquier proyecto de irrigación promovido por el resto de los países ribereños).

El boicot de los ribereños

Pero el pasado 14 de mayo la paciencia llegó a su fin. La impotencia generalizada ante la continua negativa de El Cairo llevó a los representantes de Etiopía, Tanzania, Ruanda y Uganda -con un declarado apoyo keniata- a refrendar un nuevo acuerdo sobre los derechos del río en la ciudad de Entebbe. En él se plantea un reparto equitativo de los recursos hídricos del caudal y se retoman algunos proyectos hasta entonces paralizados. Los países restantes de la NBI dispondrán del plazo de un año para ratificarlo.

Etiopía ha sido hasta ahora uno de los países más perjudicados: aunque cerca del 86% de las aguas torrenciales parten de las montañas de la región, su acceso al caudal siempre ha estado muy limitado. Egipto siempre ha argumentado en defensa de su desequilibrado protagonismo en este asunto que Etiopía, su mayor contendiente, es demasiado pobre e inestable para poder hacer frente a la gestión y creación de infraestructuras en el río. En respuesta directa a esta visión egipcia, el primer ministro etíope, Meles Zenawi, acaba de señalar que su país, aunque pobre, «está capacitado para cubrir cualquier infraestructura o presa que se requiera».

La reacción de la contraparte egipcia ha sido firme, amenazando con tomar medidas legales si no se respeta lo estipulado en los tratados anteriores. Hay que tener en cuenta, para hacerse una idea cabal de la dimensión del desafío que plantean los firmantes del nuevo acuerdo, que los recursos hídricos de Egipto y Sudán se verían seriamente reducidos si se permitiese la irrigación doméstica al resto de países ribereños. Junto a esto, el problema principal que se plantea es que su población crece anualmente un 3%, mientras las aguas del río son cada vez más escasas.

Se vislumbra, en consecuencia, un escenario de creciente tensión en el que todo apunta a que Gadafi asumirá la función de mediador

¿Una guerra por el agua?

«Las aguas del Nilo serán causa de guerra en la región, no la política». Así se pronunciaba hace quince años un preocupado Boutros Boutros Ghali, entonces Secretario General de las Naciones Unidas, ante la creciente conflictividad de la región. Aunque aún es pronto para ver si su predicción era acertada, las tensiones por la escasez del agua no hacen más que aumentar, sin que pueda descartarse la hipótesis de una confrontación violenta.

Son muchos los expertos que sostienen que los conflictos del futuro vendrán precedidos por las tensiones hídricas, consolidando la expresión de «guerras por el agua» y situando la hidropolítica como una de las líneas rectoras de las relaciones internacionales. En el otro extremo, el geógrafo Aaron Wolf critica esta hipótesis, señalando la necesidad de distinguir el agua como recurso, como fuente de conflicto o como arma de guerra. El mismo Wolf sostiene que, al contrario de como se suele concebir, el agua incita a los Estados a cooperar. Más neutrales, otros sostienen que el agua no es un factor determinante y aducen en defensa de su posición que gracias al despliegue regulatorio de los recursos hídricos compartidos, en los países desarrollados este recurso no tiende a ser un elemento conflictivo. Así, casos como el del Danubio -cuyas aguas atraviesan Alemania, Austria, Eslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Rumania y Bulgaria- no han supuesto disputas manifiestas.

Lo que la experiencia parece señalar en cualquier caso, es que, aunque es innegable que la escasez del agua presenta y presentará serios dilemas, no cabe establecer ningún tipo de automatismo que haga pensar en la explosión violenta de las tensiones existentes en torno a los aproximadamente 200 ríos del planeta compartidos por varios países.

Con respecto al Nilo, parece imponerse la idea de que los acuerdos iniciales no sirven ya hoy para regular la explotación de la cuenca.

Queda por ver si el río que durante siglos ha sido considerado como la «joya de Egipto» podrá ser compartido en términos equitativos por sus dueños, todos ellos enfrentados a más necesidades (tanto de consumo humano como de desarrollo agrícola, industrial, turístico, etc.). Desde El Cairo, mientras tanto, el aparente sosiego y templanza de sus declaraciones no ocultan un cierto aire de victoria: «Egipto ya está tomando medidas secretas»1.

1. Ahmed Abul-Gheit ministro de AAEE en Egipto a Alymasryranyoum http://www.almasryalyoum.com/en/news/egypt-taking-covert-action-resolve-nile-crisis-says-fm

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