¿Bienvenida a Abjasia y Osetia del Sur?
(Para Radio Nederland)
Desde el final de la Guerra Fría se ha producido una auténtica oleada de reconocimiento de nuevos Estados nacionales, tan solo comparable a la que se desarrolló tras la Segunda Guerra Mundial con la descolonización de muchos territorios controlados hasta entonces por potencias occidentales europeas. Este proceso ha hecho más compleja la gestión de las relaciones internacionales y todavía son bien evidentes las consecuencias de muchos de aquellos nacimientos forzados, medidas en términos de inestabilidad cuando no directamente de violencia.
La decisión de Rusia de reconocer ahora a Osetia del Sur y a Abjazia como nuevas entidades nacionales soberanas no puede contabilizarse como una más de ese largo listado. Es, por el contrario, excepcional no tanto porque sea un reconocimiento en solitario (la autodenominada República Turca del Norte de Chipre únicamente es reconocida por Turquía), ni por ser el resultado de acciones de armadas sino, sobre todo, por lo que significa para Moscú.
La clave de interpretación de lo sucedido durante este mes de agosto- desde que el cada vez más cuestionado presidente Mikheil Saakashvili decidió lanzar una operación militar contra Osetia del Sur, respondida en cuestión de horas por unas fuerzas rusas más que avisadas y preparadas para responder (en un inteligente juego que les ha permitido colgar el cartel de agresores a los georgianos)- no es la vida de abjazos y osetios sureños, meras excusas en un juego de orden superior, sino los planes de Moscú.
Rusia ha vuelto a la escena internacional, sin complejos y con voluntad de ejercer otra vez como una gran potencia (al menos regional, hasta que, en una hipotética etapa posterior, pueda volver a reclamar un lugar como actor mundial). Superado su declive y enderezado el rumbo (con notorio sesgo autoritario) de la mano de Vladimir Putin, en estos dos últimos años se ha iniciado una nueva etapa que cambia el signo de la agenda internacional. Todo apunta a un notable incremento de la tensión internacional, en la medida en que Rusia reacciona a lo que considera un creciente asedio (ya no solo de su “near abroad” sino incluso de su propio territorio) y una desconsideración a sus planteamientos (el apoyo occidental a la independencia de Kosovo ha sido el ejemplo más reciente).
Con su actuación en Osetia del Sur y Abjazia, que ha incluido operaciones en pleno territorio georgiano, el tándem Medveded/Putin ha mostrado a las claras sus intenciones. De un solo golpe cierran muchos debates que se fundamentaban en su supuesta debilidad y su falta de voluntad para reaccionar ante un proceso que arrinconaba a Rusia a posiciones marginales en la escena mundial. Ahora ve incrementado su peso estratégico, recuperando el control en zonas muy sensibles para su propia seguridad. Enfría radicalmente a otros actores tentados de desmarcarse totalmente de Moscú para caer en los brazos de Washington. Avisa a Occidente (y sobre todo a Estados Unidos y a la OTAN) de que la idea de integrar a Georgia y, aún más, a Ucrania en la Alianza Atlántica es una línea roja que no permitirá que se cruce de ningún modo. Además, muestra con nitidez que ni el supuesto paraguas de protección de Washington ni el de la propia OTAN son garantía suficiente frente a los designios rusos. Proclama, en definitiva, que “el rey está desnudo” y que cuanto más protesten los gobiernos occidentales (tanto en Washington como en Bruselas o en las capitales comunitarias), más evidente quedará su falta de capacidad y voluntad para ir más allá de las palabras.
El reconocimiento de la sabiduría rusa para elegir el momento y para desarrollar con decisión y hasta brillantez una acción militar y política como la que nos ha llevado hasta aquí, no quiere decir que lo ocurrido sea una buena noticia. Por una parte, la decisión rusa no debe entenderse como el final de la crisis; más bien al contrario, cabe imaginar que tanto Georgia, dentro de sus muy militadas capacidades, como sus apoyos occidentales traten de torpedear lo que consideran una imposición rusa. Es previsible, asimismo, que Rusia fuerce a algunos de sus aliados (voluntarios o forzados) a seguirla en el reconocimiento de la soberanía estatal de esos dos territorios. También lo es que Moscú pretenda, en una fase posterior, anexionarse directamente ambos espacios (para lo que cuenta con su propia debilidad para asegurar individualmente su soberanía y con la vocación prorrusa de sus habitantes). Por otra, este episodio vuelve a debilitar el derecho internacional y el papel de la ONU, prácticamente ausente a lo largo de estas últimas semanas. Lo mismo ocurre con la UE, que se ve señalada como un actor irrelevante a la espera de lo que pueda hacer Washington. Por último, la congelación de las relaciones entre la OTAN y Rusia hace cada día más creíble la idea de que volvemos a una nueva Guerra Fría. ¿O es que realmente nunca ha terminado?