Haití, antes y después del desastre
(Para la revista Médicos del Mundo)
Alfredo Langa Herrero, profesor de la Universidad Pablo de Olavide y colaborador del IECAH, realiza un análisis del pasado de Haití. Un país con mala suerte, marcado por la inestabilidad política y las presiones e injerencias externas. La corrupción, su pobre economía y el narcotráfico convirtieron a Haití en un país vulnerable y contribuyeron a que el terremoto de Enero se convirtiese en una tragedia.
Cuando los europeos llegaron a la isla de La Española, que hoy comprende Haití y República Dominicana, en ella habitaban pueblos indígenas amerindios que fueron aniquilados por las enfermedades y la opresión en apenas 50 años.
Tiempo después, en 1697, la corona española cedió a Francia un tercio de la zona occidental de la isla, donde se estableció el Saint Domingue francés, y comenzó un periodo colonial basado en la esclavitud de cientos de miles de personas africanas llevadas a la colonia para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar.
El maltrato continuado y las inhumanas condiciones de vida provocaron diversas revueltas que dieron pie a la denominada «Revolución haitiana», encabezada por Toussaint- L’Ouverture, y que culminaron con la derrota de las tropas napoleónicas y la emancipación nacional. Haití fue el primer país libre de América y la primera república negra en declarar su independencia, en 1804, aunque su primer dirigente postcolonial, Jean Jacques Dessalines, se proclamó emperador.
El nuevo Estado no fue reconocido por la mayor parte de las potencias de la época, incluida Estados Unidos. La historia haitiana ha estado marcada por la inestabilidad política y las presiones e injerencias externas, con ejemplos como el reconocimiento por parte de Francia, que le costó al país una indemnización de 150 millones de francos-oro, o la invasión estadounidense que ocupó el país entre 1915 y 1934.
Sucesión de Dictaduras
Posteriormente, las dictaduras de los Duvalier, Papá Doc y Baby Doc, desde 1957 hasta su derrocamiento en 1986, desmembraron la sociedad haitiana, y bajo un clima de terror, apoyados por la milicia paramilitar de los tonton macoute, sofocaron toda resistencia y saquearon los recursos, ya escasos, de un país deforestado y explotado.
En 1990, las elecciones democráticas, que encumbraron al sacerdote católico Jean- Bertrand Aristide al poder, devolvieron la esperanza al pueblo haitiano, pero la inestabilidad volvió con el golpe de Estado de 1991.
Al respecto, en 1996 el escritor Eduardo Galeano escribió:»La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras.
Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.»
Debido a la inestabilidad posterior, en 2004 Aristide abandonó el país y la ONU, tras varios titubeos, estableció la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (MINUSTAH) que propició cierta normalidad institucional. Su actual presidente, René Preval, fue elegido en 2006 y trataba de emprender reformas importantes cuando el terrible terremoto sacudió el país.
Bajos indicadores
Haití es un país algo más pequeño que Galicia, con más de 1.700 km. de costa, y con un vecino estable como es la República Dominicana. De clima tropical y semiárido, con zonas montañosas y playas paradisíacas, la masa forestal ha sido ampliamente sobreexplotada y cuenta con un 28 % de superficie cultivable dedicada a cereales, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO).
La población haitiana se estima en unos 9 millones y medio de habitantes, de los que un 95 % es de raza negra y el resto está formado por población mulata y blanca. Casi un 40 % vive en áreas urbanas y la población joven es muy numerosa, con casi un 40 % de habitantes menores de 14 años y una edad media de 20 años (en España está en torno a los 40 años).
La esperanza de vida es de unos 60 años y las tasas de nacimientos y de mortalidad materno-infantil son muy altas, así como las de desnutrición infantil. Según datos de la FAO y de UNICEF, la mitad de la población está subnutrida y menos del 20 % de la población tiene acceso al agua potable y a servicios sanitarios básicos. Haití es considerado el país más pobre o empobrecido de América y del hemisferio occidental, con un 80 % de la población que vive en condiciones de pobreza extrema. El Informe de Desarrollo Humano de 2009 situaba a Haití en el puesto 149 de un total de 177 países, por debajo de países como Angola y Congo.
Una economía golpeada
Respecto a su economía, ésta se encuentra en recesión debido, fundamentalmente, a tres grandes shocks externos: el aumento del precio de los alimentos, la destrucción causada por una serie de huracanes (Fay, Gustav, Hanna e Ike) y el reciente terremoto que asoló el país. Esto no sólo ha frenado el crecimiento económico, sino que ha provocado, o más bien agravado, una crisis humanitaria de gigantescas proporciones.
Con una renta per cápita en 2009 de unos 1.330 dólares, el sector más importante, en términos de PIB, está constituido por los servicios, con un 52 %, frente a un 28 % de la agricultura y 20 % de la industria. Sin embargo, la actividad agraria concentra el 66 % del empleo, por un 9 % de la industria y un 25 % de los servicios, aunque los datos no son concluyentes, ya que se considera que dos tercios de las personas trabajadoras se emplean en el sector informal y la economía sumergida.
Haití es una economía muy dependiente del exterior, con dos socios fundamentales:
República Dominicana y Estados Unidos, y con una significativa importación de alimentos, bienes que apenas exporta. En torno a un 30 % de sus importaciones de los últimos años fueron productos agrícolas, según la FAO, exportando apenas el 5 % de productos agrícolas. La inseguridad alimentaria es uno de los grandes problemas.
Su actividad industrial se fundamentaba en el refinado de caña, la producción de cemento y el sector textil, pero estas capacidades seguramente habrán quedado gravemente mermadas tras el terremoto, al igual que las infraestructuras viales y las telecomunicaciones.
En las rutas del narcotráfico
Desde el punto de vista de la economía real e informal, las redes del narcotráfico colombiano, según la CIA, han hecho de Haití una especie de nueva isla de La Tortuga, que fue refugio de bucaneros y piratas. El cannabis y la cocaína hacen escala en las costas haitianas camino de Estados Unidos y las autoridades haitianas no pueden, en algunos casos, o no quieren, en otros, hacer mucho por evitarlo.
La CIA considera que no existe ejército haitiano, tan sólo sobre el papel, y que las fuerzas con que cuenta para afrontar el narcotráfico apenas se reduce a una mínima flota de guardia costera. De hecho Haití es uno de los denominados «Estados fallidos» o «Estados frágiles», por cuanto que las instituciones no tienen el control sobre la violencia ni pueden cubrir las necesidades básicas de la población. Además, respecto a la corrupción del débil Estado existente, Transparencia Internacional situaba al país como uno de los más corruptos del mundo en 2008.
Lugar para la esperanza
A pesar del difícil contexto y el escenario de emergencia en que se encuentra el país, para algunos analistas no es una nación sin esperanza ni condenada al fracaso, sino que sus fundamentos económicos se antojan apropiados para hacer viable el desarrollo económico y el progreso.
El hecho de no estar étnicamente dividido, de tener un vecino estable como República Dominicana, o de no existir grupos subversivos organizados de alcance nacional o un Ejército poderoso e influyente, son puntos de partida favorables.
Además, el país cuenta con una importante diáspora en Norteamérica, lo que implica un potencial inversor y de capital humano. Igualmente, la proximidad a los grandes mercados internacionales y los acuerdos comerciales muy ventajosos que dan acceso preferente al mercado de
Estados Unidos, así como una mano de obra joven y abundante, hacen que la base económica sea propicia. Aunque la juventud de su población y la falta de respuestas ante la dramática situación tras el terremoto, constituyen un riesgo importante de desestabilización, ya que sin empleo decente las y los jóvenes podrían optar por engrosar las filas de las bandas callejeras o de apoyo al narcotráfico.
Se necesitarían unos 10.000 o 20.000 millones de dólares, y quizás una década, para reconstruir un Haití estable y viable, lo que constituye un desafío. En palabras de un asesor de Naciones Unidas, «si la comunidad internacional no puede tener éxito en Haití, difícilmente lo hará en otro lugar».