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Actualidad | Artículos propios

Entre una paz frágil y el fervor nacionalista, Bosnia está al filo de un nuevo conflicto

Imagen: EPA / Vladimir Stojakovic

Mientras todos los ojos de la comunidad internacional y de los medios están puestos sobre Ucrania, a unos mil kilómetros al oeste, en Bosnia, las tensiones también van en aumento. Las alarmas se han encendido nuevamente debido a los avances del plan de Milorad Dodik, el primer ministro de la República Srpska, para boicotear las instituciones centrales de Bosnia.

La semana pasada, el parlamento regional votó a favor de la creación de un sistema de justicia paralelo al margen del sistema judicial central de Bosnia. Esto se suma a las mociones aprobadas por esta república autónoma el año pasado para retirar a su personal de las fuerzas armadas bosnias y para crear un sistema tributario independiente. Tales medidas no solo han sido catalogadas como inconstitucionales, sino que ponen en riesgo la unidad de Bosnia pactada en los acuerdos de Dayton de 1995, con los que se puso fin a la guerra más violenta en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.

Antes de que la guerra en los Balcanes devastara este territorio entre 1992 y 1995, Bosnia formaba parte de la República de Yugoslavia, una federación integrada por Serbia, Bosnia, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Montenegro. La población de Yugoslavia estaba conformada por varias comunidades étnicas y religiosas, incluyendo en mayor proporción a los serbios (ortodoxos), croatas (católicos) y bosniacos (musulmanes). A pesar de que estas comunidades habían tenido fuertes choques en el pasado, lograron una coexistencia relativamente pacífica debido al control férreo del presidente Josip Broz Tito, un líder carismático que suprimió- a veces por la fuerza- cualquier brote nacionalista.

Sin embargo, después de la muerte de Tito y de la caída de la Unión Soviética, el desplome de la economía de la república socialista abrió paso a que líderes políticos locales exacerbaran los sentimientos nacionalistas de los distintos grupos étnicos. Esto llevó a que algunas de las entidades federadas declararan su independencia de Yugoslavia, lo cual despertó la reacción violenta de Serbia que decidió emplear la fuerza para intentar mantener la unificación. Bosnia, la zona más multiétnica de la región, fue la que pagó el mayor costo de la guerra. La declaración de independencia de Bosnia fue rechazada por la población serbia en su territorio, la cual organizó una milicia apoyada por Serbia e inició un proceso de limpieza étnica que derivó en las peores masacres de la guerra, incluyendo la infame masacre de Srebrenica.

Tras cuatro años de guerra fue necesaria la intervención militar de la OTAN y la presión diplomática occidental para sentar a las partes a negociar en Dayton, Estados Unidos. Las negociaciones culminaron en la creación de Bosnia y Herzegovina, un Estado compuesto por dos entidades políticas con un alto nivel de autonomía: la Federación de Bosnia y Herzegovina, habitada principalmente por bosniacos y croatas; y la República Srpska, con población mayoritariamente serbia. Adicionalmente, se acordó un sistema de alternancia  de la presidencia entre bosniacos, serbios y croatas; y se asignó un tercio de los asientos de los órganos legislativos a cada uno de estos grupos.

La verificación de los acuerdos de Dayton ha estado a cargo de la comunidad internacional, la cual cuenta con varios mecanismos para hacer respetar lo acordado. Entre ellos, destaca la figura del Alto Representante de Naciones Unidas, quien tiene poderes ejecutivos vinculantes cuando las partes no se ajusten a lo acordado en políticas específicas, y quien puede, además, remover a funcionarios públicos de sus cargos cuando éstos van en contra de lo acordado en Dayton.

En todo caso, los acuerdos de Dayton cuentan con mayor legitimidad internacional que la que se le reconoce dentro de Bosnia. La realidad en este país, aunque formalmente la guerra haya cesado hace 27 años, sigue estando marcada por las divisiones de carácter étnico-religioso. Por ejemplo, décadas después del final de la guerra, aún hay ataques y actos vandálicos contra símbolos como iglesias, mezquitas, tumbas y monumentos. En palabras de un parlamentario bosnio “la guerra sigue en las cabezas de las personas”.

El sistema democrático implementado en Bosnia por los acuerdos de Dayton es parte del problema. La decisión de designar un número definido de asientos en la Cámara de Representantes a cada uno de los grupos étnicos ha limitado la posibilidad de que se consoliden liderazgos y partidos multiétnicos. De hecho, el sistema premia a los políticos que se enfocan en recoger exclusivamente los votos de su propio grupo étnico, lo cual ha llevado a la proliferación y fortalecimiento de partidos eminentemente nacionalistas que agitan las banderas en contra de los otros grupos étnicos. Romper el statu quo es particularmente difícil debido a lo que Asim Mujkić y John Hulsey denominan el “dilema del prisionero etnopolítico”: a pesar de que muchos están cansados de votar por los líderes nacionalistas de siempre, prefieren votar por ellos antes que apostar por proyectos alternativos debido a la desconfianza sobre el sentido del voto de los votantes de los otros grupos étnicos.

El fortalecimiento de los partidos nacionalistas también ha hecho casi imposible llegar a acuerdos para implementar reformas necesarias y, en ocasiones, incluso para formar gobiernos. En cambio, los distintos partidos en el poder han logrado implementar sofisticados sistemas clientelares y de patronazgo político que limitan severamente la meritocracia en el servicio público, generan excesiva burocracia y dificultan el acceso a bienes y servicios públicos a quienes no tienen los contactos políticos necesarios.

Este escenario de inmovilismo ha llevado a que la figura del Alto Representante de Naciones Unidas juegue un rol preponderante en el día a día de la política en Bosnia a través de decisiones ejecutivas de carácter vinculante- muchas veces en contra de la voluntad popular. Esto, a su vez, ha contribuido a crear un ambiente de desesperanza en el que la población no se siente representada, pero tampoco considera que cuenta con las herramientas ni el espacio político para tomar las riendas de su país.

Es en este contexto en el que Milorad Dodik ha encontrado eco a su discurso nacionalista entre la población serbia. Hábilmente, ha manejado el argumento de que los acuerdos de Dayton han creado una institución política inoperante que no sólo obstaculiza sino que restringe el progreso de su nación. Tal narrativa le ha permitido avanzar en sus esfuerzos de socavar paulatinamente la poca legitimidad que tienen instituciones como el ejército, el sistema de justicia y el sistema tributario para, eventualmente, separar a la República Srpska de Bosnia. A este peligroso escenario debe agregarse que Dodik mantiene relaciones estrechas con Rusia, nación que teme que Bosnia entre en la OTAN y que no va a desaprovechar la oportunidad para usar a Bosnia como ficha de negociación dentro del gran pulso que tiene actualmente con occidente. Por ende, cualquier movimiento en falso, especialmente con los ánimos nacionalistas tan exaltados, puede desembocar fácilmente en un conflicto que escale rápidamente.

Mientras Dodik avanza con sus planes, Estados Unidos ha respondido sancionándolo a él y amenazando con sanciones a quienes pongan en riesgo la paz en Bosnia. Sin embargo, la respuesta debe ir mucho más lejos. Es prioritario que tanto la comunidad internacional como la población moderada en Bosnia encuentren mecanismos que enmienden los problemas causados por los acuerdos de Dayton. Pocos dudan que tales acuerdos han sido fundamentales para detener el derrame de sangre en Bosnia pero, 27 años después, es claro que no han servido para poner punto final a las tensiones étnico-nacionales, sino que las han pausado en una suerte de paz frágil.

Cualquier intento de ajuste debe pasar por empoderar con mayor vehemencia a las organizaciones de la sociedad civil capaces de trascender las divisiones étnicas, reformar el sistema político que premia a los movimientos nacionalistas, y desmontar progresivamente figuras como la Oficina del Alto Representante. Es aquí donde la Unión Europea puede jugar nuevamente un rol importante, como ya lo hizo cuando usó todo su potencial para sentar a las partes a negociar el fin de la violencia extrema. Esta vez, aún hay oportunidad de actuar con prontitud para evitar que las hostilidades devasten nuevamente el territorio bosnio.

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