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Encrucijadas colombianas

(Para Radio Nederland)

Desde la llegada de Juan Manuel Santos a la Presidencia de la República en Colombia algunas cosas han cambiado en el panorama político del país.

El reconocimiento de la existencia del conflicto armado, la aprobación de la Ley de víctimas, el inicio de la tareas de restitución de tierras, el cierre del DAS –verdadera agencia de espionaje para legal-, su propio talante más abierto al diálogo, entre otras variables, han modificado la lógica política de antagonismos y exclusiones de su predecesor, y han normalizado el entorno político del país.

Al mismo tiempo, la llegada a la Alcaldía de Bogotá de Gustavo Petro ha contribuido a esa normalización en la que, si algunos se empeñan en recordar continuamente su carácter de «ex guerrillero», la mayoría resaltan su capacidad política y voluntad transformadora.

Sin embargo, otras muchas variables de la situación política apenas se han modificado y las propuestas en relación a la solución del largo conflicto que asola el país –la famosa llave de la paz que citaba el presidente- apenas han avanzado. La reciente conmemoración del décimo aniversario de la finalización de los diálogos en la zona de distensión del Caguán y la declaración de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) de no recurrir al secuestro, ponen sobre el tapete, una vez más, la necesidad de avanzar en el camino hacia la paz de modo más decidido. Y eso en un contexto en el que nuevos grupos armados, formados por muchos sectores del paramilitarismo y la delincuencia organizada se consolidan en muchas zonas del país suponiendo nuevas amenazas para la paz. La evolución de estos grupos (Urabeños, Paisas, Rastrojos… que son algo más que BACRIM -.Bandas criminales) supone un nuevo reto que no ha sido hasta ahora abordado seriamente por el gobierno.

Más allá del fracaso del Caguán

Los balances que se han hecho de lo que supusieron los fallidos diálogos en la zona de despeje hace ahora diez años, son en general muy negativos y ponen de manifiesto la falta de voluntad de las FARC, que aprovecharon aquella tregua para fortalecer su estrategia violenta y no le aportaron de verdad a un proceso de paz. La imagen del ex presidente Pastrana solo al lado de la silla vacía dejada por Manuel Marulanda ha vuelto a recorrer el mundo como reflejo de aquel fracaso. Poco se dice, por el contrario, de la osadía y el atrevimiento de aquel gobierno para abrir nuevos espacios que permitieran, al menos, romper el estancamiento de la guerra y visualizar nuevos escenarios de paz. Aún reconociendo el fracaso de aquel proceso, ello no justifica la parálisis posterior y la cerrazón de los posteriores gobiernos a cualquier tipo de diálogo.

Como recuerda estos días el antiguo guerrillero y exprisionero Yesid Arteta «No hay un solo conflicto en el mundo en que se haya conseguido la paz en las primeras de cambio. Se falla una, dos y varias veces hasta que finalmente se logra encontrar la vía para firmar un acuerdo de paz. ¿Porqué Colombia debe ser la excepción? Si no se pudo en el Caguán hay que abrir otra puerta hasta llegar a un proceso de paz». En estos diez años el conflicto colombiano ha mutado, se ha transformado y si las FARC han recurrido a tácticas que violan el Derecho Internacional Humanitario (DIH) como el reclutamiento de niños y niñas, las minas antipersonales, el secuestro de civiles o los atentados indiscriminados, no es menos cierto que ciertos sectores de las Fuerzas Armadas también han degradado sus prácticas con los tristemente famosos «falsos positivos» como dramático ejemplo. Las guerras, cualquier guerra, produce este tipo de perversos efectos y, por ello avanzar en los caminos de paz es necesario. La inamovilidad y la cerrazón siempre contribuyen a degradar aún más los conflictos violentos.

En este sentido, y pese a todas sus ambigüedades y limitaciones, el comunicado de las FARC de poner fin al secuestro, anunciando la liberación de los militares en su poder y de no utilizar la retención de civiles para su financiación es una noticia positiva. Mueve, insisto, de modo escaso, alguna de las piezas del tablero y, junto con otras declaraciones del nuevo líder de las FARC «alias Timochenko» en el mismo sentido, responde al reto lanzado por el presidente Santos sobre la necesidad de gestos y de hechos. Esta oportunidad debe ser aprovechada y el gobierno colombiano debe también dar pasos que muestren que su apuesta por la paz es también decidida. Frente a ciertos sectores y, especialmente, a los vinculados con el anterior presidente, que han apostado por el endurecimiento y la negativa a cualquier diálogo por pequeño que sea.

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