Elecciones en Angola: la elite gana, el resto sigue perdiendo
(Para Radio Nederland)
La aceptación por parte de la UNITA (Unión Nacional por la Independencia Total de Angola) de los resultados de los primeros comicios legislativos celebrados en Angola en 16 años pone punto final a un proceso electoral bajo estricto control del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), partido en el poder desde hace 33 años.
La cita estuvo marcada por numerosas irregularidades, especialmente en la provincia de Luanda (con el 21% del censo electoral; cuyo total es de 8,3 millones), que provocaron su prórroga durante una jornada más, y fue precedida de todo tipo de restricciones en período de campaña electoral para los partidos de oposición. Con el 80% de los votos escrutados, la UNITA obtiene poco más del 10% y el MPLA supera el 80%, lo que probablemente conllevará una reforma constitucional destinada a reforzar los poderes de un sistema netamente presidencialista (con el punto de mira puesto en las elecciones presidenciales de 2009) y oligárquico, sustentado en la explotación del petróleo y minerales (en otro tiempo, “combustibles” para la guerra).
El resultado es que los deseos, por otra parte infundados, tanto de EE UU como de la UE para que se convirtieran en unas elecciones modélicas ha dado paso a los escuetos calificativos al uso de los observadores electorales (tanto de la UE como de la Unión Africana y la SADC, organismo subregional), que no dudan en considerarlas como “libres”. Con el telón de fondo de un país destrozado tras una guerra de 27 años (con 1,5 millones de víctimas mortales y 4 millones desplazados de sus hogares) seguida de un período de paz de otros seis- y con el precedente de la violencia post-electoral en Kenia y Zimbabwe-, el régimen que preside Dos Santos vuelve a salir victorioso.
De esta manera, la legítima aspiración de la comunidad internacional para dotar de estabilidad a un marco regional convulso, se traduce en el respaldo y continuidad de un sistema cuya realidad democrática y gestión política dista mucho de ser ejemplar. Los resultados infunden también tranquilidad a las multinacionales inversoras que operan en el país, entre las que hay numerosas empresas españolas. Es en este contexto en el que cabe ubicar las también infundadas declaraciones del presidente de la Comisión Europea, Manuel Barroso, para quien los comicios son un paso hacia la consolidación de la democracia multipartidista. Un argumento fácilmente refutable si se considera el férreo control gubernamental sobre todos los asuntos claves, la restricción general de libertades fundamentales, la escasa implantación social de la UNITA, la división interna de otros partidos relevantes de oposición (que suman un total de 14) y la censura a organismos y defensores de los derechos humanos.
Ahora bien, más allá de los contubernios políticos, para la gran mayoría de los 17 millones de angoleños descreídos (el 70% vive con menos de 2 dólares diarios) toda la cuestión consiste en saber si sus condiciones de vida terminarán por mejorar con el gobierno del MPLA. Para ello bastaría con una gestión más igualitaria de los ingentes ingresos del petróleo (que representa el 50% del PIB y el 80% de sus exportaciones), así como de los diamantes (4º productor mundial) y otros muchos minerales. Ingresos más que sobrados para no sólo seguir alimentando a las elites, sino también para fomentar el bienestar de una población cuyo 85% vive de la agricultura. Por el momento, nada de esto se ha producido en un país que sigue ocupando los últimos puestos en el ranking mundial de desarrollo (el país figura en el puesto 161 de 177 en el índice del PNUD) y cuya esperanza de vida no llega a los 42 años. Se repite aquí, una vez más, la pauta habitual en los países afectados por la denominada maldición de los recursos.
Maldición, eso sí, mucho más política que económica. Lo cual es palpable si se considera que el crecimiento del PIB angoleño fue del 24% en 2007 (para 2008 se prevé el 16%); que las inversiones extranjeras directas en los últimos cinco años han rondado los 23.000 millones de dólares (entre 2009 y 2015 se prevé llegar a los 100.000); que el negocio petrolífero está en alza (en 2008 Angola ha llegado a estar en cabeza de los productores africanos, por delante de Nigeria); y que el país cuenta con un masivo apoyo crediticio por parte de China (a cambio de petróleo y contratos en infraestructuras) que supera los 7.000 millones de dólares. Dado entonces que el régimen dispone de inestimables bazas para atender mejor a sus ciudadanos ¿qué es lo que se lo impide?
Para responder a esto es preciso partir de una constatación que hoy resulta de especial pertinencia: el modelo económico sobre el que se sustenta el régimen no está siendo diseñado para atender las necesidades del conjunto de la población. A lo cual cabe añadir que Angola ocupa de forma reiterada los puestos más bajos en el índice de corrupción que elabora anualmente la organización Transparencia Internacional.
Dicho modelo tiene como baluarte a la empresa estatal petrolera Sonangol, que ejerce a modo de “becerro de oro negro” del sistema económico nacional y de brazo de la política exterior angoleña en toda África. En esencia, el diseño político-empresarial- que denota una gran habilidad por parte del régimen y es también una estrategia para su relación con las multinacionales extranjeras- consiste en la creación de un entramado de entidades mercantiles cuya financiación original deriva de los ingresos de dicha empresa.
De esta manera se han ido creando una serie de pequeñas empresas privadas en el sector petrolífero (con cierto poder financiero, pero sin “know-how”) y otras entidades mayores en sectores como el bancario y de seguros, que van consolidando en paralelo una selecta clase empresarial privada angoleña. La apuesta por este modelo, estructurado en torno al MPLA (cuyos miembros se calculan ya en más de 2,5 millones, con una presencia creciente en bastiones tradicionales de la UNITA), no parece, al menos por el momento, la mejor vía para progresar hacia la cohesión nacional, el bienestar social y la creación importante de empleos para una población mayoritariamente joven.
A la vista de lo anterior, la conclusión tras la cita electora angoleña es que, para beneficio de la elite nacional y respiro de la comunidad internacional y de los inversores privados, el país se reviste de una estabilidad política que no deja de ser engañosa. Ya que- en la medida en que se reconduce y se sigue desarrollando un modelo cuyos resultados en materia de justicia social y desarrollo humano son más que exiguos- la viabilidad del mismo, salvo que se modifiquen sustancialmente sus parámetros, es altamente cuestionable.