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El inevitable ocaso de Arafat

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(Para Radio Nederland)
Tras los tradicionales modos secretistas que caracterizan a la práctica totalidad de los regímenes árabes, cabe adivinar que la enfermedad del máximo líder de la Autoridad Palestina (AP), Yasir Arafat, es algo más que una «infección vírica». A sus 75 años, y tras haberse labrado una historia casi legendaria en torno a la baraka que siempre le ha permitido sobrevivir, política y vitalmente, a tantas supuestas derrotas finales, así como a atentados y accidentes, parece llegar a hora el momento en que a su creciente marginación política se le une, esta vez sí, el declive vital definitivo. Al margen de que finalmente su vida se consuma en este viaje, que puede ser sin retorno tanto por su propia debilidad como por deseo expreso del gobierno israelí (a pesar de que parezca existir un mínimo compromiso para permitirle la reentrada), la situación actual plantea en toda su crudeza las dificultades a las que se enfrenta el pueblo palestino y su causa por la autodeterminación.

Dado el modelo de poder personalista y clientelar que Arafat ha ejercido hasta ahora- amparado y rodeado por sus viejos compañeros de armas- el panorama de la sucesión no se presenta claro. Si ya de partida podía afirmarse que ningún momento parecía bueno para provocar su relevo, por otra parte demandado desde tantos sectores nacionales e internacionales, más problemático parece en mitad de una Intifada que no apunta todavía a su final y en el marco de una dinámica de acción-reacción violenta que ha sustituido a cualquier intento negociador. A las dificultades internas para promover las necesarias reformas que demandan la población y los líderes palestinos crecientemente críticos con la gestión de Arafat, se añade la estrategia de marginación seguida por Sharon en estos últimos años. Su intención (saldada con apreciable éxito internacional, a pesar de los esfuerzos de la Unión Europea por evitarlo) de excluir a Arafat del escenario político, ha incrementado notablemente las dificultades para permitir un desarrollo normal en la escena política palestina que facilitara la aparición de líderes alternativos. Por una parte, la política de Sharon ha provocado el cierre de filas en torno a Arafat, tanto de la población como de otros dirigentes, abiertamente opuestos a la AP pero obligados a defender al líder legítimo de los palestinos frente al acoso exterior. Por otra, ha abortado la aparición de iniciativas más democráticas, en la medida que cualquier alternativa orientada a desplazar finalmente a Arafat sería percibida por la población de Gaza y Cisjordania como una traición a la causa personificada por el histórico líder y sería tachada asimismo de colaboracionista con el gobierno israelí.

Si bien es cierto que las leyes aprobadas en estos últimos años determinan que la incapacitación o desaparición del presidente de la AP implica la designación automática, como sustituto temporal, del presidente en ejercicio del Consejo Legislativo Palestino, nadie apuesta por Rouhi Fatouh como tal. Las presiones para ocupar el lugar que pueda dejar vacante Arafat hacen que ni siquiera pueda darse por hecho que se guardarán las formas (designación de Fatouh por un periodo de sesenta días, en los cuales tendrán que organizarse unas elecciones para encontrar al continuador de la obra del rais palestino). Su escaso peso político y las ansias desatadas por quienes se consideran capacitados o legitimados para sucederle harán muy difícil un proceso pacífico.

En este momento, que debería ser el de los homenajes y la revisión del papel fundamental que Arafat ha jugado para mantener viva la causa palestina (con sus aciertos y sus numerosos errores), la lucha ya se ha iniciado. El primer movimiento ha provenido de la vieja guardia de la OLP intentando controlar el proceso, antes de que otros candidatos puedan tomar posiciones. Su intención de establecer una especie de triunvirato- con la presencia de Saalem Zaanun (presidente del Consejo Nacional Palestino), junto a clásicos como Abu Mazen o Abu Ala, que sólo pueden presentar ante la sociedad palestina como aval político el haber sido fieles a Arafat- parece condenado al fracaso desde el principio. Cabe esperar que, entre bambalinas, se produzca ahora un serio enfrentamiento entre diferentes opciones. Únicamente, por nombrar a las más significativas, cabe recordar que en la carrera se encuentran no solamente los viejos dirigentes de la OLP (sin legitimidad propia, más allá de la que pudiera llegarles bajo la sombra de Arafat, y sin modelo para atraer a una población muy frustrada y desesperada), sino también figuras como Mohamed Dahlan (que sigue manteniendo no sólo una imagen de eficacia y capacidad de gestión entre la población, sobre todo en Gaza, sino que cuenta con el apoyo explícito de Estados Unidos), grupos como la Iniciativa Nacional Palestina (con el doctor Mustafa Barghouthi al frente, en un intento por asentar modelos democráticos que rompan los límites impuestos por la AP y la OLP) o movimientos como Hamas (con un fortísimo ascendiente entre los más desfavorecidos).

Hablar de la posibilidad de una guerra civil entre palestinos no es, desgraciadamente, una hipótesis irracional. Es, por el contrario, una opción real si se tienen en cuenta las sólidas fracturas entre los dirigentes del interior (que protagonizaron la anterior Intifada) y los que llegaron desde el exilio de Túnez con el propio Arafat, en 1994. Lo mismo puede decirse en lo que afecta a los cuadros de la AP y grupos como Hamas o la Yihad Islámica, que tienen una agenda no coincidente con el modelo de apaciguamiento y entendimiento con Israel llevado a cabo, sin mucho éxito, por Arafat y sus colaboradores. Por si esta situación no fuera suficientemente explosiva, hay que contar con que Sharon tratara de aprovechar las circunstancias para continuar su política de fuerza, eliminando a quienes puedan parecerle más problemáticos y tratando de influir en el proceso. ¿Falta algo más para preocuparse?

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