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El imperio ruso contraataca

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(Para El Correo)
Decía Dostoyevski que donde un ruso pone un pie, ése es territorio ruso. Ha sido así desde hace siglos, y quien quiera obviarlo menosprecia de nuevo a un pueblo que, admitámoslo ya, tiene razones a estas alturas de la historia para sentirse de regreso a la escena internacional, levantar alta la cabeza tras la humillación de la Guerra Fría y el ostracismo de los años 90, y poner su bota militar en Georgia con una seguridad recuperada. Los territorios secesionistas de Abjasia y Osetia del Sur ya son rusos de facto, aunque estemos sólo en los prolegómenos de esta realidad tan obvia como el número de pasaporte ruso que posee ya el 90% de la población surosetia.

Resulta paradójico que haya sido Georgia y su estrecho aliado EEUU, quienes hayan puesto en bandeja al primer ministro Vladimir Putin, (verdadero líder del país) la futura anexión de esas dos regiones. Primero, con el reconocimiento de Kosovo, que sentó un peligroso precedente en todos los territorios con aspiraciones independentistas del planeta. Y segundo, con la irresponsable iniciativa del presidente georgiano, Mijail Saakashvili, que decidió abrir las hostilidades y bombardeó el pasado 8 de agosto Tsjinvali, la capital de Osetia del Sur, matando a civiles desarmados y provocando la respuesta de Rusia, que fue más allá e invadió parte del territorio de Georgia con la excusa de defender a los civiles pro-rusos. Muchos georgianos se llevan las manos a la cabeza preguntándose cómo es posible que su presidente se lanzara a esta aventura, sabiendo que Moscú llevaba meses provocando y esperaba la más mínima señal para anexionarse ambos territorios antes del cambio de guardia en EEUU.

Pero también a EEUU y la UE esta guerra les ha pillado por sorpresa. Los medios occidentales se han apresurado en señalar a Rusia como el gigante amenazador de antaño, hablando de comunismo en sus artículos de opinión, como si aún existiera un atisbo de ello en el poder, o hablando de Stalin, la nostalgia soviética o el neoimperialismo ruso. A Putin se le presenta como al diablo en persona, y George W. Bush califica la respuesta rusa como desproporcionada, mientras la UE habla de una violación del derecho internacional. Declaraciones y opiniones que condenan, pero que no desembocan en respuestas firmes ni mucho menos en duras sanciones contra Moscú.

Esto demuestra que ni EEUU ni la UE saben muy bien cómo ponerse de acuerdo y manejar a esta nueva Rusia a la que siguen juzgando con parámetros obsoletos, sin reconocer que estamos frente a un nuevo gigante con más de 143 millones de habitantes, diferente y fuerte, un país al que hay que comenzar a tratar en serio, con un líder que se ha aferrado al poder con medios poco o nada democráticos, una economía que crece al 6-7% anual y unos recursos energéticos que le permiten ser independientes del resto del mundo y de los que Europa, en cambio, depende. Rusia se aísla, pero ¿qué responsabilidad tenemos en ese aislamiento?, ¿cómo no lo hemos visto venir?
Moscú lleva años quejándose, sintiéndose rechazada e ignorada en sus peticiones (una posición victimista que además ha favorecido el nacionalismo impulsado por Putin). Con su ofensiva, Rusia ha querido hacerse oír, frenar la entrada de Georgia en la OTAN y poner fin al supuesto acoso que sufre por parte occidental. Los rusos se han sentido humillados frente a la ampliación de la Alianza Atlántica, frente a la expansión de la UE hasta sus propias fronteras en su antigua zona de influencia, o ante la instalación del escudo antimisiles en República Checa y Polonia. La lista de movimientos percibidos por Rusia como una amenaza contra su territorio es larga y sin embargo, como gustan recordar a quien quiera oírlo, no ha habido ninguna reacción ofensiva por parte de Moscú, que considera que ha tragado sin rechistar para esperar, como un buen alumno, alguna concesión, como por ejemplo su entrada improbable en la Organización Mundial del Comercio (OMC).

La decepción de Rusia es grande, en particular con EEUU, después de que Putin fuera un fiel aliado de Washington en la “guerra contra el terror” en toda la zona controlada por la antigua URSS en Asia Central. ¿Qué le ha quedado de aquella estrecha colaboración? La presencia de bases estadounidenses a las mismas puertas del gigante euroasiático.

Todo esto no justifica la actitud antidemocrática de Rusia, ni su utilización del gas y el petróleo como moneda de cambio, ni la agresión contra la integridad territorial de Georgia. Sólo demuestra que a Rusia se le ha acabado la paciencia, y que el paso del incauto presidente Saakashvili, socio mimado de EEUU en el Cáucaso, ha sido la puntilla tan esperada para enseñar los dientes. Ha sido la oportunidad (aprovechando el fin de mandato de Bush y su debilidad) para demostrar que no sólo pasean los carros de combate por la Plaza Roja y que sus amenazas no son sólo retórica. Demuestra, asimismo, que la diplomacia estadounidense y europea han calibrado mal a Rusia y a sus nuevos dirigentes y que se han metido en terreno resbaladizo.

A partir de ahora, el Cáucaso se va a convertir en un tablero en el que están en juego muchas cosas. Todos los intereses chocan en esa zona: EEUU, la UE, China y Japón, Turquía e Irán. Para empezar por el petróleo del Mar Caspio, que pasa por Georgia hacia occidente, esquivando así los territorios que fueran de dominio ruso, circunstancia que favorece en particular a la UE, temerosa de los cortes de suministro caprichosos del Kremlin, convertido en un socio poco fiable. Para Rusia, además, Georgia es un territorio vital de salida de su flota hacia el Mar Negro (perdida tras la caída de la URSS) a través de Abjasia. Y no hay que olvidar que el Cáucaso es un avispero donde a Rusia no le ha temblado nunca el pulso. Allí los conflictos armados no han desaparecido (Chechenia, Osetia del Sur, Nagorno-Karabaj) y el terrorismo con raíces islámicas sigue presente. En definitiva, como señalan algunos expertos, hay que decidir si Georgia será la frontera del Este de una gran Europa, o bien la frontera de un gran Oriente Medio, porque de esta respuesta depende la seguridad de Rusia, de Europa y en parte de los EEUU.

En Georgia el imperio ruso ha contraatacado, pero con nuevos matices. Aunque Putin dijera que la caída de la URSS fue la mayor catástrofe del siglo XX, la Rusia de hoy no pretende recuperar territorio, sino impedir que EEUU, la UE y la OTAN lo ganen. Moscú asegura que está defendiendo sus intereses nacionales, y en ese sentido sus líderes no sienten que estén inventando nada nuevo. Con el cinismo que les caracteriza, aseguran que no hacen sino copiar al mismísimo presidente Bush, que encontró excusas menos convincentes para entrar en Irak (aunque uno y otro caso no tengan nada que ver). Y con el reconocimiento de Osetia del Sur y Abjasia sólo devuelven el bumerang de Kosovo.

La guerra en Georgia, con la población de uno y otro bando tomada como rehén, escenifica el fin de la paciencia rusa. El presidente Dimitri Medvedev ha dicho que le da igual aislarse, romper relaciones con la OTAN y no ser nunca admitidos en la OMC. En definitiva, que no nos necesitan. Pero lo irónico es que nosotros sí les necesitamos, por sus recursos de gas y porque Rusia forma parte del Consejo de Seguridad de la ONU y tiene poder de veto, y su apoyo es vital en el dossier, por ejemplo, de Irán. El conflicto ruso-georgiano abre la puerta a una oportunidad de profunda revisión de las relaciones entre Rusia y EEUU y la UE. La entrada de Georgia en la OTAN no es un movimiento sabio. Debemos replantearnos la relación con esta nueva Rusia con otros ojos, a través de una diplomacia distinta y no con la confrontación con este gigante, potencia nuclear e imprevisible.

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