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El dilema afgano

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(Para Radio Nederland)
Uno tras otro, los países que tienen tropas desplegadas en Afganistán están discutiendo sobre la continuidad de las mismas, la ampliación de efectivos, o su retirada, y en la mayor parte de los casos las discrepancias entre las posiciones de Gobiernos y Parlamentos y las de las opiniones públicas, manifiestan enormes discrepancias. Países Bajos, Alemania, Canadá o España, han discutido, o están discutiendo, en estas semanas sus diversas opciones y, parece evidente en la mayor parte de casos que los ciudadanos son cada vez más favorables a la retirada. Evidentemente afectados por las bajas entre sus tropas y los pobres logros de su misión. Los políticos, sin embargo, mayoritariamente apoyan la continuidad. ¿Qué ha hecho que se produzca esta situación y que estemos viendo cada día como los gobernantes deciden algo que todas las encuestas muestran que no es lo que quiere la ciudadanía?.

Hace ahora seis años que comenzó la operación Libertada Duradera, pretencioso nombre que puso Estados Unidos a una misión militar cuyo objetivo explicito era derrotar a los talibanes por su participación y apoyo en los atentados del 11 de septiembre y que, rápidamente, se convirtió, ¡¡cómo no!! en una operación de la “guerra contra el terror”. El rápido éxito de la primera parte de la misión, la derrota del régimen talibán, pese a no verse acompañado de la detención de Bin Laden y mucho menos de la eliminación de los grupos talibanes y el fin del terrorismo yihadista, condujo a Estados Unidos al error de pensar que se debía comenzar de cualquier manera la reconstrucción del Estado afgano. Y enfatizamos el “de cualquier manera”, pues el incuestionable apoyo que desde el principio se otorgó a Hamid Karzai para liderar esa transición, y el modo en que se ha forzado externamente ese liderazgo,  han estado en la base del fracaso que ahora vivimos y en la fragilidad de proceso político.

El final de la fase álgida de las hostilidades, la convicción de que era precisa una mayor legitimidad y presencia internacional liderada por la ONU, pero también la necesidad por parte de Estados Unidos de enviar tropas a Iraq, hicieron que la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), creada posteriormente, fuera ampliando su presencia en el país y, bajo el mando de la OTAN desde agosto de 2003, comenzará a verse envuelta en acciones de combate. Esta deriva en el mandato y la práctica de ISAF han estado, a nuestro juicio, en la base de la oposición de las opiniones públicas a la permanencia en Afganistán, ya que no se ha explicado en ningún país esa dualidad entre las tareas de reconstrucción y la participación en acciones bélicas y esa transformación de facto de ISAF. Evidentemente las tareas de reconstrucción y fortalecimiento del estado que intentan poner en marcha los PRT (Equipos Provinciales de Reconstrucción), necesitan de seguridad. Pero hacer esto sinónimo de participación en combates contra los talibán, y más aún, la falta de discriminación en muchas acciones de combate que se han saldado con numerosas bajas civiles entre la población afgana, han tenido un elevado coste en la propia credibilidad de las fuerzas de ISAF y su papel en el país. Estados Unidos ha estado presionando, dentro y fuera de la OTAN, a los países que consideraba más cercanos como Alemania o Países Bajos, para que se implicaran más en las acciones de Libertad Duradera contra los grupos terroristas. Pero estos países, aún aumentando su presencia en el terreno, no quieren verse envueltos en otro tipo de acciones bélicas.

El dilema es complejo. La OTAN no puede permitirse un fracaso en su primera gran operación fuera de área, pero creer que se puede lograr una victoria militar convencional en un país que resistió y derrotó a más de 100 mil soldados de la antigua Unión Soviética, es una fantasía. Puede que el pueblo afgano no apoyara mayoritariamente al régimen talibán, pero tampoco vive con satisfacción una presencia militar extranjera que impone, además, un determinado enfoque político que muchos no comparten.

En cualquier caso, el énfasis que se está poniendo en las últimas semanas en el componente militar y en los respectivos papeles de las diversas operaciones en curso, está ocultando el verdadero reto al que se enfrenta Afganistán, que es el de encontrar una salida política que plantee de modo más abierto que los Acuerdos por Afganistán de la Conferencia de Londres, una alternativa que permita integrar políticamente a sectores contrarios a la ocupación y que hoy apoyan a grupos talibán. Algunos generales de países de la OTAN como el español José Enrique Ayala han reconocido en las últimas semanas que “no hay una solución militar a largo plazo y la presencia de los 35.000 soldados desplegados solo servirá para ganar tiempo”. Y durante este tiempo que se gane, este general propone abrir el espectro de negociación: “No todos los talibanes son terroristas y su situación tampoco es fácil. El entorno del mulá Omar-que ya ha tenido responsabilidades de gobierno- podría ser sensible a explorar un acuerdo”. El que por parte de ciertos estamentos militares se comiencen a poner en circulación este tipo de ideas, nos parece sintomático de que ellos mismos ven que la actual situación y el actual planteamiento no tienen salida.

El aumento de los proyectos de cooperación que contribuyan al desarrollo y el bienestar de la población, como están haciendo algunos países europeos es fundamental. La mejora de la seguridad en ciertas zonas del país en las que trabajan los PRT, también. Pero todo ello será ineficaz si no se ofrece una salida política sostenible que sea capaz de incorporar a grupos que actualmente se encuentran totalmente excluidos del proceso.

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