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El conflicto del Cáucaso: más allá de los tópicos (Primera parte)

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(Para El Correo)
Tras la breve guerra en Osetia del Sur y la situación de facto creada en Georgia con el evidente éxito militar y, sobre todo, político de Rusia, se han desbordado las opiniones sobre lo sucedido, sobre sus implicaciones, y sobre los escenarios que se abren a escala internacional tras esta crisis. Y sorprendentemente, pese a las diferencias en el análisis, ciertos tópicos y ciertos conceptos se repiten sin que se cuestione su veracidad. Y algunos de ellos están contribuyendo a dar una generalizada visión de lo acontecido en el Cáucaso que, mucho nos tememos, se compadece poco con la realidad. Veamos solo algunos.

Imprudencia

Es la palabra más utilizada para referirse a la decisión del presidente georgiano Mijaíl Shaakashvili de romper el statu quo y atacar Osetia del Sur, encendiendo la espoleta que inició la breve guerra. Evidentemente, su comportamiento lo fue, pero no parece que sea él el único responsable y algo sabrían los centenares de asesores militares estadounidenses presentes en su país. Por tanto, otros obraron imprudentemente alentando a un personaje bravucón a tomar esa decisión, o haciéndole concebir esperanzas sobre el apoyo que podría esperar tras la misma. La irresponsabilidad de Shaakashvili debe ser, pues, compartida por otros que, o bien le animaron, o bien no le impidieron su criminal acción. Y esos, hoy, no dan la cara.

Desproporción

Palabra comodín para definir la reacción rusa en la mayor parte de los análisis. Nadie, sin embargo, nos dice qué hubiera sido lo proporcionado ¿tal vez unos pocos menos carros de combate?, ¿retirar al embajador ruso?, ¿telefonear a Shaakashvili? El concepto de proporcionalidad aplicado a los enfrentamientos violentos y más aún a la guerra, resulta, cuando menos, confuso. El propio Derecho Internacional Humanitario (DIH) dedica numerosos artículos de los Convenios de Ginebra y sus Protocolos adicionales a tratar de concretar ese aspecto y, justo es decir que, con escaso éxito. Pocos analistas, no obstante, han citado las bajas rusas en los primeros ataques georgianos o el elemental criterio de legítima defensa. Es evidente que Rusia ha aprovechado de modo magistral, desde la perspectiva geoestratégica, la agresión de Georgia, y la coartada que se le servía en bandeja para cambiar a su favor el statu quo preexistente. Y que lo ha hecho sin reparar en medios y con enorme crueldad para la población civil. Pero eso poco tiene que ver con una pretendida proporcionalidad ante una agresión tan clara. Por otra parte, con los antecedentes de hechos como los de la escuela de Beslán, o el teatro de Moscú, no parece que pudiera esperarse esa pretendida “proporcionalidad”.

Renacer de la Guerra Fría

Sorprendente. Si estaba tan claro que la Guerra Fría había acabado, ¿por qué sigue existiendo la OTAN? Si la raison d´être de la Alianza Atlántica era el desaparecido Pacto de Varsovia, aunque pueda parecer infantil, su desaparición debería haber llevado a la desaparición de su antagonista y, en todo caso, a la creación de un nuevo entramado de organismos de seguridad que se adecuaran a la nueva situación. Y lejos de optarse por esta vía, que podría haber llevado al fortalecimiento y reforma de la ONU, por ejemplo, se ha optado por el fortalecimiento de la OTAN mediante la incorporación en su seno de todas las ex repúblicas soviéticas vecinas de Rusia, o se han revitalizado iniciativas como el escudo antimisiles que son más propias de la Guerra Fría.

¿Cómo es posible acusar simplemente a Rusia de expansionismo sin entender lo que representan estos hechos para el pueblo ruso? La Unión Soviética fue la gran derrotada tras los cambios en el escenario internacional en 1991, perdiendo la cuarta parte de su territorio y casi la mitad de su población. Y Occidente no parece entender el sentimiento de mutilación y resentimiento de muchas de sus gentes – aprovechado obviamente de modo oportunista por sus dirigentes – y de hasta qué punto es aplicable a este caso lo que decía Morgenthau en 1948, refiriéndose a la Alemania de postguerra, sobre “el deseo de librarse de la derrota, y echar por tierra el nuevo statu quo internacional creado por los victoriosos, recuperando su lugar en la jerarquía del poder mundial”. Y si además se tiene petróleo, gas y se ha mantenido el arsenal nuclear, la aspiración puede ser aún más real.

Incapacidad de la ONU

Lamentablemente, en este caso el tópico es cierto. Y para desgracia de toda la humanidad, en muchos más casos también. El mandato de Ban Ki-moon no pasará a la historia por su capacidad de actuación en las crisis internacionales. Pero a veces se usa este hecho para defender el que otros, la Unión Europea por ejemplo, son más eficaces en su gestión. Y eso dista mucho de ser cierto. La gesticulante diplomacia encabezada este semestre por Sarkozy o Kouchner se basa en la apariencia, en la sobreactuación, en el gesto, en la obsesión por la imagen y en lo ampuloso de las declaraciones, pero poco más. Que a estas alturas los ministros de asuntos exteriores europeos acuerden solemnemente que “hay que investigar los hechos”, o que la diplomacia francesa apele a un “error de traducción” en los pretendidos acuerdos de paz del 12 de agosto (Declaraciones de Bernard Kouchner en Le Monde, de 5 de septiembre) para explicar los magros resultados, resulta patético. Y no parece que la ONU sea en este caso la responsable.

Son más los tópicos que cabe analizar, y así lo haremos en breve. Mientras tanto, queda claro que la crisis del Cáucaso ha puesto de manifiesto alguno de los puntos de fractura del sistema internacional, de los riesgos y amenazas a los que nos enfrentamos, y del papel que en el Siglo XXI pueden desempeñar ciertos actores. Y no parece que aislando más a Rusia contribuyamos a su resolución ni a las mejoras internas que su pueblo necesita.

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