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Egipto, una celebración ensombrecida

(Para Radio Nederland)

Un año después del arranque de la revolución egipcia (con la ocupación de la emblemática plaza de Tahrir el 25 de enero de 2011), la única noticia que cabe considerar como netamente positiva es la desaparición de la escena política nacional del dictador Hosni Mubarak, tras 29 años de monopolio del poder.

A partir de ahí, y por mucho que algunos insistan en considerar que la revolución es irreversible y que la democracia está a la vuelta de la esquina, en el balance actualizado de la situación del país predominan los tonos sombríos.

Basta para entenderlo así con mirar cómo se ha llegado a esta conmemoración. Por una parte, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), con el mariscal Mohamed Husein Tantawi al frente, ha intentado convertir el aniversario en un día de celebración.

Para reforzar esa idea ha anunciado nuevamente (lo que significa que incumplió promesas anteriores) que se levantaría de inmediato la ley de emergencia, que le ha permitido reprimir por la fuerza los descontentos y encarcelar sin garantías judiciales a unos 12.000 ciudadanos. Simultáneamente, ha decidido liberar a unos 2.000 de esos encarcelados y ha vuelto a confirmar su intención de seguir adelante con el proceso electoral que pasa, en febrero, por las elecciones al Consejo de Shura (Consejo Consultivo o cámara alta) y, en junio, por las elecciones presidenciales.

Día de protesta

Por otra, quienes se sienten defraudados o insatisfechos con los avances logrados desde la caída de Mubarak- los mismos que en enero pasado creían que el pueblo y las fuerzas armadas empujaban a favor del cambio democrático en la misma dirección- han querido transformar la conmemoración en un día de protesta. Consideran que el tiempo transcurrido ha puesto de manifiesto que el CSFA no está cumpliendo con su tarea de facilitar la transición hacia un régimen auténticamente democrático.

Por el contrario, son crecientes las protestas contra unas autoridades que- al tiempo que cuidan el mantenimiento de sus notorios privilegios sociales, políticos y económicos- no han tenido reparos en emplear la violencia contra su propia población- incluyendo los injustificables «test de virginidad» para mujeres que denunciaban malos tratos- y en manipular a los actores políticos para preservar su poder.

Ni siquiera la enésima promesa de levantar la criticada ley de emergencia puede ser considerada como un paso positivo, en la medida en que el anuncio de que se mantendrá para evitar «actos de gamberrismo» define una categoría en la que pueden fácilmente entrar muchos de los actos de perfil político que promueven los sectores descontentos con la situación actual.

Partidos islamistas

Mientras tanto, la escena política va configurando un panorama en el que destaca la victoria de los partidos islamistas. Aunque ya se daba por descontado que el partido Justicia y Libertad- vinculado directamente a los Hermanos Musulmanes- obtendría un importante porcentaje de votos (un 47,18% finalmente), nada permitía en principio suponer que el partido salafista Al Nur (La Luz) iba a ocupar el segundo puesto (con un 24% de los sufragios).

Eso supone que el parlamento egipcio, que se ha constituido el 23 de enero, tiene una clara mayoría de representantes islamistas, acompañados de una significativa proporción de importantes figuras políticas del antiguo partido del régimen, conviviendo difícilmente con quienes temen por igual a los colaboradores del dictador y los que parecen decididos a imponer la sharia, la ley islámica, a toda costa. El hecho de que entre los 508 diputados que lo componen solo haya 10 mujeres puede servir de muestra sobre las enormes dificultades que, hoy como ayer, sigue teniendo la mitad de la población egipcia para estar debidamente representada en los círculos de poder.

Fragmentación del voto islamista

Interesa recordar que tanto Justicia y Libertad como los salafistas de Al Nur han sido legalizados por decisión del CSFA. Estamos ante una muestra más del viejo recurso táctico que busca la fragmentación del voto islamista con un doble objetivo. Por un lado, pretende debilitar la fuerza que podría tener Justicia y Libertad si fuera la única opción islamista para una población en la que la seña de identidad musulmana es mucho más poderosa que cualquier otra.

Por otro, el ascenso del islamismo político, y sobre todo del salafismo- que, a su atractivo entre las capas más conservadoras del país, añade una sostenida financiación procedente de Arabia Saudí, que le permite ganar voluntades a través de su sistema de asistencia social- sirve al CSFA para intentar asegurar su papel de predominio en el futuro de Egipto.

La emergencia de estas opciones políticas genera un innegable temor en otras comunidades, como los coptos (10% de la población) y las mujeres y, asimismo, provocan un visible rechazo entre las opciones políticas que temen que la futura Constitución quede demasiado impregnada de normas religiosas. No menor es la aprensión que esa posibilidad crea en el exterior del país- cuando se asiste a una sucesión de procesos electorales que acaban confirmado el protagonismo islamista, sea en Túnez o en Marruecos (como antes ya lo fue en Turquía, Iraq o en los Territorios Palestinos).

Dominancia del CSFA

Eso supone que, por desgracia, son muchos quienes (tanto dentro como fuera del país) pueden estar dispuestos a aceptar que efectivamente el CSFA se reserve un papel dominante por encima de la clase política. Desde esa perspectiva, podríamos estar ante un delicado y arriesgado juego en el que los mandos militares egipcios creen poder manejar a su antojo los hilos del proceso político, garantizando sus privilegios y contando con el apoyo (implícito o explícito) de quienes temen más al islamismo que a la «dictablanda». Una inminente muestra de esta deriva vendrá dada por la composición de la comisión que debe redactar la próxima Constitución, en la que el CSFA espera poder copar buena parte de los 100 puestos previstos.

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