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EEUU crecientemente empantanado

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(Para Radio Nederland)
Los cincos años transcurridos desde el 11-S han demostrado ya sobradamente el error de la contraproducente estrategia militarista y unilateralista de la actual administración estadounidense, tanto para defender sus propios intereses como contribuir a la mejora de la seguridad internacional. Si esto ya es perjudicial en sí mismo, más nefasto aún es el empecinamiento que diversos representantes de ese mismo gobierno, incluyendo al propio presidente Bush, siguen manifestando en un fracasado ejercicio de ilusionismo político para convencer a su propia opinión pública y al mundo en general de que todo va mejor hoy y de que las cosas aún irán mejor mañana si se mantiene el esfuerzo en la “guerra contra el terror”. Un comportamiento de este tipo no sólo impide rectificar a tiempo, sino que, en un afán suicida que niega la realidad, profundiza aún más los efectos perversos de un proceso que se empantana progresivamente, movido por un discurso y una práctica política para las que todo cambio significaría la derrota.

En el escenario nacional, el cierre de filas en torno al discurso oficial emanado de la Casa Blanca se explica por la necesidad de cerrar las brechas que pueden arruinar ya no sólo las opciones de los candidatos republicanos en las inminentes elecciones legislativas de noviembre, sino incluso las de su próximo candidato presidencial a finales de 2008. Así se explica que nadie, incluyendo un vicepresidente y un secretario de defensa políticamente “quemados”, asuma sus responsabilidades en los fracasos de la política exterior y de seguridad (léase Iraq, Afganistán, Irán o Corea del Norte) o en la creación de aberraciones jurídicas como Guantánamo. Por el contrario, para demostrar una aparente fortaleza y un convencimiento profundo en sus planteamientos de estar realizando una misión salvadora de la humanidad (con un fundamentalismo tanto o más fuerte en términos religiosos que ideológicos), se destruyen bases fundamentales del Estado de derecho como el habeas corpus , dando un salto que nos retrotrae al menos tres siglos en la historia. De igual manera, se sigue incrementando imparablemente el presupuesto militar, presentándolo como una decisión forzada para responder a la amenaza del terror (como si no hubiera otras más importantes o como si ése fuera el mejor camino para hacerle frente), ocultando en definitiva que ésta es una opción diseñada específicamente como el argumento esencial para “convertir el siglo XXI en el siglo de América” (como les gusta decir a sus dirigentes actuales al referirse a EEUU, en un ejercicio de secuestro de la identidad de todo un continente).

En el ámbito exterior, esa teatral pretensión de firmeza está provocando que EEUU se empantane aún más en escenarios crecientemente descontrolados. Por una parte, sigue registrándose un imparable deterioro en la imagen exterior de los Estados Unidos no sólo en los países de identidad islámica, sino en muchos otros, también europeos (comenzando por España), para los que hoy queda muy lejos aquella imagen de una superpotencia multilateralista, impulsora de los derechos humanos o la de defensa de la legalidad internacional. Por otra, en un pasmoso ejercicio de impasibilidad ante las alarmantes señales de violencia e inestabilidad que emiten numerosos focos de conflicto en los que Washington ha empeñado sus fuerzas, se insiste en que todo está bajo control y que basta simplemente con perseverar en el esfuerzo para obtener la victoria (sea lo que sea lo que ese concepto signifique en escenarios como los reseñados más arriba).

La realidad no puede ser más cruda. En Iraq, y dejando al margen lo que le ocurra a los propios iraquíes o a los soldados de otros ejércitos, se acerca irremisiblemente el momento en el que las víctimas mortales entre las tropas estadounidenses superen la barrera de las 3.000, sin que se atisbe mejora alguna. Por el contrario, el país parece dirigirse aceleradamente a una partición entre kurdos, suníes y chiíes, mientras que una segunda oleada (mucho más capacitada aún que la que surgió del Afganistán invadido por los soviéticos en los años ochenta del siglo pasado) de yihadistas salafistas se atreve incluso a declarar un Estado islámico en Iraq, mientras sigue moviendo sus piezas para romper la precaria unidad formal del gobierno de un debilitado Al Maliki. La retirada es hoy impensable y la permanencia augura más tragedia, aunque las tropas estadounidenses opten progresivamente por retirarse de las ciudades y por traspasar las labores más expuestas a las fuerzas iraquíes (no sólo incapaces de asumir la tarea por sí solas sino, además, difícilmente imaginables como árbitros neutrales en el maremágnum de facciones enfrentadas violentamente en pos de sus objetivos de poder político y económico).

En Afganistán, aún con el paraguas OTAN que ahora cubre a la práctica totalidad de las fuerzas internacionales allí desplegadas, parece que los más interesados en que llegue finalmente el invierno, que obligará a paralizar muchas de las operaciones ahora en marcha, es más bien el conjunto de las tropas internacionales que los propios talibanes y los grupos yihadistas. Convertido en el único narcoEstado del mundo apoyado por la comunidad internacional, Afganistán está hoy muy lejos ya no del desarrollo o la democracia sino de la más básica estabilidad. Por si no bastara con los problemas internos, la actitud de supuestos aliados como el presidente paquistaní, que ha acordado oficializar la impunidad de los grupos que desde Waziristán actúan en el vecino Afganistán, demuestra hasta qué punto está fracasando la estrategia seguida en la zona.

En esas condiciones, con EEUU empantanado en desventuras de las que no logrará salir airoso a medio plazo, tanto Irán como Corea del Norte son conscientes de que se les abre una ventana de oportunidad para lograr reforzar sus regímenes, evitando la tentación que Washington pudiera tener de eliminarlos. Sus derivas nucleares son, obviamente, desestabilizadoras, pero muestran bien a las claras que la debilidad de la comunidad internacional, proceso al que tan decisivamente ha contribuido esta administración estadounidense, no logrará pararles los pies. Como tampoco lo hará el inmenso potencial militar de la única superpotencia de nuestros días.

El proceso de hundimiento no ha llegado a su fin. De momento, para considerar cualquier posibilidad de cambio, hay que esperar a los resultados de las elecciones estadounidenses. Mientras tanto, hay muchos actores interesados en aprovechar la oportunidad que les ofrece un líder con sus propios pies hundido en ciénagas para las que no se había preparado.

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