Demandas crecientes, fondos menguantes
(Para Radio Nederland)
Finalizaba ayer en Madrid la «Reunión de Alto Nivel sobre Seguridad Alimentaria para Todos», que pretendía para dar continuidad al Plan Global de Acción de las Naciones Unidas liderado por su Secretario General, presente en la clausura, y diseñar una hoja de ruta que permita garantizar el cumplimiento de los objetivos y compromisos adquiridos en la pasada Cumbre de Roma de junio de 2008. Y también ayer, en Ginebra, se lanzaba el llamamiento de emergencia de UNICEF para el año 2009 por un monto de más de mil millones de dólares.
Ambos acontecimientos han tenido un tono muy diferente: diplomático y conciliador el uno y más atrevido y levemente alarmista el otro, pero en ambos, no puede ocultarse el telón de fondo de la preocupación por los efectos de la crisis financiera sobre las poblaciones vulnerables de los países empobrecidos y, también, por las mayores dificultades para conseguir fondos públicos y privados para paliar sus necesidades. Y sobre todo, una de las necesidades más básicas: la alimentación. Y los efectos que produce la no satisfacción de ese derecho: el hambre.
La Cumbre de Roma fue un punto clave en la toma de conciencia de la comunidad internacional sobre la crisis de los precios de los alimentos. Cercanos a la mítica cifra de mil millones de personas que pasan hambre, la Cumbre supuso un toque de atención. Tras ella, las nuevas incertidumbres sitúan a la crisis de los alimentos como uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo y por ello hay que apelar a la responsabilidad compartida. La reunión de Madrid se cierra con un balance discreto y con la sensación de que lo más grave aún está por llegar. Al menos no ha habido cantos a los beneficios del libre mercado y a la desregulación. Con la que está cayendo hubiera sido excesivo. Si que hubo cosas de interés en la unanimidad sobre el necesario apoyo a los pequeños agricultores y a la necesaria participación protagonista de los países afectados por la crisis. Alguien dijo con sabiduría: «La crisis en los países desarrollados es un paréntesis; en los países en desarrollo es una forma de vida».
En materia de financiación, pocas cosas nuevas pero algunas de interés. El Ministro español Moratinos, anfitrión de la reunión, lanzó la idea de la obligatoriedad del 0,7% del PIB para ayuda al desarrollo por parte de los países ricos, pero al día de hoy, tras cincuenta años de incumplimientos, y con la mayor parte de países donantes reduciendo sus fondos, esa propuesta parece poco más que un brindis al sol. Han sido muy pocos los países que han mantenido sus compromisos en materia de financiación del desarrollo en los pasados años – España ha sido el único que ha aumentado sus cantidades- y no parece que esa idea pueda cuajar.
Pero lo más novedoso y preocupante en materia de financiación es el retroceso de los fondos privados. Hace algunos meses, cuando se empezaron a conocer las cifras de 2007, analizábamos, como citamos más arriba, el frenazo de los fondos de ayuda al desarrollo oficial (AOD), es decir la que viene de fondos públicos. Y se constataba que en esta AOD se había reducido, por vez primera en las últimas décadas, el componente dedicado a responder a emergencias provocadas por desastres y conflictos. Pues bien, el secreto a voces que no deja de comentarse en las últimas semanas en el sector humanitario, es el retroceso de la financiación privada e incluso el decrecimiento significativo de socios o de colaboradores y donantes de las organizaciones. Parece que muchos ciudadanos, con una lógica que recuerda aquel chiste del «chocolate del loro», al tener que reducir gastos, comienzan por cosas como darse de baja de estas organizaciones o disminuir su compromiso.
UNICEF, consciente del aumento de crisis con consecuencias humanitarias que se viven en la actualidad, solicita un 17% más de fondos que en el 2008, y pone de relieve en el llamamiento los efectos del cambio climático en las consecuencias de los desastres. Pero tanto en UNICEF, como en otras organizaciones solidarias tanto públicas como no gubernamentales, se han empezado a sentir ya los efectos de la crisis y las previsiones son preocupantes. Máxime, cuando muchos de los desastres que vive nuestro mundo son crisis olvidadas con poco impacto mediático en las que la respuesta privada suele ser más errática. Puede uno preguntarse qué pasaría con la respuesta ciudadana si ahora sucediera un gran desastre internacional. Ojalá que no suceda.
Y en este escenario de preocupación, comienza hoy la Cumbre de Davos que cada año reúne a los ricos del planeta. Pero no parece que pese al eslogan de este año en el Foro Económico Mundial se vaya a hablar de estos aspectos de la crisis. Y es que el lema es «Comprometidos a mejorar el estado del mundo». Bonito, pero poco más.