investigar. formar. incidir.

Menú
Actualidad | Artículos propios

Corea del Norte, sin cambios en el horizonte

Por Marta de la Nuez

El pasado 17 de diciembre falleció el dirigente de Corea del Norte, Kim Jong-Il, el Amado Líder, aunque la noticia no se conoció hasta casi tres días después, en una muestra más del tradicional hermetismo del régimen. Tras dos días de funerales de Estado y diez de luto nacional, su hijo menor, Kim Jong-Un, fue proclamado líder supremo del Partido de los Trabajadores, de las Fuerzas Armadas y del Estado, convirtiéndose en el Gran Sucesor. El deterioro de la salud de Kim Jong-Il en estos últimos tres años obligó a acelerar el proceso de transición, aunque el heredero no ha tenido tanto tiempo como su padre —nombrado sucesor del fundador de la dinastía, Kim Il Sung, quince años antes de su muerte— para prepararse con el fin de asumir su nueva tarea y para consolidar la base de su poder frente a posibles rivales. Interesa recordar que su padre necesitó al menos tres años para asentar definitivamente su poder por encima de otros actores, que no por desconocidos para el gran público son menos poderosos en los círculos internos de la dictadura norcoreana.

A pesar de la juventud del nuevo líder, 28 o 29 años (no se conoce su edad con exactitud), y su falta de experiencia en el terreno militar —lo que no impidió que fuera nombrado recientemente general de cuatro estrellas—, ya es presentado a su pueblo a través de la televisión nacional como «genio de los genios» entre los estrategas. Asimismo, ha sido nombrado comandante supremo de las fuerzas armadas, lo que, además ser parte del plan previsible para reforzar su imagen, cabe interpretar como una señal de que los militares aceptan su liderazgo.

Mirando hacia el futuro, todo parece indicar que los dirigentes norcoreanos tratan de mantener el rumbo definido desde su origen por la inefable dinastía iniciada en 1948. Así, como muestra un reciente comunicado emitido por la Comisión de Defensa Nacional, máximo órgano militar del país, se insiste en que no se producirían cambios en la política del régimen. De manera más concreta, se niega cualquier posible acercamiento a Corea del Sur, y menos aún si Lee Myung-bak se mantiene como presidente de ese país, acusado de haberse negado a suministrar alimentos a sus vecinos desde que llegó al poder en 2008.

Cabe esperar, igualmente, que Pionyang seguirá utilizando la represión como instrumento para mantener el control interno, incluyendo no solo la cárcel, las torturas, o las condenas en campos de trabajo, sino también el hambre. Según datos de organizaciones de derechos humanos, hay más de 200.000 norcoreanos en prisión y campos de trabajo por razones políticas; mientras que la situación del resto de la población tampoco es halagüeña, pues la pobreza y el hambre los acompañan en el día a día. De hecho, el Programa Mundial de Alimentos se ve obligado desde hace muchos años a asistir al conjunto de una población sometida a una escasez alimentaria sistemática que afecta a cerca de 5 millones de personas.

A pesar de todo ello, desde la perspectiva de la comunidad internacional, parece que lo único que realmente importa es preservar «la paz y la estabilidad» en la región, y a ese objetivo se subordina cualquier otra consideración. En esa línea, tanto Estados Unidos (EE UU) como Japón y Corea del Sur han declarado que existe un «camino abierto» para reanudar las denominadas conversaciones a seis bandas, estancadas desde 2009. Estas conversaciones entre Corea del Norte, EEUU, Japón, China, Rusia y Corea del Sur persiguen llegar a algún tipo de acuerdo que ponga fin al programa nuclear norcoreano en materia militar. Por su parte, Corea del Norte parece también interesada (aunque no lo ha confirmado oficialmente) por retornar a la mesa de negociaciones.

Visto de ese modo, no cabe albergar muchas esperanzas de que se vaya a producir a corto plazo un cambio en el interior del país —que permita mejorar las condiciones de vida de sus más de 24 millones de habitantes—, ni una apertura al exterior que facilite una reducción de las tensiones acumuladas desde hace décadas. Por el contrario, cuando ya hasta la KCNA (la agencia oficial de noticias) reconoce la gravedad del problema alimentario, solo cabe suponer que Pionyang volverá a intentar utilizar su programa nuclear como una baza de negociación para lograr garantías de supervivencia para el régimen, suministro energético y ayuda alimentaria. Esto se hace aún más agudo en el momento en el que el régimen norcoreano, que se encuentra ya intensamente centrado en celebrar durante este mismo año el centenario del nacimiento del fundador de la dinastía, necesita de algún modo demostrar a su población que la situación es hoy mejor que nunca.

En definitiva, todo parece indicar que el nuevo líder terminará por asentar su poder con la tutela de sus poderosos tíos Jang Sing Thaek y Kim Kyong-hui, aprovechando la capacidad represora del régimen, la práctica ausencia de oposición civil organizada y la pasividad de la comunidad internacional. Los cambios, en resumen, no entran en sus planes.

Publicaciones relacionadas